Arte que no es 'arte'
El proyecto de toda actividad artística es la regeneración de su lenguaje, lo mismo que Shakespeare o Joyce regeneraron el inglés, si bien en el caso de este último hay una clara actitud 'antipoética' como la tuvo en su día Marcel Duchamp cuando se planteó, tras ocho años de trabajo dedicados al Gran Vidrio, responder al interrogante que él mismo se había planteado en una nota fechada en 1913: ¿se pueden hacer obras de arte que no sean obras de 'arte'? Es la misma idea de una misteriosa fuerza femenina pasiva (que consiente) y activa (que desea) presente en La mariée mise à nu par ses célibataires, même, semejante a una gran máquina agrícola que proporciona gasolina (perfume de amor) con el fin de excitar el deseo de unos moldes 'málicos' -los solteros que reaccionan y obedecen-. Una gran fantasía erótica sin rival que Sherrie Levine destruye por 'apropiación' en su pieza The bachelors (after Duchamp) (1990) cuando encierra en cinco urnas de cristal y madera a esas caprichosas piezas de ajedrez como carcasas huecas e inertes, libres de sus tareas eróticas, incapaces de deslizarse, rechinar y culminar el deseo.
CAIXAFORUM
Colección de Arte Contemporáneo de la Fundación La Caixa Avenida del Marqués de Comillas, 6-8 Barcelona Hasta el 2 de mayo
Aquel 'retrato cómico e infernal del amor moderno' -como definió Octavio Paz al Gran Vidrio- contesta afirmativamente a la cuestión del gran pensador antirretiniano que ya para siempre, y ayudado por Warhol, cambiaría el curso del arte occidental de la segunda mitad del siglo XX. Levine juega con la historia y sus intenciones, lo mismo que Martin Kippenberger en Love me and leave me and let me be lonely (1989), pero en el caso del artista alemán con una elaborada estética feísta. Son dos de las piezas presentes en la recién inaugurada colección de la Fundación La Caixa a las que se suman 70 más, repartidas en las tres salas que conforman una de las colecciones de arte contemporáneo más importantes de Europa. Caixaforum involucra totalmente a su audiencia en las posibilidades derivadas de aquel arte conceptual precursor: el pop art, el minimal, la performance, el procesual, el povera, la nueva abstracción, el multimedia y todas las tendencias derivadas de la posmodernidad. La memoria, el cuerpo y la identidad, la ironía, el humor y la poesía, la tristeza, el dolor y la muerte son algunos temas que aparecen en estas obras con persistente ambivalencia y desde expresiones y visiones diferentes.
Un total de 67 artistas actúan co-
mo agentes de esa revelación plástica que muchas veces se convierte en una interpretación de la naturaleza humana. Podemos ver el gran muro abierto de Kounellis hecho de madera y piedras pintadas (1985) que es como una especie de vanidad detenida; o el Dionisio Aeropagita-El orden de los ángeles (1984-1986) de Anselm Kiefer, un gran paisaje requemado pero lleno de esperanza, tan sincero moralmente que deja callada definitivamente a otra gran tela con la que dialoga, Amour fou (1984), de su sin par imitador, Miquel Barceló. Ilya Kabakov cree en la ficción y nos deja un espacio para anhelos trascendentes. En la habitación titulada For sale (1993), el visitante puede encontrar su 'yo' mientras circula entre muebles viejos cubiertos de sábanas y otras fantasmagorías que casi inducen a una incomodidad palpable. El 'espacio del dolor' de Beuys (1983) comunica la angustia de los vivos con la de los muertos: a pocos metros, la instalación de Boltanski nos enfrenta con los archivos gráficos de El Caso (1989) en un paisaje macabro de rostros en los que asesinos y víctimas están mezclados. Elena de Rivero envía 300 impúdicas 'cartas a la madre' (1993-1995) y Andreas Slominki, fiel a sus trampas, arrastra los restos de una vida precaria con una bicicleta de 'clochard' (sin título, 1994). Cindy Sherman se autorretrata como una Salomé (sin título, 1990), siempre hilando fino en sus observaciones sobre la imagen social de la mujer, mientras Doris Salcedo muestra en Desterrado: la túnica del huérfano (1997) -una mesa cubierta en uno de sus lados con una tela tejida con su propio pelo- el virulento dolor de los cuerpos rotos que alimentan aversiones y albergan deseos. Mientras Susana Solano construye una jaula de hierro y plomo, Senza Ucelli (sin pájaros) (1986), Thomas Schütte les prepara nidos más confortables en For the birds (1997), tres 'jaulas' de madera dispuestas sobre unas mesas que recuerdan la poética de la serenidad metafísica. La Casa de Pinocho/pierna torcida (1994), de McCarthy, remite al orden familiar patriarcal como lugar de profundas perturbaciones bajo la apariencia inocente de un muñeco en su lecho. Franz West (Los peces deben nadar, 1994) reta al visitante con sus 'esculturas mueble' alejadas de solemnidad. Y Gober, exquisito, recoge en dos lavabos (sin título, 1985) sus tempranas experiencias en relación con la higiene y la defecación. Sus paráfrasis siniestras del cuerpo humano se repiten, como defensor de los grupos oprimidos, en el papel pintado que cubre la pieza de Kippenberger antes citada, en la que un negro ahorcado y un blanco que hace musculación sirven para reformular las emociones del artista. Los Polke, Richter, el Rollins & K.O.S, los Halley y el Ryman son una verdadera delicia, sin olvidar los poderosos povera de Mario Merz, el iglú titulado El camino para venir aquí (1986), la Sala rojo púrpura (1992) de Spalleti y el Círculo catalán (1986) de Richard Long, que dialoga con gran sensibilidad estética con los Surcos con luz plateada de Hernández Pijuán. Todo un triunfo del arte sobre su propia vulnerabilidad.
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