La vuelta al mundo en Lavapiés
En menos de 20 calles conviven en pleno centro de Madrid comunidades de más de 50 países distintos
Lavapiés es sólo una calle, una plaza y una estación de metro en el centro de Madrid. A efectos administrativos no existe. Las estadísticas siempre hablan del barrio de Embajadores, uno de los cinco que integran el distrito centro. Y a efectos sentimentales, sociológicos y populares, Lavapiés no son más de 20 calles, a 10 minutos andando de la Puerta del Sol, encajonadas entre el Rastro, el museo de Arte Reina Sofía y la plaza de Tirso de Molina. Sin embargo, siendo tan poca cosa, su nombre no ha dejado nunca de airearse en canciones, periódicos, y canales de televisión. Telemadrid ha anunciado para los próximos meses una serie, Living Lavapiés, a cuya selección de actores se presentaron 4.000 jóvenes. El barrio está de moda. Y sus vecinos no aciertan a explicarse la razón. ¿Qué tiene Lavapiés?
'Aquí no vas a ver un McDonald's, ni un Burger King, ni tiendas grandes como Zara'
La rehabilitación está encareciendo el suelo y está echando a la gente más humilde
Sería mejor empezar por lo que no tiene. 'Aquí no vas a ver un McDonald's, ni un Burger King, ni un Vip's, ni tiendas grandes como Zara', explica el director de la editorial Ópera Prima, Antonio Pastor. 'Tampoco zonas verdes apenas, ni ascensores en las casas, porque el 70% de las viviendas no los tiene, ni zonas deportivas, ni una guardería pública', comenta el presidente de la asociación de vecinos La Corrala, Manuel Osuna, cartero del barrio. 'Y sí verás, por ejemplo, un colegio con un 70% de niños inmigrantes'. 'Y que la gente aún se saluda por la calle y que todo el mundo conoce a todo el mundo, como en un pueblo', comenta otro del barrio.
Y ahora llega lo que tiene el barrio: un bar que se llama Casa Juanito donde casi toda la clientela procede de Bangladesh y el camarero apenas entiende español; y a un minuto de allí un banco de madera en la plaza de Cabestreros con una guitarra a la que nadie osa tocar, y su dueño, el cubano Tinito, que se va a un bar, vuelve a la hora, canta y toca, se va y la guitarra sola y nadie la roba. Cuentan en el barrio que una noche de hace unos 10 años el guitarrista Paco de Lucía en su gira por Brasil se quedó prendado de los sonidos que un músico le sacaba a un cajón de madera. Se llamaba Rubén Danta. Paco de Lucía lo incorporó a su grupo y desde entonces cambió el sonido del flamenco. Danta se vino a Lavapiés, y ahí sigue. De vez en cuando coge el cajón y se pone a tocar en la plaza junto al Tinito y junto al senegalés Kasoun Coulibaly, de los mejores percusionistas de Madrid.
Y hay un bar en Lavapiés que se llama El Progreso, reino de los senegaleses, donde estos días acuden a ver la Copa de África de fútbol; y a dos minutos de allí, Lavapiés tiene una librería, la librería Periferia, cuyo dueño, que llegó tres años atrás al barrio, decidió no vender best sellers, ordenó los libros con 'un espíritu crítico', y se hizo con todas las revistas alternativas que uno pueda imaginar; y hay tres casas de okupas donde gente como el percusionista del grupo de pop flamenco Pál Carajo Van conviven en buena lid con doña Carmen, una anciana de 80 años que es la única vieja inquilina de la casa; y hay tres o cuatro compañías de teatro independiente; y pintadas del grafitero El Tono, un artista de la calle que deja no su firma, sino su obra, sus pintadas, por las esquinas de Madrid; y bares con serrín en el suelo al lado de otros donde exponen los mejores fotógrafos de España; y hay decenas y decenas de hispanoamericanos con radiocasetes los fines de semana en plena plazita de Lavapiés; más de cinco teterías, un par de restaurantes turcos y unos 10 marroquíes... y toda una colmena humana en busca de su Camilo José Cela que la retrate. Lavapiés.
A todo ese fenómeno se le ha bautizado con una palabra: multiculturalidad. En efecto, el barrio de Embajadores tenía hace dos años 1.170 ecuatorianos censados, 1.080 marroquíes, 300 chinos, 240 colombianos, 174 filipinos, 100 bangladeshes... Y la librería Periferia vende sudaderas con la leyenda Lavapiés multicultural.
Pero si difícil resulta pronunciar multiculturalidad, más lo es conseguirla. Vale que el próximo 11 de febrero se celebrará el fin del año chino en las calles de Lavapiés; que muchos vecinos han entendido que los marroquíes delincuentes sólo son una minoría y no es justo meterlos a todos en el mismo saco; vale que la sangre sólo ha llegado al río en pocas ocasiones, pero entremos por ejemplo, en el bar Revuelta, donde su dueño, Miguel Revuelta, de 53 años, y su amigo el gitano don Mariano Fernández, de 53, toman copas juntos desde que se bailaba aquello de 'cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés', cuando la plaza era un abrevadero para las bestias, con una fuente donde la gente se lavaba los pies. 'El barrio está que da miedo. Antes, el 90% de mis clientes eran carteristas. Pero apenas había violencia. Ahora te acercas a la plaza y te asustas. Que si moros, que si chinos, que si indios...'.
Lavapiés cuenta con varios restaurantes asturianos de excelente comida y precios impropios de Madrid. Y en uno de ellos, el Lastra, su dueño, Joaquín García Fernández, de 48 años, que llegó a Lavapiés huyendo de la mina de Mieres, no se muerde la lengua. 'La gente no se atreve a decir cuál es el principal inconveniente del barrio. Son los moros. Querríamos que se integre el que viene de fuera, pero habría que preguntarles a ellos si quieren integrarse. Éste es un barrio multicultural, sí. Pero, ¿qué cultura trae la gente que viene?'.
Manuel Osuna, matiza: 'Esos moritos a los que se refiere este hombre ganan un pastón todos los días con sus trapicheos. Están encantados con la policía porque dicen que la de aquí no pega, no como la de Marruecos. ¿Y a esa gente la vas a meter en un taller a ganar 80 o 120.000 al mes?'.
'Es imposible convencerles', contesta el marroquí Ayasi, de 39 años y dueño de un restaurante y una carnicería marroquí. 'Yo los cojo un día y otro y trato de darles consejos. Pero ellos saben muy bien lo que quieren. Y siempre te dicen que es que no tienen papeles, que no tienen trabajo y que no les queda más salida que la calle. Pero, claro: ¿Se fiaría uno de esta gente para darles trabajo? Yo, no'.
'A quienes más daño hacen es a los chinos, porque son muy pacíficos', contesta el senegalés Ibrahim, de 32 años, propietario de una tienda de productos raperos. 'Una vez empezaron a atracar a los senegales y fuimos a por ellos. Somos africanos, igual que ellos y sabemos cómo arreglar estas cosas. Desde entonces no hemos tenido problemas'. 'Nosotros también nos juntamos y fuimos a por ellos hace un año', comenta el chino Li Tie, de 25 años, mayorista de ropa, uno de los 150 comerciantes orientales del barrio. 'Y el resultado fue que cuatro o cinco chinos aún tienen demandas en los juzgados. No quiero este barrio para mi niña. ¿Se puede vivir en un sitio donde hay que mirar hacia atrás a cada momento para que no te pongan una navaja en el cuello?'.
Lavapiés está de moda. Pero ¿qué tiene Lavapiés? Tiene hasta su héroe ya muerto al que rendir culto. Pero sobre todo, tiene un saber reírse de sí mismo, que pocos sitios tienen. ¿Cómo iba a pensar aquel Baltasar Bachero nacido en 1884 y muerto en 1929 en la calle de Salitre, cuando un carromato con caballos percherones cargados de barriles de cervezas iban a atropellar a unos niños que jugaban en la calle, cómo iba a pensar el difunto Bachero, que más de 100 años después, en la propia calle Salitre, esta semana, dos ancianos iban a rememorar su hazaña con guasa:
-Sí, hombre, sí, aquello de Bachero ocurrió entre Leganés y las cuatro de la tarde.
-Vale, ya has dicho tu chiste. Ahora voy a contar la historia. Yo era niño, pero el dueño del carro vivía en mi corrala. Y por lo visto el carro se desbocó y el Bachero, que estaba mojado -en ese momento el anciano apunta con el meñique al cielo y el pulgar a su boca- se interpuso entre los caballos.
¿Qué más tiene Lavapiés? Tiene un proceso de rehabilitación, financiado en gran parte con fondos de la UE. Todos las fuentes consultadas coinciden en que la rehabilitación está encareciendo el suelo y está echando a la gente más humilde. El arquitecto Eduardo Gutiérrez se muestra muy pesimista: 'Los precios se han triplicado en los últimos cuatro años con la rehabilitación. La gente de toda la vida se está yendo. Los artistas también. Y los inmigrantes terminarán yéndose también'. Mientras tanto, la vida sigue en el barrio.
Lo mejor del barrio
Sería impensable escribir de Lavapiés y de sus artistas sin los bares. Manuel F. Torres es camarero y autor del libro de relatos El licor de Lavapiés, que acaba de publicarse él mismo con su dinero. 'Hay por lo menos 30 o 40 escultores y pintores. Son gente que comparte muchas cosas en los bares'. Sin embargo, los fotógrafos, Salvador Bolarín y Sebastián Navarro, dueños del bar Huerta, creen que lo más interesante y lo más rico del barrio no son los bares. 'Quizás cuando menos interesante es Lavapiés sea precisamente ahora que está tan de moda. Aquí se vienen pijazos de Las Rozas, Majadahonda o La Moraleja y se dejan las greñas y se meten de okupas porque el vecino que tienen al lado es el tío más tolerante del mundo, porque ha perdido probablemente a dos de sus hijos con la droga y han aprendido a tolerar. Los que hacen tolerante e interesante el barrio son esa gente de 50 ó 60 años a los que la especulación está echando de aquí. Antes había carnicerías, peluquerías, pequeñas tiendas por todas partes. Y ahora sólo tiendas al por mayor. Sólo quedan bares como éste y la gente que viene de fuera cree que aquí se genera algo, cuando lo bonito del barrio lo encuentra en el carnicero de al lado, que un día me contó la historia de la mujer morena que pintó Julio Romero de Torres. Es una lotera que vive por aquí, guapetona todavía a sus 80 años, pero, por favor, no des muchas pistas, que no quiero que las teles lo jodan todo. El barrio supera en historias y vivencias a la gente que nos vamos incorporando a él'. Aquí vive el editor de Ópera Prima, Antonio Pastor, de 39 años. Llegó, vio y organizó un concurso de relatos cortos sobre Lavapiés. El resultado fue un libro, Lavapiés, cuyas páginas, escritas por unos 15 autores desconocidos y otros tantos de renombre como José Luis Sampedro y Lorenzo Silva, cuelgan de las paredes del bar La Peluquería. 'A mí este barrio me recuerda mucho a un puerto. Es un sitio de paso, las relaciones son breves pero muy intensas. Y hay gente de talento, lo que ocurre es que no se acaba de ver un movimiento creativo como la movida en el Madrid de los ochenta. Y eso que las condiciones sociales son mucho más estimulantes para la creatividad'.
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