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VISTO / OÍDO
Columna
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Mujer, mujeres

Hoy es el Día de la Mujer: no hay Día del Hombre y dicen que el día del hombre son todos. No es así. Hay clases, familias, sistemas, regímenes, religiones. Querrían 365 días de la persona (los biempensantes dicen 'persona humana', y es que creen en la 'persona divina'). Creíamos en otros tiempos que la cuestión era la igualdad moral, ética, intelectual, jurídica, laboral.

El Enemigo -ellos dicen el Diablo: pero sé qué personas son- lo ha enredado todo: ha aceptado las premisas de libertad y de igualdad, y ha roto las de la fraternidad. Ha conseguido que el problema real y odioso de las mujeres, creado por ellos, disminuidas, encerradas y trabajadoras a la fuerza cuando ha hecho falta, se convierta en una disputa hombre-mujer, y no de orden social: ha conseguido rompernos. Es su astucia; y la forma de sustituir la libertad de pensamiento, una vez adquiridos o aherrojados o pagados medios de expresión para sustituir el pensamiento real. El talento de la derecha ha conseguido romper la persona única en hombre y mujer; y ha conseguido que de las piedras rotas salten más esquirlas, y nos han fragmentado en nacionalistas, regionalistas, forofos, jóvenes, viejos, homosexuales, heterosexuales. España es una monarquía de personas rotas según su situación, que puede variar. Han conseguido engañarnos con respecto a nosotros y a lo que somos: nos hacen creer que somos lo que nos llaman.

Propietarios: amos de pisos, de comercios, de taxis o de empresas, cuando en realidad lo que somos, hombres y mujeres -personas-, es propietarios de deudas, de letras, de fiscalidad, de amenazas. Pero en nuestra mentalidad ya somos más que los que ni siquiera tienen deudas y vienen a ensuciarnos nuestra propiedad. Como compraron la providencia, o la impusieron con sus armas, ahora han importado pobres sin disfraz de propietarios, y con la cara marcada por rasgos étnicos. Y esos pobres aún tratan peor a sus mujeres. Nos hacen sentirnos orgullosos de que nuestras chicas lleven su uniforme con las faldas cortitas, y despreciar a las que llevan un pañuelo a la cabeza. Recuerdo los tiempos que volví a España y me indignaban los uniformes escolares, porque pretendía diversidad, elección, individualidad.

Me indignaba todo el sistema: los colegios del centro de Madrid vendidos por millonadas y sustituidos por otros en el campo -¡ecológicos, decían los miserables!- que cargaban horas de viaje a los escolares, y comidas obligatorias; los uniformes contratados con grandes almacenes. Todo ha cambiado siendo igual que en la dictadura católica: ahora los demócratas creen que la opresión de la mujer es el pañuelo del padre islámico y no el uniforme de las monjitas. Y yo me quedo ya hasta sin indignación: con un poco de risa en el Día de la Mujer.

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