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Columna
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Adiós, peseta

Como a la pelirroja muñeca del novelesco detective Marlowe a la rubia peseta toca decirle adiós. Este mes, tras fecha aproximada en Alemania, Holanda, Irlanda y Francia, y junto a las siete restantes que optaron por el euro, nuestra moneda tras 133 años de historia reciente, ha dejado de tener curso legal. Si como dice Sábato, vivir es construir recuerdos, éste de la pesseta, denominada así vulgarmente en el País Valenciano con anterioridad a su establecimiento como unidad monetaria, se merece una despedida. Igual que Moustaki nos ofrecía Chante ta nostalgie, también yo, pese a la acertada decisión política europea, la inmensa corriente mediática, y la sabiduría popular acaparadora de euros, dedico estas nostálgicas palabras, no sólo a nuestra controvertida peseta, sino a cuantas divisas europeas nos han acompañado en nuestro devenir por el viejo continente. José Antonio Martínez Serrano, catedrático de Economía Aplicada, y buen conocedor de las reacciones sociales ante los hechos económicos, se sorprendía por el escaso apego del que hemos hecho gala ante el cambio de moneda. Yo también. Entiendo a Prodi y sobre todo a Pedro Solbes, tan feliz él, ante el nuevo éxito que ha conseguido, y ello me hace confiar en el acierto de la decisión. Pero noto a faltar posiciones como las de quienes, como Johnny Depp en Francia o Gore Vidal en Italia, se vinieron a vivir a Europa desde Estados Unidos, en busca de la diferencia. Y sobre todo noto a faltar a los europeos que nos sentimos diferentes, reaccionar, aun sentimentalmente, ante tamaña decisión.

Sin duda se abaratarán comisiones bancarias, se agilizarán transacciones comerciales, y a quienes no viajan les dará más la sensación de estar en Europa, todo que sin la estimable referencia cultural de mantener el dracma griego, la lira italiana o el franco francés, con la figura de Antoine de Saint Exupéry, autor de El principito, en los billetes de 50 francos, o en nuestro caso el humanista y marino valenciano Jorge Juan en el de 10.000 pesetas. Entiendo que los alemanes pretendan regularizar su difícil situación económica con muchos marcos colocados de manera poco ortodoxa en países del Este, encabezando además el cambio a la nueva moneda para continuar liderando Europa; acepto la necesidad griega de abandonar el carro de los autoexcluidos, Reino Unido, Dinamarca, y Suecia, en la búsqueda de unos beneficiosos efectos colaterales que la mantengan en el camino de la convergencia; pero dónde queda la grandeur francesa, dónde unas gotas del quijotismo hispánico.

Esperemos que el esfuerzo realizado genere una situación de mayor estabilidad económica que se traduzca en mayor prosperidad para todos los ciudadanos, y no en detrimento de las peculiaridades de los periféricos y en beneficio de la uniformidad con los más poderosos, que todo está por ver. La UE inicia, con la Convención sobre su futuro, una nueva etapa. Dentro de otros 50 años se sabrá cuántos y cuáles serán los países que la integran, y cómo estarán federados, confederados, unidos o dispersos. Podrá avanzarse en otros ámbitos, pero el reto de Europa continuará siendo forjar una nueva concepción de la identidad, para sí misma, para cada uno de los países que la compongan, y un poco también para el resto del mundo. Deberá mantenerse la diversidad cultural como eje de la propia evolución, y su éxito consistirá en lograr una identidad que incorpore las pertenencias de cada uno de los países que la integren, sin que éstos pierdan las propias.

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