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Columna
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¿A mí?

Como nos molestamos los unos a los otros inevitablemente lo más agradable y civilizado sería que pudiéramos solucionarlo en lo posible con buena voluntad y con diálogo, pero siempre acabamos recurriendo a las broncas, las multas y otras represiones disuasorias para hacer soportable la convivencia.

Con los niños no tenemos problemas, se les regaña si ocasionan un desaguisado, si molestan, o, sencillamente cuando se está de mal humor. En plena pubertad ya se lo piensa uno antes porque sus reacciones pueden ser tan desconcertantes que podemos salir mal parados; aun así solemos arriesgarnos a decirles que miren por donde van, o que no tiren porquerías al suelo o que no jueguen al fútbol contra una pared encalada o contra una fuente pública; lo más que puede pasar es que nos suelten una impertinencia y les volvamos la espalda con mucha dignidad.

Con los jóvenes hay que armarse de valor porque sus razonamientos van por derroteros que sólo ellos conocen. Por ejemplo, se supone que todos estamos de acuerdo en que los coches y las motos no puedan aparcar en las aceras, pero algunos jóvenes no lo suponen porque no, y plantan la moto entre los peatones que pasean al anochecer. Hasta ahí puede considerarse casi normal; lo verdaderamente extraño es que cuando uno del grupo comenta que está prohibido, los otros se asombran de semejante arbitrariedad: '¿Y por qué?' El joven civilizado contesta pragmáticamente: 'Porque multan'. De nuevo el asombro repetido: '¿Y por qué?'. 'Porque lo he visto'. 'Es que como esa gente no tiene otra cosa que hacer van poniendo multas donde les da la gana'. Y allí se queda la moto.

A pesar de todo, cualquier edad puede ser más fácil que la de un adulto. Con los adultos puede ocurrir que corten el tráfico cuando y donde quieran porque están trabajando; que a sus hijos no se les pueda suspender ni levantar la voz, ni castigarles porque son unos santos; y que al vigilante que les llama la atención por tocar el cuadro de una exposición lo taladren con una mirada asesina. '¿A mí me va usted a decir...? ¡Vamos, hombre!'. Por eso creo que a veces no se ven vigilantes en los museos.

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