Un Shakespeare demoledor
Tuve ocasión de verlo en su estreno en el Festival de Salzburgo del pasado verano. El Macbeth de Calixto Bieito se cocía allí a fuego lento en medio de una polémica recalentada por la prensa. Fue un estreno tenso. En una escena, de pronto, se oyó a alguien gritar: '¡Esto ya es demasiado!', y una parte considerable del público se puso en pie y abandonó la sala con estruendo. Cierto que, a cambio, los aplausos de quienes se quedaron fueron más entregados y, sin duda, más emocionantes. Para mi gusto, fue un montaje admirable, y uno de los mejores de Calixto Bieito. Aunque con unos actores de una calidad germánica, tan duros, tan despiadados, que el Macbeth parecía mascarse en odio.
Macbeth
De William Shakespeare. Dramaturgia y dirección: Calixto Bieito. Intérpretes: Mingo Ràfols, Roser Camí, Miquel Gelabert, Nacho Fresneda, Borís Ruiz, Carles Canut, Chantal Aimée. Teatro Romea. Barcelona, 25 de febrero.
La sensación que da el montaje barcelonés es la de que Bieito se ha divertido más, ha contado con una mayor complicidad por parte de los intérpretes y ha podido hacer que el cinismo se transforme, de vez en cuando, con un toque grotesco que obliga a la carcajada. Están soberbios enfundados en sus maneras y actitudes de mafiosos latinos, jugando a las referencias cinematográficas. No en vano, y aún más tratándose de Shakespeare, es un montaje en el que lo determinante sucede en silencio, o entre canciones pegadizas, con un punto hortera, que cantan (mal) todos.
La pregunta para los shakespeareanos es si Bieito ha transgredido todos los límites. ¿Está Macbeth o no está Macbeth en escena? Bieito ha hecho un concienzudo trabajo de demolición, eliminando personajes, añadiendo otros, reinventándose algunos, introduciendo morcillas y dejando sólo unos pocos parlamentos. Ha hecho una labor de reinvención para dejar intacta la esencia de la tragedia de modo que sea más cercana a la sensibilidad, cinematográfica, del público actual.
Lo importante es la traducción espacial y el tempo tan moroso, tan lleno de vacíos. Los actores parecen actuar siempre fuera de foco, de una forma tan extraña a las reglas del teatro que, hasta que la pieza te atrapa en las redes que va tendiendo, produce un efecto de extrañamiento. Shakespeare está, en unos pocos parlamentos, intacto. En boca de unos individuos tan zafios, textos tan elevados suenan a maravilla. Son versos que jamás dirían mafiosos embrutecidos por el alcohol y los crímenes sangrientos. Ellas convertidas casi en furcias. Y sin embargo resuenan como campanas en la noche, dejando un eco persistente en el silencio.
Los actores están soberbios. La suya es una entrega radical. Ahí están Mingo Ràfols (Macbeth) y Roser Camí (Lady Macbeth) sumergiéndose en el fango, drogas, alcohol, sexo, sangre. Este Macbeth hay que situarlo entre los mejores montajes que se han visto en Barcelona. Además, sin polémica.
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