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DON DE GENTES
Columna
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La procesión va por dentro

Elvira Lindo

VIENE EL PERIODISTA malagueño Héctor Márquez a Madrid para decirme: 'Tú haces en tus artículos como que eres del pueblo, y tú, por más que te empeñes, ya no eres pueblo'. Bueno, supongo que no vendría ex profeso a Madrid para decirme eso, vendría de compras, o a hacer reportajes, o por asuntos más íntimos. Yo, como saben ustedes, no me meto en la vida de nadie. Pero el caso es que me dijo lo que me dijo, y a mí ese comentario me desveló. No voy a echarle la culpa total de mis desvelos a Márquez, también pudo contribuir una bajada repentina de estrógenos; ya lo dice Bicoca: 'Desengáñate, querida; somos pura química'. Dicho esto, mi amiga se toma dos pastillas de Phyto-soja para subir las hormonas, vitamina E (la eterna juventud), cápsulas de Onagra (para la piel), ginseng (contra la abstemia primaveral) y Lexatín, para contrarrestar el subidón del ginseng. Héctor Márquez dice que no puedo ir con el rollo popular porque ya no soy pueblo, pero lo que no sabe Márquez es que yo, pueblo, pueblo, no fui nunca. Puedo decir que incluso para ir a la Complutense desde Moratalaz le sisaba dinero a mi padre para pillar un taxi (y eso siendo de las Juventudes Comunistas, ojo). Y si dejé la universidad no fue por falta de vocación, sino por falta de presupuesto. Es que veo una luz verde y se me levanta la mano. Es como un tic.

Y debe ser genético, porque mi hijo lo ha heredado. Hace poco me pidió dinero para ir en taxi a una manifestación que había en Sol. Yo siempre le digo, mientras le hago el bocadillo para ir a las manifestaciones (que mi niño no se desnutra en la lucha), que si la manifestación acaba en la plaza de la Villa, por favor, griten en voz baja sus consignas, que no me gustaría que me molestaran a Javier Marías. Por cierto, genial la carta al director que escribió dicho escritor sobre la pelota de goma de la policía que le entró por el balcón. Desde aquí te lo digo, Marías: es tu sección.

La cosa es que nunca fui pueblo cuando podía haberlo sido, y ahora que ya no puedo serlo, como dice el amigo Márquez, tampoco me integro en las alturas. Hay veces que en el gimnasio me toca desnudarme al lado de una militanta del PP (son como clónicas), y me digo como Betty la Fea: 'Éste no es mi mundo'.

Yo, a cada clase social le veo sus pegas: a la clase trabajadora, que no tiene dinero, y a la clase alta, que no tiene clase. De lucha de clases va la obra Las criadas, de Jean Genet. Nunca pensé que Emma Suárez y Aitana Sánchez-Gijón, con sus caras tan dulces, tan aniñadas, pudieran dar miedo. Pues lo dan. Dan terror. La venganza que teje a diario la criada hacia la señora. Me recordó, aunque no tenga nada que ver, a la novela Un juicio de piedra, de Ruth Rendell, que también es de una criada que da miedo, y también a la película que Chabrol hizo sobre esa novela, La ceremonia. En tiempos me hubiera identificado con la criada, ahora me da susto. Será porque estoy en el lugar de la señora, y les soy sincera: no me gustaría que mi empleada de hogar acabara conmigo.

Mi ídola esta semana ha sido Nawal el Saadawi, la escritora egipcia amenazada por los integristas islámicos. Dicha señora, laica, valiente, feminista, vino aquí a darnos una lección: 'Estoy en contra', dijo, 'de que cualquier Gobierno pague la enseñanza religiosa'. Cuando oigo eso de que hay que ser tolerante con todas las creencias y no se puede decir nada contra ninguna, pienso: con lo aleccionador que es ser intolerante con las creencias. Para empezar, con las propias.

Las mujeres no han dejado de sorprenderme esta semana. Estaba leyendo en los periódicos (leo tres, para cabrearme por partida triple) y veo que Ana María Matute dice que sus compañeros académicos son unos carcamales. En ese preciso momento suena el teléfono. ¿Quién era? El director de la misma Academia. Yo calificaría esta casualidad de histórica. Confieso que, inocentemente, relacioné la llamada con las declaraciones, y pensé: 'Están buscando una sustituta'. Y yo, por supuesto, siempre estoy dispuesta. Adoro a los carcamales. Pero no, el director de dicha Academia no me da pelota. Ellos se lo pierden. La Matute también echaba en cara a la Academia que no hubiera votado a favor de Caballero Bonald. Y me dijo un pajarito (no el que ustedes piensan) que si el día de la célebre votación hubieran ido todos los amigos que tanto se quejan a votarle, otro gallo cantaría y tendríamos a Caballero académico. Desde aquí te lo digo, Caballero: nada es lo que parece. Ni tan siquiera es lo que parecía el hijo de Cela. Yo le atribuía una personalidad melancólica por las fotos de los periódicos, y resulta que apareció como un cascabelillo en Lo más plus, en donde se prestó al cachondeo de acuchillar un cuadro. Me pareció que estaba viviendo su momento de gloria. Pero igual yo soy muy mala y la procesión va por dentro. En la rueda de prensa de presentación de su libro estaba el hijo de la duquesa de Medina Sidonia, que también anda en litigio con su madre por un quítame allá esa pajas (la tira de millones) a fin de asesorar a Cela júnior. Mi santo y yo queremos hacer el testamento menos polémico de la historia de la literatura. Así se lo dijo mi santo en palabras que parecían de mi suegro: 'Señor abogado, nosotros, lo que sea costumbre'.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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