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Columna
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Rosa de los hielos

En los mentideros de esta esquina del mundo que, por abreviar y en un acto de fe, llamamos Granada sostienen los comentaristas que la pena negra que ha supuesto la eliminación a la primera de cambio de la candidatura de Sierra Nevada para los Juegos Olímpicos del año 2010 la va a enjugar el triunfo de Rosa, la cantante prieta y risueña de Operación Triunfo. Es más, cualquier observador riguroso debe convenir que la expectación levantada por la chica de Trasmulas, que de este modo peregrino se llama su pueblo, supera infinitamente la que supuso la avenada hipótesis de organizar unos juegos de nieve.

Si esta teoría es cierta cabe sacar varias conclusiones. La primera, el artificio que representa toda ilusión pública a la vista de cómo una sustituye una a la otra en el corazón de los consumidores. La segunda, que los Juegos fueron una torpe operación que aspiraba al triunfo y que ha acabado a empellones y capirotazos entre los propios patrocinadores.

Piensa este comentarista que todos han mentido o no han dicho la verdad completa o que aparentaron cuando les convino. En realidad, la apariencia y el embuste discreto son técnicas comunes a todos los tipos de fascinaciones unánimes. Prueba de ello es el silencio cómplice que los partidos políticos han mantenido, como si fueran del mismo parecer, hasta que sobrevino el desastre y ganó Jaca. Entonces han aparecido las acusaciones, las sospechas, las comisiones de investigación y los desgarros.

El PSOE inventó la quimera en plenas elecciones y, lo que es más grave, la alimentó a sabiendas de que tras la oficina olímpica no había nada. A pesar de tan evidente artimaña, los restantes partidos secundaron la ilusión de humo hasta el punto de que al final daba la impresión de que creían en ella.

Incluso Los Verdes, tan riguroso en otros casos, llegó a apoyar lo que denominó una 'olimpiada verde', un concepto en sí mismo contradictorio. Al final, quizá para enmendar el error inminente, amagaron dos o tres veces con abandonar un proyecto que más bien los ha abandonado a todos y los ha dejado, por este orden, cariacontecidos y cabreados.

Malos son los programas políticos confeccionados como productos no dirigidos a los electores sino al espectador que cada uno alberga, pues de la misma forma que pueden triunfar y ocupar los primeros puestos entre los preferidos y más vistos se pueden venir abajo por un simple error de mercadotecnia.

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Oigo en segundo plano a Rosa cantar en todas las televisiones y opinar con su ceceo cerradísimo sobre la redención de las clases humildes y aun incultas y no puedo evitar imaginar en cada nota un tipo con esquís que huye mohíno al Circulo Polar y otro sujeto que se desliza por una especie de tobogán hacia las fronteras del frío. A veces escucho un grupo de voces encrespadas y noto el punzón del descalabro. Son los despojos de una ilusión común que ahora ha sido sustituida y superada, según los comentaristas, por otra abstracción: una muchacha convertida en símbolo de una provincia incauta, papanatas y un poco lírica.

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