Lennon al Bernabéu
La dignidad no se puede fotografiar, dice Bob Dylan en una de sus canciones. Tiene razón y, por desgracia, también la habría tenido si hubiese dicho todo lo contrario, si hubiera escrito que la indignidad es muy fotogénica, tanto que a veces los malvados se convierten en héroes, en modelos para la juventud y hasta en iconos culturales: ¿cuántas estrellas del rock and roll, desde el cantante de Guns n' Roses, Axl Rose, hasta esa especie de Satanás para grandes almacenes que es Marilyn Manson, han subido a los escenarios o se han dejado retratar promocionalmente con una camiseta que llevaba estampada la cara del asesino James Mason? Hace tres o cuatro años, cuando los reality shows disfrutaban de su máximo apogeo en Estados Unidos, las autoridades norteamericanas le rogaron a los medios de comunicación que dejaran de emitir persecuciones policiales, atracos y redadas, porque habían descubierto una serie de casos de personas normales que cometían un delito precisamente para salir en la televisión, como ese personaje de un cuento de Antón Chéjov que llega a su casa con la ropa hecha girones, ensangrentado y feliz porque ha sido atropellado y al día siguiente saldrá en los periódicos de Moscú.
La indignidad es fotogénica y vende, te hace famoso, que es lo que querían, por ejemplo y según su propia confesión, esas dos adolescentes que asesinaron en Cádiz a una compañera de estudios: saber qué se sentía y hacerse famosas. A veces, los criminales llegan hasta a los museos, como sucede en el Museo de Cera de Madrid, donde la galería de delincuentes célebres ha crecido tanto que de algunos sólo se expone la cabeza. Personalmente, entre todas esas cabezas la que más me impresiona y me indigna es la de Mark David Chapman, el asesino de John Lennon. El repugnante Chapman -ese hombre de gafas ahumadas y sonrisa babosa que mira, en una foto siniestra, al autor de Imagine mientras éste le firma un autógrafo, en una imagen tomada pocas horas antes de que acribillara al cantante en el portal de su casa, el famoso edificio Dakota de Nueva York- también mató a Lennon para hacerse famoso, tal vez quería ser un icono cultural y por ese motivo aseguró que había disparado sobre el genio porque se lo había dicho desde dentro de su novela Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
La viuda de John Lennon, la vilipendiada y admirable Yoko Ono, recorre el mundo, desde hace cuarenta años, con su talento y con un mensaje de paz. Su talento, exquisito, la ha llevado a montar algunas de las exposiciones y performances más arriesgadas, bellas y sutiles que conozco, y a hacer una serie de películas fascinantes, difíciles de ver e imposibles de olvidar, en las que ha filmado cosas tan complicadas de filmar como la dignidad de la que habla Bob Dylan: la muerte, el paso del tiempo, el miedo, la felicidad... Hace años, en una exposición suya que se celebraba en Zaragoza y rodeado por piezas tan sutiles como un homenaje a las víctimas de las dictaduras latinoamericanas que estaba hecho con una sucesión de humildes ataúdes de madera entre cuyos tablones brotaba un pequeño árbol verde, me enamoré de un montaje que reclamaba la acción del público: una gran cruz de la que colgaba un martillo, un cubo de latón, lleno de grandes clavos plateados, y un cartel que invitaba a clavar uno de ellos en las oscuras traviesas. Los clavos que había ido poniendo la gente formaban un conjunto sobrecogedor. Yo también clavé el mío y, cuando supe que los había traído la propia Yoko, dije si podían regalarme otro. Aún lo conservo.
Ahora, Yoko Ono ha llegado a Londres y ha alquilado, por una pequeña fortuna, una valla publicitaria en pleno Picadilly Circus en la que sólo está escrito, palabras negras sobre fondo blanco, un verso de Imagine: 'Imagina a toda la gente viviendo en paz'. Ya lo había hecho antes en Nueva York y en Tokio y sería maravilloso que pudiera hacerlo en Madrid, que pudiese traernos ese mensaje puro, hacernos sentir que íbamos, como dice Góngora, 'entre espinas crepúsculos pisando'. No sé si pedirle eso al alcalde, pero ahora que se celebra el centenario del Real Madrid, se me ocurre pedírselo a un hombre que me inspira confianza, Jorge Valdano: ¿por qué no le dejamos el césped del Bernabéu a Yoko? ¿Por qué no proyectan su hermoso mensaje antes de un partido, o lo ponen en el vídeomarcador? Deporte y paz forman una buena pareja. Hemos perdido la primera copa. ¿Por qué no sustituirla por el último sueño?
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