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AJEDREZ/SIETE ASES EN LINARES (VI)

Shírov: entre Muehlegg y Leonardo da Vinci

La situación del ajedrecista Alexéi Shírov, español que nació y vive en Letonia, subcampeón del mundo en 2000, se parece a la del esquiador Johann Muehlegg, doble campeón olímpico la semana pasada. Pero otra semejanza le ha convertido en un ídolo universal, el 'Leonardo da Vinci' del tablero: muchas de sus partidas son volcanes de creatividad y belleza. Lo que se espera de él en Linares desde el sábado es ingenio y riesgo. Por tanto, el resultado final es imprevisible.

El título de su libro, que incluye una selección de sus mejores partidas, difícilmente podría ser más adecuado: 'Fuego en el tablero' (Ediciones Tutor, 1998). Y algunas de las frases del prologuista, el gran maestro británico Jonathan Speelman, también dan en el centro de la diana: "Alexéi posee una imaginación verdaderamente extraordinaria, que somete sus posiciones a un proceso alquímico que el resto de nosotros sólo podemos contemplar como atontados bajo el influjo de la más brillante de las lunas".

Si la genética se adecuase a los tiempos, Shírov tendría que haber nacido en 1872, y no cien años más tarde; es un romántico que desentona en el ajedrez pragmático del siglo XXI. Sus admiradores de los cinco continentes no pueden evitar la idea de que Shírov da prioridad a la belleza sobre la victoria. En una clara muestra de su dominio del idioma, él sostiene que ese pensamiento "es una chorrada", y argumenta que lo que más le gusta es ganar, como a todo el mundo. Pero, a menudo, Shírov no gana como los demás: crea obras de arte, que producen torrentes de adrenalina, emoción y pasmo entre los espectadores. De ahí que los organizadores le abran siempre sus puertas: que gane o no el torneo es secundario.

Cabe suponer que buena parte de su genialidad es innata. Pero también es lógico pensar que fue muy estimulada por uno de los jugadores más creativos y admirados de la historia, su paisano Mijaíl Tal (1936-1992), campeón del mundo en 1960, quien le entrenó en su adolescencia. Shírov ya era entonces una de las numerosas estrellas en ciernes que producía la fábrica soviética, y no tardó en consolidarse como un astro que luchaba en cada partida como si fuera un aprendiz.

Incentivado por la perspectiva de conocer muchos países, su otra gran pasión, ganó el Mundial cadete en 1988, se hizo profesional en 1989 y se casó con la argentina Verónica Álvarez en 1994. Ese mismo año subió hasta el tercer puesto de la lista mundial tras compartir con Gari Kaspárov el 2º de Linares, detrás de Anatoli Kárpov. Se instaló en Tarragona, se hizo español, tuvo una hija y se adaptó tan rápido como pudo a su nueva vida.

Todo iba muy bien y, con algunos altibajos, Shírov llegó a su cénit en 1998, cuando derrotó en Cazorla (Jaén) a Vladímir Krámnik en la final de candidatos al Mundial oficioso, lo que le convirtió en el aspirante al título de Kaspárov. Pero ahí empezó un periodo muy amargo: primero, el divorcio, e inmediatamente después el desprecio de Kaspárov, quien le calificó de "un rival poco comercial" y buscó patrocinadores para defender el título frente a Viswanathan Anand, que rechazó la oferta, y después contra Krámnik. Éste destronó a Kaspárov en octubre de 2000 tras un duelo que disputó gracias a la flagrante injusticia cometida con Shírov.

Para entonces, el español había superado los disgustos y volvía a brillar, lo que le permitió llegar a la final del Campeonato del Mundo oficial en Teherán frente a Anand, quien sin embargo le ganó con claridad. Hace dos meses, en el Mundial de Moscú, el indio volvió a ser el verdugo de Shírov, muy cansado en los cuartos de final por la energía gastada en las rondas anteriores.

Casado con la jugadora lituana Viktoria Cmilyte, padre de otro niño, instalado de nuevo en Letonia pero compitiendo con la selección española, Shírov sigue siendo admirado por millones de aficionados porque su tablero continúa produciendo fuego con frecuencia. En noviembre, a raíz de una noticia publicada por el diario 'Marca', no confirmó ni negó que pensaba en la conveniencia de volver a ser letón, quizá por la incomodidad de tener que vivir en su país natal con un visado de turista. Para su legión de admiradores, el pasaporte que use es mucho menos importante que la calidad de sus partidas.

Ahora, a los 29 años, es el 9º del mundo, pero todo indica que puede volver al borde de la cima. Tiene, sin embargo, dos asignaturas pendientes, y ambas son difíciles: completar el ingenio a raudales con la imprescindible regularidad, y romper el bloqueo psicológico que ha provocado un balance asombrosamente negativo frente a Kaspárov: catorce derrotas, diez empates y ninguna victoria en las 24 partidas disputadas entre ambos desde 1992. En Linares, desde el sábado, Shírov afronta una buena oportunidad de superar esos dos listones.

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