Costumbrismo alborotado

Digamos que las intenciones de Molina Foix como autor están claras desde el principio, y que sus recursos son un juego de contraposiciones más que de contrapuntos musicales. También se trata de que todo quede clarito desde que se alza el telón. Un comunista de mediana edad (sabemos que lo es porque se deleita todavía escuchando La Internacional en sus horas libres: he ahí una elaborada seña de identidad), convive con su mujer, cantante de ópera semifracasada, y con un hijo de condición homosexual cuya pareja es aceptada sin problemas en la casa. Pronto veremos que la situación es más inestable de lo que parece, y después de algunas peripecias entre el vodevil y el costumbrismo, el padre y el hijo deciden largarse para encontrarse al fin a sí mismos.

Sobre este esqueleto como hilo conductor, Molina Foix propone reflexiones de diverso calado, que surgen del libre albedrío de los personajes más que de necesidades dramáticas de la acción, y que oscilan entre el testimonio y la moralina, siempre con la sugerencia como vehículo: el padre se separará de su mujer en el 25 aniversario de su boda para revolucionarse en otros parajes, la pareja de su hijo se convertirá en líder de un partido tan gay como ecologista (que aquí, por supuesto, es ridiculizado), etcétera. Por esa vía establece el autor un cierto juego de correspondencias. El militante gay acabará corriendo el riesgo de parecerse demasiado al padre de su pareja, quien a su vez se interesará ante su hijo por saber si él tendría algún éxito como homosexual practicante, la madre es por lo común simple observadora de lo que sucede, aunque, comprensiva como es, no se sorprende casi por nada.

Todo este material, y alguno más que contiene el texto, se monta de manera precipitada, un tanto al modo que se llama cinematográfico, mediante breves escenas sobre las que cae el telón o se hace el oscuro como en el fundido de una película, sobre una escenografía que permite ese y otros efectos porque lo fía casi todo al papel de la iluminación (incluso en el brillante minuto final, sin duda lo más destacable del montaje), y con una vivacidad que acaso conviene al carácter decididamente juvenil que tiene todo el asunto. Se nota que, como director, Molina Foix, ha dejado hacer a sus actores, recomponiendo el montaje sobre la marcha, y el resultado es una Magüi Mira que es Magüi Mira, aunque algo más contenida que otras veces, Albert Forner hace de padre comunista, o comunista padre, de manera convincente, a veces algo pasado de revoluciones, Sergi Calleja cumple y Enrique Alcides llegará lejos si no refrena su propensión al exhibicionismo.