Regreso al pasado
Esfuerzo, familia, trabajo, mérito, capacidad son todos ellos valores que caracterizaron a sociedades en pleno desarrollo industrial, fueron los valores por excelencia de las generaciones de los años cincuenta. Si estructuramos las sociedades en función de sus recursos y su estructura de poder, estos valores, que hoy parecen reivindicarse, pertenecen a sociedades que se sitúan a medio camino entre la producción y el consumo, entre la sociedad industrial y la sociedad de servicios, y en las que predomina la organización y la autoridad racional. En definitiva, sociedades un poco alejadas de la sociedad del conocimiento. Esa sociedad que hace tiempo, tanto Aznar como Zapatero, han incorporado a sus agendas y programas políticos.
Sin embargo parece que fue ayer cuando esos mismos políticos reivindicaban otro conjunto de valores, más propios de las sociedades más desarrolladas, hablaban de la mujer, la ecología, la amistad, la solidaridad, el diálogo, la comunicación. Son valores que caracterizan a las sociedades de servicios, las que han pasado la barrera industrial y la vieja racionalidad organizativa.
¿Qué les pasa a nuestros políticos? No puede ser que estén tan confusos, tan despistados. Hablan de revitalizar el valor del trabajo, del esfuerzo, de la familia, el orden al tiempo que nos muestran sus planes y proyectos para la sociedad de la información, del consumo, del ocio, del viaje frente a la quietud ¿Por qué mezclan valores de la época de la industrialización con los nuevos valores, esos que los sociólogos utilizando un atajo intelectual resumen en valores postmaterialistas?
Algún elemento no consciente debe estar jugándoles una mala pasada. Quizá el susto ante una juventud, que vive al margen de la vida de los adultos, que ha convertido la calle, la noche, la espontaneidad y la camaradería colectiva en el escenario de sus vidas, ha hecho saltar las alarmas políticas. Sin embargo, esos hábitos de la juventud no son nuevos, ni eran desconocidos para nadie, incluidos los políticos. ¿Por qué entonces su reacción? ¿Por qué el partido en el poder apela a la ley seca? No se sabe muy bien si para evitar el botellón o para ayudar a la economía ¿Y por qué el líder de la oposición apela al esfuerzo, al trabajo, a la familia? Precisamente en un momento en el que el esfuerzo es compatible con la diversión, el trabajo cambia de formato y se convierte en autorealización personal, y la familia se transforma en estilos familiares diversos.
Existe un mecanismo no consciente mediante el cual nos agarramos a un hecho para explicar todos los males que nos aquejan. Quizá este mecanismo es el que está invadiendo a nuestros políticos. La juventud aparece como el chivo expiatorio que permite explicar y canalizar gran parte de los problemas que tenemos. Pero sobre todo les permite dar marcha atrás, reivindicar viejos valores, sin que nadie pueda tacharles de políticos trasnochados.
La transición política permitió modernizar nuestro estado, las autonomías dieron cierto margen de libertad a cada ciudadano y a las distintas comunidades. Una libertad y autonomía que parece estar llegando al final de sus posibilidades. Además estamos al mismo tiempo inmersos en una política internacional de globalización. Hay que tomar decisiones y plantear nuevas metas. En ese contexto, la clase política y las instituciones andan erráticas, sin saber por donde tirar, sin una determinación clara. Tan pronto se desplazan hacia el polo de las sociedades postindustriales como al extremo opuesto, el de las sociedades modernas actuales. Es una especie de ciclotimia política de la que no logran salir. Hace muy poco tiempo, el partido en el poder, hablaba de la España de las oportunidades ¿lo recuerdan? El partido de la oposición defendía su versión de la tercera vía. José Luis Zapatero en su rito iniciático del Siglo XXI hablaba de la figura del 'emprendedor', ese ciudadano de la tercera vía que es responsable, autónomo, creativo e innovador.
Los momentos actuales, indudablemente difíciles y controvertidos, con alto índices de delincuencia, organizada y desorganizada, con mafias ya de todo tipo, terrorismos de toda clase y diversidades culturales revueltas, hacen que algunas políticas nacionales inicien una huida hacia delante, como sería el caso de Norteamérica, y en otras, como la nuestra, una vuelta atrás, a lo viejo, a lo ya superado. Algo parecido a lo que Erich Fromm describió en los años treinta. El miedo y la inseguridad, la incapacidad y soledad para tomar las riendas del propio futuro llevan a buscar seguridad en los viejos valores, en las estructuras tradicionales.
Da la impresión que los dos partidos con mayor representación parlamentaria dan la bienvenida a lo nuevo, aunque la desconfianza e inseguridad que produce les lleva a reivindicar los valores de épocas anteriores. No es posible la marcha atrás sin ser tachados de retro, pero parece políticamente correcto encontrar un chivo expiatorio, la juventud, que haga viable defender los valores más tradicionales, sin decirlo, sin hacerlo visible. Y así, mientras Zapatero en una entrevista de hace pocos días, defendía el esfuerzo, la familia y el trabajo, el líder del Partido Popular, arropado de cifras, hechos y alarmas sociales, resalta la importancia de poner frenos y controles a tanto desorden y errores, incluidos los ortográficos, de nuestra juventud.
Pero no sólo le sucede a los partidos políticos, también en los ámbitos sociales, educativos y familiares nos invade la nostalgia del orden, la disciplina, el esfuerzo y la autoridad. Y lo curioso es que en esa nostalgia hasta los propios jóvenes algo nos acompañan, a pesar del botellón. Lo dicho, es un regreso al pasado o, si lo prefieren, una nueva época de conservadurismo social.
Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.
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