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Babel multicultural

La derecha siempre ha tenido las ideas más claras que la izquierda; pero también más cortas. La izquierda no da un paso sin preguntarse por el sentido del paso, por su continente, por su contenido, por su esencia primera, por su naturaleza, por su realidad y por su misma existencia. La izquierda nació preguntándose por el ser, la derecha entró a saco en el ser y en el pensar el ser: así se inventó la rueda y la humanidad rodó: Oigo un rumor de protesta, pero lo que es, es, y lo que no es, no es. Con reservas, naturalmente.

Si la derecha estuviera sola, sabría qué hacer con el velo y de ahí hasta la ablación. No es un juicio de valor. Digo que haría, no que haría bien o mal. Problema-solución-solución-problema, es lo más típico. La izquierda no pasa del problema; absorbida y absorta, segrega una ingente cantidad de literatura: buena, mediocre, incluso mala. Unos piensan demasiado, otros asestan el garrotazo y luego preguntan o se preguntan sin abundosos alardes intelectuales. Así se ha hecho el mundo, así está y usted dé su diagnóstico sin preocuparse de que le tilden; pues curiosamente, en este diagnóstico encontrará usted un abarraganamiento entre derechas e izquierdas.

Velo sí, velo no. La preadolescente Fátima está contenta con su velo. Historia con final feliz. Cierto que en no pocas ocasiones, el final feliz se inventa apenas se produce un síntoma. Deseo ferviente de muchos, materialización al canto. Dadas las muy firmes creencias del padre de Fátima, el aguafiestas duda de la autonomía de los sentimientos de la prole, sobre todo, de la prole femenina. Quien dice Fátima dice otros nombres. El lector disculpe esta ligereza. En la sociedad plural, cada uno en su casa y Dios en la de todos. Yo iría o no iría a una de esas saunas japonesas en que todos van desnudos; pero de ir, no me pondría un bañador, así fuera un tanga. Pues por menos que eso se hicieron la guerra las dos aldeas do 'no rebuznaron en balde, ni el uno ni el otro alcalde'. Por cierto que en Japón necesitan mano de obra, pero no quieren ni a coreanos, ni a taiwaneses ni a chinos, pues pondrían en peligro la 'homogeneidad étnica'. Toma pluralismo y toma multiculturalismo.

El mismísimo Haro Tecglen escribió que 'la cuestión no está clara'. Y más: 'La verdad es que el libre examen está en marcha, viento en popa a toda vela'.

Multiculturalismo o pluralismo. Entre progresistas anda el juego. Ni Cardús, ni Azurmendi ni Sartori están en la otra orilla, por más que quiera embarcarlos el PSOE movido de su generosidad izquierdosa. (Matizará, supongo; a no ser que crea más lesivo en las urnas mantenella y no enmendalla). Temen estos autores que la sociedad multiétnica termine firmemente enrocada en guetos culturales, en la periferia de la cultura hegemónica. Resultado del multiculturalismo. Supongamos que varias culturas radicalmente distintas comparten el mismo espacio social y político en la ciudad de Valencia. ¿Podría hablarse de una sociedad valenciana? Aquí el grupo hegemónico es políticamente aconfesional y cree en la igualdad entre los sexos y se aplica con mayor o menor fervor a convertir en realidad el trecho que todavía falta para la consecución de ese fin. Escribió Cardús '... aunque ciudades como París o Londres tengan una población de origen multicultural, ¿podrán ser ciudades verdaderamente multiculturales mientras su fuerza cultural y asimismo su identidad política tengan que ver con el Louvre y el Museo d'Orsay o la Tate Gallery y el Museo Británico?'. Esto puede ser cierto y puede no serlo. Depende del talante de los unos y de los otros, depende de las distancias culturales, depende del factor económico y del generacional... No hay guetos italianos, judíos, irlandeses en las grandes urbes norteamericanas. La identidad política y social de estos grupos, por otra parte, sí que tiene que ver con las Torres Gemelas, cuya defunción todos deploran. Nuestros inmigrantes ibéricos se identifican rápidamente con las fallas y si usted dice que el Valencia juega mal, quien le agrederá verbalmente es muy posible que sea un señor de Cuenca. El señor Cardús, no obstante, podrá replicar que le echemos un vistazo a la ex Yugoslavia.

A veces la polémica se sale de madre. Dice el sociólogo Salvador Giner que muchas españolas llevan mantilla (!) y que no están integrados nuestros pobres, ni nuestros delincuentes ni nuestros ancianos, ni nuestros drogadictos. ¿No están integrados? Pues no van a estarlo. Eso es confundir integración con marginación. A excepción de algunos individuos rebeldes con o sin causa (con o sin conciencia de ello), estos colectivos creerán o no creerán en lo que cree o no cree el ciudadano medio, pero dentro del mismo sistema. Si mi hígado enferma, no diré que el todo reniega de una parte; diré que mi organismo la margina y por fallo mío o del organismo. Dice también Giner que no permitamos la ablación, pero tampoco los toros. Diablos, media un trecho. Con todo, la ablación nos viene de golpe, no tiene historia entre nosotros y es, por consiguiente, un tumor curable. Con las venerandas tradiciones hay que lidiar con mucha paciencia. En suma, el multiculturalismo es un problema de etnias, religiones, culturas; no hay que confundirlo con cuestiones de clase.

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Insisto en que multiculturalistas y pluralistas son la cara y la cruz de la misma moneda. Con el tiempo se verá que ambos bandos habrán tenido parte de la razón. He escrito al principio que la izquierda 'no pasa del problema'. Ocioso acaso es aclarar que en un contexto comparativo. A largo plazo se llega a la síntesis... de la que se nutre la derecha civilizada e incluso, en parte menor, la ultramontana y reaccionaria. Victorias pírricas son las de los conservadores, no al contrario, por más que la desmoralización cunda entre los progresistas. La historia tiene una fuerte impronta extraoficial, no se hace en las urnas. Subyacente a los vaivenes existe una corriente continua. Detengámonos a pensar que los partidos conservadores de hoy hacen bandera de puntos programáticos que un siglo atrás habrían infartado los corazones de todos sus antecesores; quienes a su vez ya habían dejado muy atrás una larga lista de valores políticos y sociales de principios del siglo XIX.

Con todo, para que no se haga el caos, hay que imponer nuestros códigos por encima de relativismos culturales. No nos coga un toro mayor que el de Holanda. Que por ahí se empieza a meter en casa el Corán según Bin Laden.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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