Su majestad, el piano
A los 31 años, el que fuera niño prodigio se ha convertido en un referente indispensable del panorama pianístico internacional. Y su audición en directo confirma que no se trata únicamente de un virtuoso, sino de un gran músico. Desde los primeros compases del Bach/Busoni (BWV 564) inicial, se hizo patente que no trataba de recrear al Bach del órgano o al del clavecín, sino que apuntaba directamente a la lectura que del Kantor de Leipzig hiciera Busoni, lectura donde el piano se ha convertido ya en instrumento rey, y Bach se utiliza para servirlo. Porque, cuando se desea un Bach auténtico, no cabe recurrir al arreglo de Busoni. Del órgano se conservó sólo la majestad, y del Barroco la coherencia. Si en la toccata debería destacarse la articulación impecable, en el adagio fue la dulzura extrema, y en la fuga el picaresco y rutilante contrapunto. Con la Sonata op. 11 de Schumann lució el pianista una admirable capacidad para superar los endiablados pasajes rápidos, y una musicalidad intuitiva que le permitía resolver cambios de atmósfera sin problema alguno. El aria fue tan ensimismada, delicada y flexible como el adagio de Bach, mientras que los dos últimos movimientos, sin un solo roce, se hicieron con deliciosos pianissimi subiendo vertiginosamente al forte, y remansos de sonido casi acuático que se precipitaban en auténticos infiernos sonoros.
Ciclo de grandes pianistas
Evgueni Kissin. Obras de Bach/Busoni, Schumann y Musorgski. Palau de la Música. Valencia, 25 de febrero.
La segunda parte del programa se llenaba con los Cuadros de una exposición, en la versión original de Mussorgski. Kissin continuó exhibiendo una mano izquierda autónoma, poderosa y tan nítida como la derecha. El uso imaginativo del pedal le ayudó en la recreación evocadora de cada número. La solemne Promenade inicial fue metamorfoseada, como corresponde, para integrarla en cada uno de los cuadros. Es difícil describir la callada poesía con que el ruso supo describir el viejo castillo, la ligereza de los juegos en las Tullerías o el tremendo peso de la carreta de bueyes (Bydlo). Aunque lo más conmovedor, quizás, fuese la agitación de los pollitos saliendo del cascarón, donde el aleteo y el colorido no estuvieron en absoluto desprovistos de ternura. Vértigo de las voces femeninas en el mercado, lúgubre atmósfera de las catacumbas, acidez sonora para la bruja Baba-Yaga, acordes tremendos de la Gran Puerta de Kiev: aquello parecía un catálogo de sonoridades pianísticas que, sin embargo, y a pesar del extremado virtuosismo, tenían siempre una razón de ser y no aparecían como exhibición innecesaria. Los bises culminaron con la paráfrasis que Liszt hiciera sobre Rigoletto, en medio de un público entusiasmado. Evgueni Kissin puso sobre el tablero todo lo que la moderna técnica pianística ha llegado a conseguir, sin renunciar por ello a las grandes tradiciones interpretativas, donde la escuela rusa no es pieza menor. En definitiva: toda una apología del piano y una lección sobre la forma de tocarlo.
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