'Escribir es inventar la lengua'
Durante mucho tiempo', asegura Juan Villoro, 'al novelista latinoamericano se le ha pedido que para poder circular internacionalmente en el mercado de la cultura tenga un timbre de color local más marcado, que sea representativo de una determinada realidad, por encima de su concreta apuesta estética. En este sentido, el lector latinoamericano tiene menos exigencias de color local. Cuando nosotros leemos una novela finlandesa no necesariamente esperamos que los personajes entren en una sauna'.
Juan Villoro ha publicado Efectos personales, donde recoge un muy notable ensayo que, ya desde el título mismo -'Iguanas y dinosaurios: América Latina como utopía del atraso'-, incide polémicamente en cuestiones como la del colonialismo cultural y el multiculturalismo.
'No me molesta que me consideren, por encima de mexicano, un escritor hispanoamericano. No creo en las literaturas nacionales'
'En él traté de reflejar cierta visión de la literatura latinoamericana como un parque temático del atraso, donde son posibles ciertos excesos de la imaginación e incluso de la realidad que serían intolerables en otros países. Me refiero a cierta necesidad de exotismo impuesta desde fuera y que ha inducido una especie de autenticidad artificial, la obligación de una patria exagerada'.
La trayectoria personal de Villoro revela a un autor familiarizado con las manifestaciones de la cultura popular (el rock, el fútbol, la televisión, el cómic), que, con todo y con ser la potencialmente más susceptible a la colonización, constituye sin embargo, al menos en América Latina, una reserva sin agotar de mitos y de inspiraciones propias. 'Una de las paradojas del subdesarrollo es que la cultura popular permanece desconocida', señala Villoro. 'Fuera de un círculo restringido de conocedores, no ha sido historiada, ni cuenta con un hit-parade que la avale, a veces ni siquiera pasa por el mercado. Pienso, por ejemplo, en los compositores de boleros románticos, en los escritores de radionovelas, en las estrellas de la lucha libre en México. Se trata muchas veces de valores que no cuentan con el respaldo de una industria cultural'.
A Villoro no parece preocuparle la presunta estandarización idiomática, que explica desde la convicción de que, en muchos países de Latinoamérica, el español es una lengua literariamente débil. 'Creo que en eso hay un incentivo muy grande. En ese sentido, la relación del escritor mexicano con el lenguaje es la de quien no se siente depositario absoluto de la lengua. El hecho de que en México existan más de cincuenta lenguas indígenas, de que el español sea una lengua de adopción, hace que el escritor posea una menor autoridad respecto a la lengua. Y hay algo más: en un país como México, donde le índice de analfabetismo es muy alto, el salto cultural que implica la decisión de escribir impone un pacto de invención de la lengua muy claro. Uno no escribe en el idioma en que normalmente discutiría con su jefe o con su mujer, sino que, para hacer literatura, asume un artificio. Digamos que el paso de la cotidianidad a la página escrita es allí más amplio de lo que es en España, donde hay una idea históricamente más aceptada y segura de la lengua'.
Villoro acude en este punto al ejemplo de los traductores. 'Cuando un mexicano o un peruano o un argentino traducen desde esta orilla, lo hacen tomando en cuenta que hay muchos modos del español, de tal forma que, por encima de cualquier regionalismo, buscan acceder a un lenguaje de uso común literario. En eso consistió toda la operación de la revista Sur, en Argentina, que no es la única posible, pero me parece muy interesante. Me refiero a una idea de la lengua como algo que hay que conquistar, insisto, a través de una invención. Algo que por lo común tiene mucho que ver con la impresión, por parte de quien escribe, de hallarse en una relativa periferia cultural. Otra cosa es que al mismo tiempo estén actuando, en una dirección sólo aparentemente afín, procesos de normalización y estandarización de la lengua inevitablemente relacionados con los flujos de la moda y del mercado, con la mayor o menor facilidad de acceso a los lectores o a las editoriales'.
En cuanto a la posible disolución de lo mexicano en la categoría, más amplia e indecisa, de lo latinoamericano o simplemente hispánico, Villoro se muestra casi reconfortado con esa expectativa. 'No me molesta en absoluto el que se me considere, por encima de mexicano, un escritor hispanoamericano, porque lo soy. Cuando vivía en Berlín descubrí una gran afinidad con todos los latinoamericanos que conocí entonces. Hay una comunidad de afectos, de emociones. No creo en las literaturas nacionales. La mayoría de los escritores que admiro son del Río de la Plata. Pienso que mi literatura está mucho más cerca de ellos en referencias y resonancias. Lo que no obsta para que sienta una proximidad también grande con autores mexicanos, desde luego, pero también norteamericanos, o alemanes. En México ha habido un cierto abuso de la tradición, una cierta saturación de la carga histórica del pasado. México: esplendores de treinta siglos se titulaba una exposición en el Metropolitan de Nueva York que presentaba la cultura mexicana en una continuidad de 3.000 años. En esta situación, abrirse a horizonte más amplios, cualesquiera que sean, resulta siempre saludable. Por lo demás, hay muchas maneras de decir México en la literatura contemporánea. Y México sigue siendo un problema que nos fascina tener a los mexicanos'.
Juan Villoro (México, 1956). Su último libro es Efectos personales (Anagrama).
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