Saber editar a los clásicos
No tiene vuelta de hoja: editar a los clásicos -de ayer o de hoy- es la más alta labor que puede desarrollar un estudioso de la literatura. Ni la lectura ni la erudición son nada si no se basan en textos firmes y seguros. Editar supone desentrañar todos sus problemas, haber entendido cada palabra, cada frase en su contexto preciso y estar al fin ciertos de que nos acercamos lo más posible a lo que era la obra como la quería su autor. Para guiarnos existe la crítica textual, disciplina que entre nosotros sólo parecía atraer la atención de los medievalistas, como si editar a Calderón o a Valle-Inclán estuviese al alcance de cualquier bolsillo.
Por eso eran tan frecuentes ediciones temerariamente llamadas 'críticas' sólo porque, tras un prólogo o delantal que repetía lugares comunes, se adornaban con unas notas que nada aclaraban, mientras el texto se fusilaba con intrépido desahogo de otra edición anterior. Esta mala tradición ya fue superada por algunos maestros, formadores de una legión de filólogos jóvenes que saben lo que se traen entre manos. Ahora es urgente dar otro paso adelante y distinguir los problemas específicos que presentan las obras que han tenido una vida casi exclusivamente ligada a la imprenta. En esa dirección, este libro coordinado por Francisco Rico tiene una importancia singular por su carácter pionero, y pone de relieve cuestiones fundamentales.
IMPRENTA Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL SIGLO DE ORO
Estudios publicados bajo la dirección de Francisco Rico Universidad de Valladolid y Centro para la Edición de los Clásicos Españoles Valladolid, 2001 303 páginas, 18 euros
Y es que resulta imposible editar un texto del Siglo de Oro si se desconoce el sistema que regía entonces la impresión de un libro. Su estudio lo realiza desde hace tiempo la bibliografía analítica o material, pero autores como McKerrow, Greg, Bowers o Dearing eran casi desconocidos por acá, donde se creía que la bibliografía consistía en elaborar listas de obras. Mucho contribuyeron a cambiar el panorama especialistas como Moll o Martín Abad, colaboradores en este volumen, al que contribuyen otros como Chartier, Dadson, Micó o Cruickshank, discípulo de Edward Wilson, quien consagró su vida a estudios bibliográficos para saber qué había ocurrido con los textos teatrales.
Aquí se repasa por primera vez en detalle el modo de trabajo de la imprenta manual: cómo se preparaba el original, cómo se contaba previamente el texto para la impresión por formas para comenzar la labor por cualquier parte de la obra, cómo se corregía y, en fin, cómo todo ello influía en el libro salido de las prensas, no siempre igual al original manuscrito.
El volumen contiene además novedades como el redescubrimiento de bastantes originales presentados al Consejo de Castilla para ser autorizados, con las marcas de la cuenta por el cajista, con lo que casi contemplamos el trabajo de una imprenta en acción durante el Siglo de Oro. Gracias sean dadas a Pablo Andrés y a Sonia Garza por haber localizado tan rico venero.
En suma, a partir de los ensayos de este volumen queda el campo abierto para múltiples investigaciones. Pero ya nadie podrá llamarse a engaño. Editar a un clásico español no podrá hacerse a la ligera, con ignorancia de los procesos que condujeron a sus ediciones antiguas. El camino del original a la imprenta debe ser reconstruido a partir del estudio de los ejemplares conservados, para averiguar en qué medida 'el examen del proceso material de la fabricación de un libro desemboca en conclusiones válidas para restituir un texto más fiel que el impreso a la voluntad del escritor', como dice aquí Rico. Él mismo lo ha hecho personalmente con algunas obras capitales, como el Quijote o La Celestina, y su ejemplo da ya carta de naturaleza entre nosotros a la imprescindible 'bibliografía textual'.
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