César aviva la polémica
Una pifia del portero facilita el gol del Barça, y exalta a los defensores de Casillas
A buen seguro que el Barça era uno de los fantasmas de César. Desde su debú en Primera: el 24 de mayo de 1992, cuatro días después de que el Barça levantara la Copa de Europa en Wembley. En Valladolid esperaban a un Barça resacoso, pero en un pis-pas el dream team se puso 0-3. En el minuto 58 el yugoslavo Ravnic hizo penalti sobre Stoitchkov, vio la roja y cedió el testigo al canterano César. Menuda papeleta, su primer reto en la élite era intentar detener un penalti a Koeman. No pudo ser y el Barça acabó 0-6. Desde entonces, César había encajado 28 goles en 12 partidos en el Camp Nou, donde jamás dejó su puerta cerrada e incluso una vez encajó otros seis. Con estos antecedentes el ex del Valladolid recibió ayer otro guiño de Del Bosque tras una semana en la que el Madrid, a duras penas, ha intentado que su portería del Madrid no fuera objeto de debate. Tenso, falló con estrépito en su primera intervención, una falta poco exigente lanzada por Rivaldo que no amortiguó bien y casi causa un destrozo para su equipo. Luego, la flacidez del Barça le permitió sedarse y parecía que iba a resolver el examen con solvencia. Sobre todo tras una parada a Xavi, tras una falta. Pero poco después cometió una pifia increíble. Se tragó de forma inexplicable un tirito de Xavi. Hizo un escorzo imposible y la pelota le burló hasta llegar a la red dando tumbos. Desde el banquillo, Casillas al ver la acción, dio un puñetazo en el banco. Si el Madrid no quería disertar sobre su portería, la noche abrió de par en par las puertas al debate.
Luis Enrique. Comenzó muy activo y en varias ocasiones amenazó al Madrid en su área. Pero se diluyó como un azucarillo y como no es un interior puro sufrió de lo lindo ante Roberto Carlos y Solari. Su querencia a enquistarse en el centro y asomarse al área del enemigo con diagonales, dejó desnuda la banda izquierda del ataque blanco, donde ni siquiera el fogosísimo Puyol pudo echar el freno. Luis Enrique acabó sustituido por Rochemback al inicio del segundo tiempo, tras otra extraña decisión de Rexach, que no ordenó el relevo en el descanso, sino en los primeros suspiros de la reanudación, con lo que se sometió al referéndum de la grada. Le salió rana, porque el Camp Nou desairó su decisión, abucheada con truenos. Lo cierto es que luego el brasileño fue un soplo para el Barça, por su capacidad para hacer ruido cuando el equipo de Charly más tiritaba.
Solari. Un acierto en este tramo de la temporada. Fue el mejor socio de Zidane. Como buen argentino, conoce los entresijos del juego y sin grandes dotes en ninguna suerte demuestra día a día que tiene un poco de todo. Con el ex de River por delante, Roberto Carlos padeció menos que en otras ocasiones, porque Solari sabe jugar y suda como el primero. Pocos jugadores han creado a Puyol tantos problemas esta temporada.
Zidane. Plástico en todos sus toques fue quien metió al Madrid en el partido tras unos primeros minutos de zozobra. Templó con torería, tiene salida por los dos perfiles y siempre elige la mejor opción de pase. Su juego destila sencillez, pero qué difícil resulta tener la clarividencia suficiente para no complicarse la vida en un juego tan laberíntico para muchos. El francés simbolizó como ningún otro la superioridad del Madrid en el primer tiempo y, ante la pasividad del rival, descubrió los mejores rincones. Se asoció con todos, por la derecha, por la izquierda, por el centro. Un lujo. Y, encima con gol. El segundo tiempo fue otra historia y el francés se difuminó bastante, como la mayor parte de su equipo, que perdió el control cuando tenía todo de cara, más fácil que en los últimos 19 años. El Madrid dio un paso atrás, miró a las musarañas, y Zidane se borró más de la cuenta en algunas fases.
Xavi. Jugar con el canterano y sin extremos es como desenfundar una escopeta sin balas. Con el Barça en inferioridad númerica en el centro del campo, sin un jugador con el pico y la pala para la faena y con las bandas cegadas por Rexach, Xavi flotó durante todo el primer tiempo, sin peso específico en el partido. Fue estrangulado por la infantería madridista -Helguera, Makelele y Solari- y cuando tuvo la pelota casi nunca pasó nada. El dibujo táctico del Barça sólo le dejaba una salida: el pasadizo central, una trampa para los locales y un chollo para los visitantes. Con el empuje del Barça en el segundo periodo se dejó ver mucho más y el regalo de César le sirvió de recompensa. Por una vez, la agresividad de Rochemback le dio aire al medio centro azulgrana, que terminó crecido, con el mando sobre el partido. Con Overmars por el carril y Coco dejándose el alma, Xavi puso en órbita a los suyos.
Rivaldo. El brasileño está seriamente tocado, física y anímicamente. Su participación se reduce a los lanzamientos a balón parado. Como ya le sucediera ante el Liverpool, Rivaldo jugó como anestesiado, con una palidez asombrosa, cosa extraña en un futbolista que se crece como pocos en las grandes noches. El club le necesita más que nunca y su fuerza de voluntad es notable, máxime por su condición de brasileño y con un Mundial a la vista. Está tan dolorido que en ocasiones dio la sensación de no querer la pelota, salvo extrema necesidad.
Raúl. Armó con fortuna -por el despeje fallido de Coco- el gol del Madrid. Puso brega, como siempre, y dejó una huella fabulosa con una vaselina que escupió el larguero. Sin ser su mejor noche fue un dolor de muelas para Frank De Boer y Christanval, a los que más de una vez sacó de quicio.
Saviola. De lo mejor del Barça, por dinamismo y decisión. Creó problemas a Hierro y Pavón siempre que les encaró desde fuera del área, partiendo desde los costados. Cuando se queda inmóvil en el área se diluye, porque le falta cuerpo para chocar.
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