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Columna
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Savimbi

En 1974 estuve en la universidad de Lisboa. Era tiempo de vacaciones, pero había gran actividad de mítines y esperanzas en aquel primer agosto de libertad después de 42 años de salazarismo y sus apéndices. Conocí allí a varios estudiantes angoleños que militaban en el MPLA, y que me contaron las atrocidades que los soldados de Portugal cometían en la inmensa y rica colonia. Dos años después, Angola alcanzó la independencia y al poco estalló una guerra civil interminable que ya ha ocasionado la muerte a más de un millón de angoleños, lo que viene a ser el diez por ciento de su población. También esta insidia loca ha producido más de cien mil mutilados a causa de las minas antipersona, muchos de ellos niños. Dos clanes han sostenido esta carnicería. Una, el MPLA gubernamental y prosoviético. Otra, la UNITA, una formación de base étnica dirigida por matones amigos de los gobiernos otrora racistas de Sudáfrica. Líderes de ambas bandas llegaron a un pacto en 1992. Hubo elecciones y perdió la UNITA. Su dirigente, Jonás Savimbi, rompió la baraja tras la derrota y volvió así la guerra que nunca se había ido del todo, y la muerte regresó a las calles de Cabinda y de Luanda, de Lobito y de Benguela, de Huambo y de Bailundo y de la modesta ciudad de Gabela. La destrucción todo lo pudo, y por eso hoy, tras un cuarto de siglo de matanzas, Angola es una tierra donde casi todos son pobres o lisiados, y la ironía viene de que el país es rico en extensión, clima, oro, diamantes y petróleo. Es decir, que sus doce millones de vecinos mártires podían vivir muy bien, a poco que la cordura se hubiera instalado en los cerebros y en los fusiles del MPLA, y, sobre todo, de la UNITA, que era quien, normalmente, iniciaba las hostilidades. La rapiña y la demagogia de los antiguos revolucionarios ha desarbolado al joven estado angoleño. No fueron los presidentes de Estados Unidos los culpables de esa catástrofe, ni tampoco la OTAN, ni siquiera el neoliberalismo. De aquellos sátrapas históricos, Jonás Savimbi fue el peor de todos, también el más carismático. Ojalá su muerte sea anuncio de la paz y de justicia para aquel país africano, que también es ibérico.

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