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Columna
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Puteados

Es como solemos encontrarnos a menudo los madrileños. La expresión tiene cobijo en el Diccionario, y dispone de conjugación reflexiva, como 'fastidiar, perjudicar a alguien'. Ese alguien somos nosotros, habitantes en un creciente desamparo, entre la impune prepotencia de lo que nos rodea, que debería estar a nuestro servicio y cuesta un Congo. Me refiero a los ciudadanos de a pie, jubilados o en activo, que recurren al remedio público o particular por necesidad y son generalmente desatendidos cuando no estafados. Los viejos no somos cascarrabias por naturaleza o afición, sino que nos agria el carácter la sensación estentórea de impotencia para protegernos y el abandono en que vivimos, extensible al resto de la población civil.

Ya sé que existen la policía, los jueces, las OCU y otras organizaciones de presuntas tutelas, pero creo que no funcionan o lo hacen deficientemente. A una comisaría -y esto viene de antiguo- hay que ir con el cuchillo clavado entre los omoplatos para que se levante un atestado eficaz, sea por una leve reclamación o por clamorosos malos tratos. Vemos por nuestras calles muy pocos agentes municipales, hasta que se manifiestan dos mil, en teoría fuera de servicio, provocando una batalla campal contra 60 geos enviados para reducirles. Marchan bien, incluso muy bien, y de ello nos hemos ocupado en esta columna, muchas oficinas públicas, pero casi siempre tenemos la sensación de que se debe al talante y al esfuerzo personal del funcionario, no a las normas generales.

Vivimos en un sistema de dependencias milagrosas y generalizadas. Si se nos va la luz muchas cosas dejan de ser útiles, desde el ascensor hasta el frigorífico, de la tele al reloj digital de la mesilla de noche. La avería del gas paraliza la cocina y muchas calefacciones y no vamos a volver hoy a ocuparnos de la Telefónica, que levanta una muralla de empleados subalternos para congelar cualquier queja o solicitud en ulteriores instancias. Este sistema tiene fervientes seguidores en muchas empresas de servicios. Tampoco es culpa de quienes desempeñan el ingrato menester de cortocircuitar las demandas de auxilio.

Pese a los filtros y garantías, los bienes que adquirimos salen bien por casualidad, o así nos parece. Convocar a un técnico o especialista es confiar en que el problema que le planteamos entre en sus conocimientos. Harán una chapuza irresponsable, den o no la factura correspondiente. Proliferan, con escaso control, los negocios intermediarios, cuyos elementos consisten en un anuncio en las páginas amarillas, una recepcionista y una red de operarios con teléfono móvil. La mayoría sin papeles, supuestamente especializados en los países del Este, sin que haya quien se responsabilice de la fechoría. Aquí caben todas las mañas de quienes los explotan: nadie se responsabiliza de la tarea. Dan prioridad a las asistencias urgentes o en días feriados, que tarifan el triple o el décuplo, sin la menor solvencia.

¿Por qué este deterioro, cuando las cosas deberían ir cada vez mejor y no al contrario? Pienso que una causa determinante es la ausencia de recursos equitativos de protección y amparo. Prueben a decirle a quien hizo la chapuza indecorosa que le va a denunciar en comisaría o en el juzgado de guardia. Comprobarán que le cambia el semblante y una risa incontrolada sacude sus ijares mientras se da palmadas en los muslos. 'Vaya usted donde quiera, buen hombre, estamos en un país libre', quizás nos digan si están de buen humor. Hay una crisis de autoridad y eficacia por parte de la justicia, que tan cara nos cuesta.

Hace 45 años no llegaban a 20 los juzgados en nuestra capital, en los que también entraban y salían los delincuentes por medio de la 'astilla'. Ignoro cuántas dependencias -desdobladas- gravan el presupuesto en la actualidad, pero dudo que sea correlativa su eficacia, explicada por falta de medios que se han multiplicado. ¿Alguien teme, alguien respeta a una justicia que debería estar por encima de todo interés? Yo, desde luego, hace tiempo que retiré mi confianza en esa ficción de tan larga y poderosa mano que no se tiende para remediar entuertos. Para nosotros no hay audiencias, ni supremos, ni constitucionales, ni tribunales de La Haya. Nos queda la dosis de aguantoformo que se expide sin receta. Como pueden apreciar, he tenido un mal día, me siento puteado.

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