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Columna
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Escasos lectores

Disfrutamos como cosacos con el estruendo de la fiesta callejera en los cuatro puntos cardinales del País Valenciano. En pólvora fugaz, detonación pacífica y ensordecedora, en el petardillo callejero que hace estallar sin cesar el vecinito juguetón, somos maestros, y debemos estar a la cabeza en cualquier estadística. Los deudos y amigos que nos visitan saben de estos hábitos festivos valencianos y, en absoluto, se sienten molestos o defraudados. Sobre otros hábitos no tan sonoros, quizás tengan menos información. Por ejemplo, de nuestros hábitos de lectura en que estadísticamente viajamos en el furgón de cola peninsular.

Según el Ministerio de Cultura, según el Gremio de Editores, según el diputado autonómico Francesc Colomer y según se ve, nuestro índice de lectores es algo más que lamentable. Vamos, que es una pena de la que poco se habla y menos se discute. Pero como al diputado castellonense Colomer le gustan los libros - y sabe que Kafka indicó una vez que se lee para hacer preguntas -, se preguntó ese otro día por la falta de una auténtica promoción oficial de la lectura por parte del Consell; se preguntó por la lectura escasa en castellano y escasísima en valenciano; se preguntó por una red mejor de bibliotecas públicas, por el constante enredo con la ortografía del valenciano, por censuras encubiertas y otras zarandajas, que dificultan el camino a los libros. Y es que poco o muy poco se hace por aumentar el índice porcentual de lectores. Aquí, hablando claro, se promociona más Terra Mítica que la lectura.

Aunque la lectura se promociona, de forma lenta y efectiva, desde más abajo. La iniciación a la lectura es como un rito en la infancia mediante el cual el niño supera una comunicación rudimentaria. Eso es lo que escribe Alberto Manguel en su magnífica Historia de la lectura. Cuenta el argentino cómo en la sociedad judía medieval, y durante la fiesta hebrea de Pentecostés, los padres llevaban a sus hijos al maestro; el maestro les mostraba a los niños una pizarra en la que había escrito un pasaje de las Sagradas Escrituras que les leía a los pequeños y éstos repetían. Luego se untaba con miel la pizarra y el futuro alumno la lamía para hacer suyas, físicamente, las palabras. Padres y maestros juntos en el inicio ritual de una lectura sin promociones oficiales ni campañas publicitarias. Acude también, el erudito Manguel a las Siete Partidas, donde Alfonso el Sabio indica la obligación de los maestros de enseñar a leer y a entender lo leído, y a procurar que sus escolares no escatimen esfuerzos en materia de lectura. Unos esfuerzos que, hoy en día, casan mal con la idea de una escuela lúdica o con las largas horas delante de la pantalla televisiva. Y estas cuestiones tienen mayor calado social que la promoción cultural de la lectura que haga cualquier gobierno valenciano o tailandés.

En Valencia y en Sumatra, afirman los psicólogos, lo que se recibe a una edad temprana, como la lectura, y está relacionado con la vida, como la lectura, proporciona ya una perspectiva sobre la vida. Es decir, quien lee tebeos o cuentos, junto a sus padres, en el ámbito doméstico suele por lo general acudir a los libros en su edad adulta. Padres y escuela eficiente, en la base y en primer lugar; y luego cuantas promociones oficiales se quieran para fomentar la lectura. Al fin y al cabo, si el vecinito tiene una destreza admirable cuando hace detonar el petardillo callejero y festivo, ¿por qué no debería tener la misma destreza con la lectura?

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