Una pizarra hueca
Una década con la Masía cocinando medios centros y extremos para que uno de los supuestos ideólogos de esta política, Charly Rexach, dinamite el invento de un plumazo sin, por ahora, obtener rédito alguno. El técnico ha apostado por un cambio de rumbo, pero el equipo está a la deriva. A cambio de prescindir del cuatro (Xavi) y los extremos Rexach se ha inclinado por un equipo descuartizado, incapaz de ocupar adecuadamente los espacios, anárquico en todas sus líneas, sin personalidad. El Barça se ha encomendado a un portero que juega grapado al larguero, con lo que la defensa siente la necesidad de retrasarse más de la cuenta para barrer su espalda. La primera consecuencia es que se amplía la distancia con la zona media, donde encima el equipo acepta sin rechistar la superioridad del enemigo al alinear a sólo tres medios (Luis Enrique, Cocu y Motta). De ellos, solo el novato italo-brasileño tiene dotes para templar, sosegar y tejer. Sometidos a un trabajo a destajo, el holandés y el asturiano han perdido su mejor cualidad: el gol. Agrietado el centro del campo, el Barça perfila todo su ataque por un embudo central, en el que se amontonan Rivaldo, Kluivert y Saviola, que se cierran unos a otros los mejores rincones. Porque las orillas están reservadas a los dos laterales, Puyol y Coco, a los que su fuerza de voluntad les permite enfrentarse una y otra vez con distancias maratonianas, pero les falta tacto con la pelota.
Por todo ello este Barça es una ruleta, vive sometido a la capacidad del adversario y a los fogonazos de alguna de sus perlas. Tras renunciar a los cimientos más sólidos de la última y brillante década, el equipo se ha quedado hueco.
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