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Columna
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Ecónomos

Entre mis buenos amigos, algunos ya tan remotos como esa adolescencia de barrio que repartí entre el fútbol y espirituales tardes de parroquia y guitarra, conservo a dos o tres que encomendaron su vida al apostolado y al cristianismo activo. Antonio y Lucio son ahora auténticos curas de Dios y ejercen su pastoral con grupos marginales, desheredados, sectores conflictivos, población humilde y jóvenes atrapados en esas trampas de la vida de difícil escape. Luego está Antonia Estrada, una monja misionera que acoge en su pequeño refugio de Kiev a niños desasistidos que no probaron nunca el calor de un abrazo o los cuidados de un adulto. A los tres admiro por igual, por eso me parece despreciable, injusto hasta el límite, inmoral y soberbio que algunos jerarcas de la Iglesia den ejemplo diario de una opulencia insana, de un poder completamente opuesto a ese espíritu generoso y esencial que mis amigos encarnan y defienden.

La humildad de Antonio, Lucio y Antonia, sus esfuerzos, su activa y limpia vocación contrastan amargamente con la dañina actitud de esos ecónomos, obispos y prelados de cuello duro y traje a medida que se precipitan como podencos ante la herencia de una parroquiana agonizante, ofician infinitas misas en su memoria y desvían el resto de la tajada a empresas de inversión tan especulativas como huecas de caridad. Lo único que han conseguido estos grandes financieros de la Iglesia es que se acabe dudando, incluso, de quienes sí se la juegan en esa línea de fuego del catolicismo de base. Gracias a estos ecónomos hoy se han visto recortadas las ayudas a muchos misioneros que hacen de su pobreza incuestionable virtud. Gracias a los canónigos de coche blindado y alzacuellos Gianni Versace, los curas proletarios se enfrentan a jóvenes cargados de dudas razonables y anticristianas. Gracias a estos ejecutivos de Dios, la fe cada día es más difícil, las parroquias se van desertizando y el sacerdocio se convierte en una labor solitaria bajo la jerarquía de los falsos profetas. Los líderes del cristianismo siempre fueron pobres y no es difícil adivinar a quién se referían cuando decía aquello de 'que Dios los haya perdonado', o algo así.

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