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VISTO / OÍDO
Columna
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El orden sexual

Los curas y los homosexuales quieren casarse; las parejas casadas, divorciarse; los divorciados, casarse otra vez. Las embarazadas piden el aborto libre o abandonan los niños donde pueden -donde no pueden, sobre todo- y los estériles quieren adoptar. Hay más problemas, más contradicciones, pero no se pueden ni citar. Si todo fuera posible, habría un orden sexual aceptable, dentro de una sociedad que quiere mantener otro arcaico y convierte en moral sus antiguas necesidades de mesnadas y siervos de la gleba. Sólo que los arcaicos caballeros del poder siguen ligando la idea de orden a lo que a ellos les sirvió en siglos pretéritos. ¿Quién quiere hoy soldados si ni siquiera mueren en las guerras y en cambio se puede matar civiles a mansalva?

Algunos mantienen un punto de heroísmo: los que con una bomba en un cinturón se hacen explotar en un café de jóvenes hebreos y dejan para la posteridad una fotografía de sus rostros de iluminados delante del nombre de Alá, pero son asesinos. Otros arrasan viviendas y habitantes, entran en tanques en las ciudades disparando: son soldados sin nombre. Asesinos sin culpa.

La obsesión de orden sexual viene de las mismas personas que imponen códigos de guerra, permisos o prohibiciones. Una sociedad que ha ido saliendo así por obligación. Ha sido fabricada como se fabrican ahora los animales de granja, con arreglo a su rendimiento; como hay ingenieros agrícolas que trabajan para que los tomates y las frutas nazcan cuadrados, con objeto de abaratar el transporte. Querían proletarios: gente con prole, para nutrir su servidumbre, no sólo los 'criados' -la palabra es grandiosa, y se usa; gente criada en la casa, hijos de iguales, preparados al nacer para su oficio-, sino los campesinos.

Como ya nada de eso es necesario, ni siquiera para el lujo, su orden sexual, sacralizado por religiones, administrado cuidadosamente con bodas preparadas por los señores, ya no existe. Existe el orden sexual propio, al que dedica sus últimas palabras el viejecillo sórdido de Roma. Todas estas leyes modernas que han venido a poner parches, las de parejas de hecho o las de aborto legal, la falsa ley de divorcio -nunca se deja de estar casado con quien se estuvo, por el tejido de las leyes burguesas-, no resuelven las necesidades naturales. El verdadero orden sexual, en forma de libertad, está apareciendo ya en algunas sociedades; no en todas las ciudades, no en todos los barrios. Pero va por buen camino.

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