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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Fundamentalismo laico

Barcelona se prepara para unas semanas inolvidables. Nos espera un mes de marzo en el que tumultos, manifestaciones, partidos de fútbol, restricciones de tráfico y visitas de gente importantísima congregarán unos cuantos ojos sobre nosotros. Y ya sabemos lo sensibles que somos aquí en esto de chupar cámara, con perdón por utilizar una expresión tan basta y coloquial.

Estar en el mapa ha sido, de toda la vida, una obsesión ciudadana, generación tras generación. Así que nuestros responsables -me consta- se preparan para lo que consideran como una reválida. Alguna autoridad significada ha hecho alusión a que estos días 'estará en juego la imagen de Barcelona'. Nada menos. Los preparativos van tan en serio que hasta se planea una justicia rápida en previsión de que los alborotadores desborden las medidas preventivas dedicadas a proteger a la gente importante que tomará decisiones por todos. Por lo visto, estas cosas son las que suceden en las grandes capitales del mundo cuando se reúnen un puñado de dirigentes poderosos. Aquí tenemos poca práctica, así que, como sería una fatalidad que se nos viera el plumero provinciano, los preparativos también adquieren carácter de acontecimiento. Y se ha decidido que se transmita una imagen de ciudad abierta, tolerante.

Vaya por Dios con los complejos que acarreamos. Como solían decir los grandes burgueses, 'lo que importa es quedar bien'. Esa es la mentalización que se nos pide, en la misma línea de lo que fueron en su momento los Juegos de 1992. ¿Daremos la talla? Esta incógnita debería hermanar lo que se cree que es el barcelonés de pura cepa, es decir, burgués hasta la médula, aunque contradictorio.

Lo que nos espera, sin embargo, no son unos Juegos Olímpicos precisamente, sino algo mucho más interesante, complejo y, si sabemos percatarnos bien de lo que ya sucede, arriesgado. Todo encuentro con el mundo exterior es siempre complicado, pero ahora mismo cualquier roce, como diría Huntington, puede dar pie a 'un choque de civilizaciones'. No exagero, observo.

Observo cómo gana terreno un fundamentalismo laico que reduce la cultura, la vida y lo que nos rodea a una cuestión moral de buenos y malos. El caso de la pobre Fátima, con su pañuelo a cuestas, ha dado pie, por ejemplo, a un despliegue de integrismos democráticos, feministas y hasta constitucionales: se ha juzgado con severidad de símbolo provocador ese pañuelo en lugar de fijarse en que tanto los niños árabes como los de todas partes del mundo uniformizan sus pies con unos zapatos deportivos de innombrable marca norteamericana. Una marca que en 1996 -no existen datos actualizados- ganó 6.500 millones de dólares, de los cuales 20 millones fueron a parar a la superestrella Michael Jordan, imagen de la firma, mientras la vietnamita Le Thi cobraba 500 dólares por su trabajo de todo un año fabricando zapatos. Es decir, tenemos la sensibilidad a flor de piel en cosas que, tal vez, no merecen el esfuerzo.

Sólo vemos la punta de un iceberg y no nos adentramos en su masa sumergida. Sólo faltaba que ahora se nos advierta, con total desfachatez, de que una oficina oficial del Gobierno norteamericano dará noticias falsas. ¿Qué tiene que ver esto con los acontecimientos que se preparan en Barcelona? Mucho. El mundo exterior ya nos ha invadido. Las empresas no españolas ya aportan el 40% del empleo en Cataluña, según un reciente estudio. Nosotros ya somos el exterior, hecho a imagen y semejanza de una moda poderosa: un provincianismo rústico-global puritano de cuidado. Por eso está muy bien que, desde aquí, intentemos apuntarnos a esa horrible expresión que es tolerancia. La verdadera incógnita estará en si conseguiremos hacer de eso material tan propio como exportable.

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