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Reportaje:

Adiós a un hombre de club

Muere a los 58 años Ramón Grosso, el heredero en el Madrid del nueve de Di Stéfano

'Chavalín, sólo haz una cosa. Tú miras al gordo, pero al gordo vestido de blanco, claro. Le centras el balón al pie y sales corriendo sin preocuparte de nada más'. Ésa fue la bienvenida de Ferenc Puskas a un joven de 20 años al que Miguel Muñoz, el técnico, acababa de ascender al primer equipo del Real Madrid y al que le cupo el honor, y la carga, de heredar el mítico número 9 de Di Stéfano. Corría abril de 1964. 38 años después, en la madrugada de ayer, José Ramón Moreno Grosso (Madrid, 8 de diciembre de 1943) fallecía en una clínica de Madrid víctima de un cáncer.

Grosso supo sacar provecho del consejo de la leyenda viva que tenía a su lado. Así, gracias a sus combinaciones con él, en su primera temporada completa, la de 1964-65, ya fue el máximo goleador del equipo: 17 tantos en 28 encuentros.

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Pero lo cierto es que Grosso no fue un rematador nato. También fue un todoterreno. Él mismo gustaba de definirse como 'un hombre de club': 'He jugado donde más falta hacía y, siempre que he podido, he ayudado a mis compañeros'. Un obrero, en definitiva, pero un obrero de lujo. Alguien tan inteligente como para no dejarse deslumbrar por el tempranero éxito de la conquista de la sexta Copa de Europa (2-1 al Partizán, en Bruselas, en 1966), y seguir aplicándose la única fórmula que consideraba fiable: 'Trabajo, trabajo y trabajo'.

La victoria europea fue la explosión del Madrid ye-ye, un equipo en transición en el que todavía figuraban algunos jugadores del pasado, como Pachín y Gento, pero en el que ya se daban cita otros que marcarían una nueva época (De Felipe, Zoco, Sanchis, Pirri, Velázquez, Serena, Amancio). Con esa base tan sólida, el Madrid vivió una etapa espléndida. Y, con él, Grosso fue coleccionando un brillante palmarés: siete Ligas, tres Copas y una Copa de Europa. Por supuesto, la selección española también le abrió sus brazos.

El 31 de agosto de 1976, ante el Slavia de Praga y cediendo su puesto a Del Bosque, Grosso colgó las botas a sus 33 años. Pero nunca se desligó del fútbol ni del Madrid. Tenía muchos conocimientos que transmitir a las nuevas hornadas. Y, entre la teoría y la práctica, muchas anécdotas que contar, como cuando creyó que era una broma su cesión a un Atlético agobiado por la amenaza del descenso -eludido al cabo- y en el que debutó en la Primera en 1963 o cuando, recién reincorporado al Madrid, se ganó una bronca por no darse por enterado, porque no le entraba en la cabeza y ni miró la pizarra, que había sido convocado para un partido.

Tiempo después, junto a Amancio, impulsó al Castilla de la quinta del Buitre. Y, en el primer equipo, fue ayudante de Boskov, el propio Amancio, Molowny, Beenhakker, Toshack, Antic y Floro. Siempre estuvo en su sitio. En un segundo plano -últimamente, debido a su enfermedad, como ojeador-, quizá, pero efectivo. Siempre, hasta que el cáncer le puso una zancadilla mortal a sus 58 años.

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