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XIX JUEGOS OLÍMPICOS DE INVIERNO | Salt Lake City 2002

El 'harry potter' volante

Simon Ammann, inesperado verdugo de los favoritos en el trampolín

Harry Potter vuela en la ficción, y también en la realidad. Tiene un sosias en Simon Ammann, un joven estudiante suizo, que se ha convertido en una de las estrellas de los Juegos. Llegó a Salt Lake City de milagro, pues tras haber despuntado esta temporada con dos segundos puestos y un tercero en pruebas de Copa del Mundo se cayó hace apenas un mes en uno de los entrenamientos de la prueba de Willingen (Alemania). Se desequlibró y acabó dando con la cara en el suelo. Tuvo conmoción cerebral, una fortísimo golpe en la espalda y aún el primer día de los Juegos, en el trampolín de 90 metros, se le notaban las rozaduras del accidente. Pero cuando subió por la noche al podio, con sus gafas azules, su sonrisa de niño a sus 21 años, y sus gestos simpáticos y ocurrentes, todo parecía haber desaparecido. Había sido tanta la sorpresa que la alegría sólo podía ser su única señal.

¿Cómo un casi desconocido saltador podía haberse impuesto a los grandísimos favoritos, el alemán Sven Hannawald, vencedor de su anorexia, y el polaco Adam Malysz?. Ammann, otro pájaro volador de sólo 55 kilos de peso, fue el que mejor se adaptó a la altitud de los trampolines del Utah Olympic Park, situados a casi 2.000 metros de altura. Aplicó la receta que en un escenario así era fundamental: despegó con mucha más potencia, porque el aire no ayudaba demasiado a los vuelos. Pese a su aparente endeblez, Harry Potter es toda una pequeña masa de músculos, que supo prepararlos y explotarlos tanto como su sangre fría. Porque sus triunfos también fueron un milagro de concentración. No empezó con la presión de los favoritos, pero en cuanto se colocó en cabeza en el primer salto, además de elogiar la sorpresa, hasta los técnicos más optimistas pensaban que no resistiría el peso del liderato en el segundo intento. Y resistió. Y el segundo día, en el trampolín de 120 metros, hizo lo mismo. Asombró a todos, incluidos sus rivales. Sólo el finlandés Matti Nykaenen, leyenda de los saltos, había ganado antes, en Calgary 88, los dos oros. Incluso obtuvo el tercero por equipos, algo que Ammann difícilmente podrá hoy conseguir, porque no hay más Harry Potter en Suiza.

Hijo de campesinos en Ungerwater, un pequeño pueblo de la Suiza alemana profunda, Ammann pronto se aficionó a los saltos. A los ocho años, como si de un finlandés se tratara, empezó a hacerlo tímidamente en el pequeño trampolìn de 30 metros de Wildhaus, cerca de su casa.Pero el técnico que le ha puesto en la mejor forma es Jean-Pierre Egger, antiguo entrenador del lanzador de peso suizo Werner Gunthoer, que estuvo varios años en la élite mundial con marcas por encima de los 20 y 21 metros. 'He mejorado mi físico', ha dicho Ammann, 'pero también mi técnica. He rectificado mi posición de la espalda, que la retrasaba demasiado'. Hasta las declaraciones del saltador fueron mucho más de Harry Potter que de un doble campeón olímpico. Las terminó gritando lo que sentía. Sólo ¡Uaaaauuuuuuuuuu!

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