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Reportaje:

Mil nuevos presos al mes

Aquel preso de allí, el del pelo canoso y el jersey azul, aquel que juega plácidamente al ajedrez y hojea de vez en cuando las páginas de un periódico atrasado, se ducha cada día y tiene la celda ordenada y limpia como los chorros del oro, aquel precisamente es uno de los secuestradores de José Antonio Ortega Lara, el funcionario de prisiones que a punto estuvo de morir, de hambre, de pena y de soledad, tras permanecer 532 días encerrado en un agujero. Y este otro preso, en cambio, éste que tiene pinta y modales de mono salvaje, que se encarama a la reja para increpar al fotógrafo, éste que nadie querría encontrarse nunca frente a frente por una calle del barrio y que mantiene con el funcionario una partida continua de miradas desafiantes, éste es un pobre diablo que nunca cometió un delito de sangre y sin embargo lleva toda la vida aquí, en la prisión de Puerto I, la de los reclusos más peligrosos y los funcionarios más curtidos: 'Entré a los 19 años y ya tengo 30. Intenté fugarme y no he salido desde entonces. Once años llevo aquí. Soy drogadicto, tengo anticuerpos del sida y apenas sé escribir. Siempre llevé navaja y nunca se la clavé a nadie'.

La población reclusa asciende ya a 48.614 personas en 72 cárceles. El 22% aún está por juzgar y sólo el 8% son mujeres. El principal delito es el robo
El retrato robot corresponde a un hombre de nacionalidad española, acusado de un delito contra la propiedad, reincidente y consumidor de droga
Según a quién se pregunte, la razón por la que la población carcelaria se ha disparado varía. Interior sostiene que se debe a la eficacia policial
Hay cárceles, como la de Topas, llenas de extranjeros. No hay población autóctona para llenarla y sí presos de otros países a quienes nunca nadie va a visitar
'Lo más duro de la cárcel está ahí fuera y llega los fines de semana. Son las madres de los presos. Ahí están siempre', dice una funcionaria de Puerto I

Así son las cárceles. Lugares difíciles de describir donde al día de hoy viven 48.614 habitantes, una población parecida a la de ciudades como Cuenca, Ávila o Segovia. Se trata pues de una especie de ciudad con 79 barrios -uno por cárcel- donde, menos libertad, hay de todo, y todo quiere parecerse al exterior. De ahí que los problemas que más preocupan fuera -el paro, la inseguridad ciudadana, las drogas o la inmigración- son precisamente los que empujan a la gente a estrellarse contra estos muros. El aumento de la criminalidad en las calles del país -en 2001 se registraron un 10% más de delitos que en el año ante-rior- ya se está notando en la vida carcelaria. Sólo durante el mes de enero entraron en prisión más de 1.000 presos y la tendencia se mantiene claramente al alza. Según las estimaciones oficiales, durante 2002 la población reclusa puede llegar a aumentar en 4.000 internos. Si se tiene en cuenta que, de 1995 a 2000, sólo se incrementó en 100 personas, se puede extraer un dato muy revelador: en el primer mes de este año han ingresando en prisión diez veces más delincuentes que en los últimos cinco años de la década anterior.

Según los datos del Consejo de Europa, España era en septiembre de 2000 el segundo país de la Unión Europea con más presos (114) por cada 100.000 habitantes después de Reino Unido. Los expertos aseguran que, con la actual avalancha de presos, España ocupa ya el primer lugar.

Tres preguntas

Hay tres preguntas por contestar. ¿Por qué se está produciendo un aumento tan vertiginoso de la población reclusa? ¿Quiénes son los nuevos presos? ¿Cómo va a influir esta avalancha en la vida de las cárceles? Este periódico ha visitado las prisiones de Puerto I (El Puerto de Santa María, Cádiz) y Madrid V (Soto del Real, Madrid). También ha hablado con el director de Instituciones Penitenciarias, Ángel Yuste, y con representantes de la judicatura y la policía. Todos coinciden en que el desembarco de extranjeros en España -muchos de ellos en situación irregular y, sobre todo, en precarias condiciones económicas- tiene que ver con el problema, aunque no de forma exclusiva. La mayor llegada de extranjeros a prisión se produjo en 2001. Ahora ya son 11.408, un 23% de la población reclusa total.

Hace sol, es martes por la mañana y el patio de la prisión de Puerto I rebosa de actividad. Unos disfrutan del baloncesto, otros pasean interminablemente de un lado a otro guardando siempre el mismo itinerario e idénticas compañías, mirando al suelo y hablando en voz baja, vigilando a los funcionarios. Dos terroristas juegan al ajedrez. Un grupo de gitanos se arranca por fandangos. Los que se aburren siguen con la mirada al fotógrafo. '¿Qué haces?', le increpa uno. 'Ese no es su problema', zanja muy serio un funcionario, tratándole como siempre de usted. No hay otra cárcel como Puerto I. Aquí llega lo peor de cada casa. Se podría decir que, gracias a esta cárcel, la vida en las demás es más apacible. Aquí están los más duros, los que apuñalaron alguna vez a otro preso o a un funcionario, los que se amotinaron, intentaron fugarse o fueron encarcelados por crímenes horribles. '¿Usted sabe quién soy yo?', pregunta al reportero un hombre de unos 50 años, tez muy morena y pelo negro. 'Yo pertenecí a la banda de los monos azules, pero, claro, usted no se acordará'. Aquí, efectivamente, hay presos cuyas condenas sobreviven a la memoria de sus crímenes.

'A lo que más le tememos es al silencio', dice un funcionario sin dejar de vigilar el patio de la prisión, 'en cuanto notamos que los presos están muy callados, malo; algo están tramando'. Si, por contra, hay ajetreo, buena señal.

'Aquí no tenemos reservado el derecho de admisión', ironiza Ángel Yuste. El director de Instituciones Penitenciarias explica así que el aumento de presos depende más de la policía y de los jueces que de su departamento. No obstante, una avalancha considerable e inesperada del número de reclusos repercutiría negativamente en el funcionamiento de las cárceles. 'Los que aquí viven no son presos, sino que están presos', aclara Yuste, 'y la cárcel no sólo debe pretender que las personas que están dentro sean buenos presos, sino buenos ciudadanos cuando salgan de aquí'. 'De momento', continúa, 'y suponiendo que la tendencia se mantenga, aún podemos responder bien. Hay una reserva de unas 3.500 plazas, puesto que todavía está por inaugurar la cárcel de Villena (Alicante) y tenemos sin abrir algunos módulos de cárceles que ya están en funcionamiento como Zaragoza y León. Vamos a ver qué pasa de aquí a Semana Santa'.

La razón por la que la población carcelaria se ha disparado es distinta según a quien se le pregunte. Un portavoz autorizado de Interior sostiene, como no podía ser de otra manera, que se debe a la eficacia policial, tan denostada últimamente. 'Estamos deteniendo a mucha gente', asegura, 'sobre todo en zonas como Asturias y la Costa del Sol. Allí, y también en Madrid, hay redes internacionales dedicadas al crimen organizado que estamos persiguiendo de manera muy especial'. Sin embargo, y según algunos de los juristas consultados, no es ése el principal motivo. 'Los jueces', asegura un magistrado, 'estamos también preocupados por el aumento de la criminalidad y la sensación de impunidad que existe, así que en algunos casos estamos utilizando la prisión preventiva para evitar que delincuentes reincidentes y sin domicilio fijo -extranjeros sobre todo- se fuguen y esperen su juicio en prisión'. Otro juez achaca precisamente a la situación de la Policía y la Guardia Civil el aumento de la criminalidad. 'Tenga en cuenta estos datos', explica, 'por una parte, tenemos unas fuerzas de seguridad hipotecadas por el terrorismo. Muchos agentes, y sin duda los mejores, están dedicados a combatir a ETA. ¿Cuántos quedan para todo lo demás? No muchos y en ningún caso los más jóvenes o los mejores. Hace 30 años', añade, 'se produjo una entrada masiva de agentes que justamente ahora se están jubilando. Si a eso le añade usted el aumento de la población, la llegada de mafias internacionales y muy preparadas...'.

El módulo de ingresos

El módulo de ingresos es quizá el lugar que más impresiona de cualquier prisión. A la de Soto del Real llegan todos los detenidos de los juzgados de Madrid y de la Audiencia Nacional. Aquí se toman las huellas de cada uno, se le fotografía de frente y de perfil, se le talla y se abre un expediente que se tendrá presente cada vez que el preso salga a juicio, al hospital o a otra cárcel. Es un trajín continuo. 'Este fin de semana', dice un funcionario, 'ha sido un no parar. De los 70 ingresos que hemos tenido, un 80% era gente de fuera. Diecisiete de ellos eran búlgaros, hombres y mujeres, de los que se dedican a robar coches de lujo y chalés'.

¿Es éste el perfil de los nuevos presos? Según Instituciones Penitenciarias, no. El 70% de los últimos 1.000 detenidos sigue siendo español. El retrato robot corresponde a un hombre -entran muy pocas mujeres-, de nacionalidad española, acusado de un delito contra la propiedad, reincidente y consumidor de droga. El segundo delito por el que la gente entra en prisión es el tráfico de droga.

En el caso de los presos españoles, hay un dato terrible, puesto sobre la mesa por Cáritas en un estudio sobre las cárceles: 'El 85% de los reclusos entró por primera vez en prisión antes de cumplir los 20 años. Las vocaciones tardías son muy escasas. A partir de los 30 años sólo entra el 15%. La inmensa mayoría de los presos son reclutados sistemáticamente entre grupos de población para los cuales el paso por la cárcel es casi inevitable y obligado'.

Casos como el de Antonio Camacho, el dueño de Gescartera, que el lunes pasado repartía las lentejas del menú entre sus compañeros de Soto del Real, no son precisamente lo más habitual. Aquí hay más gente del tipo de Rafael, madrileño de 32 años. Le cayeron nueve años -la condena típica del tráfico de drogas-y aquí está, resignado, construyendo conductos de aire acondicionado en uno de los talleres de la prisión. 'Trabajo para que se me olvide que estoy aquí', dice Rafa con una media sonrisa, 'la droga es un negocio difícil donde hay muchos chivatos, envidiosos, traidores. Yo vivía bien con el trapicheo, pero un día quise pasar a mayores y me pillaron. Alguien se chivó. Me acuerdo mucho de lo que hay fuera, sobre todo cuando cada tarde vuelvo a mi celda y me quedo solo. Me acuerdo de mi padre, que viene a verme todos los fines de semana, y de mi madre, que ojalá nunca se llegue a enterar de dónde estoy, y de mi novia, que se cansó de venir a verme y se fue con otro'.

También hay gente como Joaquín Martínez. Tiene 34 años y un hijo. Es simpático, habla corto, alto y claro: 'Necesitaba dinero, cometí un error y lo estoy pagando. Estoy deseando salir'. No es tan habitual que los presos hablen así, abiertamente, con nombres, apellidos y fotografías de por medio. A los que aceptan, los funcionarios les piden que firmen un papel dando su consentimiento. 'Muchos no quieren aparecer', dice una funcionaria, 'para que no les vaya a reconocer alguna víctima y les caiga un delito por el que no fueron juzgados'. No es el caso de Joaquín, que está limpio. Ni el de Manuela, que llegó al aeropuerto de Barajas en un vuelo procedente de Bogotá y no le dio tiempo de visitar Madrid. La Guardia Civil sospechó que en su cuerpo traía un alijo de coca y aquí está, contando los días -muchos, demasiados- que le quedan por volver, trabajando en el taller de confección, ganando 40.000 pesetas al mes que manda íntegramente a Colombia para que sus hijos coman y sigan creyendo que su madre volverá más pronto que tarde o los traerá para que conozcan este país tan bonito que se inventa en cada carta.

Víctimas de los traficantes

'No hay derecho a esto. ¿Para que tenemos a estas mujeres encerradas? Es un castigo absurdo con el que todos salimos perdiendo'. Quien piensa así es un ex alto cargo socialista de Instituciones Penitenciarias. 'Estas mujeres', continúa, 'y muchos de los hombres que detienen en Barajas con droga oculta en su cuerpo o en su equipaje son las víctimas del negocio. En algunos casos vienen porque necesitan el dinero, pero en otros son engañados directamente, traídos a España bajo la promesa de un trabajo legal, sin saber que en el equipaje les han colocado la droga. Llegan aquí, los detienen y los condenan automáticamente a nueve años de prisión, de los que cumplen seis o siete. Para ellos, una temporada terrible, y puede que irreparable, en la cárcel. Para nosotros, un gasto y una crueldad innecesaria. Son gente que nos cuesta casi cuatro millones al año y que luego no se puede reinsertar por cuanto la Ley de Extranjería dispone que sean expulsados al día siguiente de recobrar la libertad. ¿No sería mejor que cumplieran la pena en su país?'.

Hay cárceles, como la de Topas (Salamanca), llenas de extranjeros. No hay población autóctona para llenarla y sí presos de otros países a quienes nunca nadie va a visitar. De sus 1.432 habitantes, 807 son de fuera. Hay nigerianos, moldavos, italianos, portugueses, franceses, asiáticos... cada uno con su cultura, su religión, su comida y sus cultos. En el taller de confección de Soto del Real, todas las mujeres menos una son de Colombia. Ninguna de ellas tiene el aspecto de haber delinquido anteriormente. Hicieron el viaje de la droga. Y les salió mal.

Las cárceles son un espejo roto de lo que hay fuera. En esta ciudad de 72 barrios y casi 50.000 habitantes se puede ver la evolución del país en los últimos años. En un tanto por ciento muy alto se trata de prisiones nuevas y razonablemente confortables donde los presos pueden estudiar, trabajar, hacer deporte y reclamar una atención sanitaria digna. Hay también callejones oscuros donde habitan los presos irrecuperables, testimonios del pasado. También existen barrios -la prisión de Soto del Real- donde las mujeres que cumplen condena pueden vivir acompañadas de sus hijos, algunos de ellos nacidos en prisión.

¿Y qué es lo más duro de la cárcel, qué es a lo que todavía no ha conseguido acostumbrarse? La funcionaria de Puerto I, habituada a tratar con los asesinos más crueles, con tipos imposibles que nunca podrán escapar de su callejón sin salida, apenas necesita un segundo para responder. 'Lo peor de la cárcel no está aquí dentro. Lo peor de la cárcel está ahí fuera y llega los fines de semana. Son las madres de los presos. Ahí están siempre. Haya hecho el hijo lo que haya hecho. Siempre están. Nunca fallan'.

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