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LECTURA

Reflexiones sobre una matanza

El 13 de julio de 1942, los soldados del Batallón de Reserva Policial de Alemania, cuyo comandante era Wilhelm Trapp, un policía profesional de 53 años, recibieron la orden de fusilar a 1.500 judíos en Polonia. Los asesinatos se iniciaron en el pueblo de Józefów. Esa unidad policial estaba formada por 500 hombres de clase media profesional, procedentes de Hamburgo. En la década de los sesenta, 210 de ellos fueron interrogados judicialmente sobre aquel acontecimiento. El autor se pregunta: ¿cómo fue posible que una unidad formada por profesionales se convirtiera en un grupo de asesinos despiadados capaces de semejante atrocidad? A continuación se incluye el capítulo número 8.

En Józefów, sólo una docena de hombres de entre casi 500 habían respondido de manera instintiva a la oferta del comandante Trapp de dar un paso al frente y evitar su participación en la inminente matanza. ¿Por qué fueron tan pocos los agentes que desde el principio declararon que no querían disparar? En parte, fue por lo inesperado del asunto. No hubo ningún aviso previo ni tiempo para pensar, ya que los soldados se 'sorprendieron' muchísimo con la acción de Józefów. A menos que fueran capaces de reaccionar a la oferta de Trapp sin pensarlo, esa primera oportunidad la habían perdido.

Un policía que pidió el relevo tras unas cuantas rondas de disparos: 'Si se me pregunta por qué disparé con los demás al principio, debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'

Igual de importante que la falta de tiempo para reflexionar fue la presión para conformarse: la identificación básica de los hombres de uniforme con sus compañeros y el fuerte impulso de no separarse del grupo al dar el paso adelante. Hacía muy poco que el batallón contaba con todos los efectivos, y muchos de los soldados todavía no se conocían bien; aún no se habían creado del todo los vínculos de la camaradería militar. Aun así, el acto de dar un paso al frente esa mañana en Józefów significaba dejar a los compañeros y admitir que uno era 'demasiado débil' o 'cobarde'. '¿Quién se hubiera 'atrevido a humillarse' ante el grupo allí reunido?', declaró enérgicamente un policía. 'Si se me plantea la cuestión de por qué disparé con los demás al principio', dijo otro que después pidió que lo relevaran tras varias rondas de asesinatos, 'debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'. Añadió que una cosa era negarse desde el principio y otra muy diferente intentar disparar, pero no poder continuar. Otro policía, más consciente de qué era lo que en realidad requería coraje, dijo simplemente: 'Fui cobarde'.

Muchos de los policías que fueron interrogados negaron que hubieran tenido otra opción. Cuando se vieron ante la declaración de otros, muchos no refutaron que Trapp hiciera la oferta, sino que afirmaron no haber oído esa parte de su charla o que no se acordaban. Unos cuantos policías hicieron la tentativa de enfrentarse a la cuestión de la elección, pero no encontraron las palabras. Todo pasó en un lugar y en una época distintos, como si hubieran estado en otro planeta político y los valores y el vocabulario político de los años sesenta fueran inútiles para explicar la situación en la que se habían encontrado en 1942. Bastante atípico a la hora de describir su estado mental esa mañana del 13 de julio fue un policía que admitió haber matado, nada más y nada menos, a veinte judíos antes de dejarlo. 'Pensé que podía dominar la situación y que, de todas formas, aunque yo no estuviera allí, los judíos no iban a escapar a su destino. Para ser sincero, debo decir que en ese momento no reflexionamos sobre ello en absoluto. Sólo años después algunos de nosotros fuimos verdaderamente conscientes de lo que allí había ocurrido entonces. Sólo después se me ocurrió pensar que no había estado bien'.

Además de la fácil racionalización de que el hecho de no tomar parte en las ejecuciones en ningún caso iba a alterar el destino de los judíos, los policías desarrollaron otras justificaciones para su conducta. Quizá la deformación más asombrosa de todas fue la de un obrero metalúrgico de treinta y cinco años de Bremerhaven:

'Hice el esfuerzo y me fue posible disparar sólo a niños. Ocurría que las madres llevaban a los niños de la mano. Entonces, el que estaba a mi lado disparaba a la madre, y yo, al niño que era suyo, porque para mí pensé que, al fin y al cabo, el niño no iba a sobrevivir sin su madre. Se suponía que, por así decirlo, liberar a niños incapaces de vivir sin sus madres iba a tranquilizar mi conciencia'.

Salvador o redentor

Todo el peso de esta afirmación y la importancia de las palabras escogidas por el policía anterior no se pueden apreciar en su totalidad a menos que uno sepa que la palabra alemana para 'liberar' ('erlösen') también significa 'redimir' o 'salvar' cuando se usa en sentido religioso. ¡El que 'libera' es el Erlöser: el Salvador o Redentor!

En cuanto a la motivación y la conciencia, la omisión que más salta a la vista en los interrogatorios es cualquier discusión del antisemitismo. En su mayoría los interrogadores no persiguieron ese tema. Y los antiguos agentes, por motivos comprensibles como acusados en potencia que eran, tampoco estaban impacientes por ofrecer algún comentario esclarecedor por su propia voluntad. Con pocas excepciones, toda la cuestión del antisemitismo se caracteriza por el silencio. Lo que está claro es que la preocupación de los hombres por su prestigio a ojos de sus compañeros no fue igualada por ningún tipo de lazos de humanidad con sus víctimas. Los judíos se encontraban fuera del círculo de la obligación y la responsabilidad humanas de los policías. Por supuesto, una polarización así entre 'nosotros' y 'ellos', entre los compañeros de uno y el enemigo, es habitual en la guerra.

Los judíos como enemigo

Parecía que incluso, aunque los soldados del Batallón de Reserva Policial 101 no hubieran adoptado las doctrinas antisemitas del régimen de manera consciente, como mínimo habían aceptado la asimilación de los judíos dentro de la imagen del enemigo. El comandante Trapp apeló a esa noción generalizada de los judíos como parte del enemigo en la charla que dio a primera hora de la mañana. Cuando estuvieran disparando a las mujeres y niños judíos, los soldados debían recordar que el enemigo mataba a mujeres y niños alemanes al bombardear Alemania.

Si sólo fueron unos 12 policías los que dieron un paso al frente para librarse de la inminente matanza, fueron muchos más los que intentaron eludir los fusilamientos mediante métodos menos evidentes o que pidieron que los relevaran de los pelotones de fusilamiento una vez hubieron empezado. No se puede determinar con seguridad cuántos policías actuaron de tal forma, pero no parece excesivo calcular del 10% al 20% de los que fueron destinados a los pelotones de fusilamiento. El sargento Hergert, por ejemplo, admitió haber dispensado de su tarea a cinco agentes de su pelotón, de 40 o 50 hombres. En el grupo de Drucker-Steinmetz, que fue del que más tiradores se interrogaron, podemos identificar a seis policías que lo dejaron después de cuatro rondas, y todo un pelotón de cinco a ocho guardias que fueron relevados bastante después. Aunque el número de policías que eludieron la tarea o la abandonaron no era por tanto insignificante, este hecho no debe minimizar el corolario de que al menos el 80% de los que fueron exhortados a disparar lo continuaron haciendo hasta matar a 1.500 judíos de Józefów.

Incluso veinte o veinticinco años después, aquellos que sí dejaron las ejecuciones cuando ya habían empezado, en su inmensa mayoría alegaron pura repugnancia física ante lo que estaban haciendo como el motivo principal de su abandono, pero no manifestaron que detrás de esa repugnancia hubiera ningún tipo de principio ético o político. Dado el nivel educativo de esos policías de reserva, uno no podía esperar una expresión sofisticada de valores abstractos. La ausencia de tales principios no significa que su asco no tuviera su origen en los instintos humanos a los que el nazismo se oponía radicalmente y que intentaba dominar. Pero los mismos agentes no parecían ser conscientes de la contradicción entre sus sentimientos y la esencia del régimen al que servían. Por supuesto, el hecho de ser demasiado débil para seguir disparando planteaba un problema para la 'productividad' y la moral del batallón, pero no entraba en conflicto con la disciplina policial básica ni con la autoridad del régimen en general. De hecho, el mismo Heinrich Himmler aprobó la tolerancia de esa clase de debilidad en su conocido discurso del 4 de octubre de 1943 en Posen ante los jefes de la SS. Aparte de exaltar la obediencia como una de las virtudes clave de todos los miembros de la SS, observó de manera explícita una excepción, a saber: 'Alguien que tenga los nervios destrozados es alguien débil. Entonces uno puede decir: 'Bien, ve y cobra tu pensión'.

Un comunista

La oposición motivada política y éticamente, identificada de manera explícita como tal por parte de los policías, era relativamente poco común. Un soldado dijo que rechazaba con contundencia las medidas de los nazis contra los judíos porque era un miembro en activo del Partido Comunista, y por tanto rechazaba el nacionalsocialismo en su totalidad. Otro dijo que se oponía a la ejecución de los judíos porque había sido un socialdemócrata durante muchos años. Un tercero explicó que los nazis lo consideraban 'políticamente inestable' y un 'gruñón', pero no se adjudicó ninguna otra identidad política. Varios más basaron su actitud en la oposición al antisemitismo del régimen en concreto. 'Yo ya tenía la misma actitud antes en Hamburgo, porque, debido a las medidas contra los judíos que ya se habían llevado a cabo allí, había perdido la mayor parte de los clientes de mi negocio', decía un jardinero paisajista. Otro policía simplemente se definió a sí mismo como 'un gran amigo de los judíos' sin aclarar nada más.

Los dos soldados que explicaron con mayor detalle su negativa a tomar parte en las ejecuciones insistieron ambos en el hecho de que fueron más libres de actuar como lo hicieron porque no tenían ambiciones de mejorar su posición. Un agente aceptó los posibles inconvenientes de su proceder 'porque yo no era un policía profesional y tampoco quería convertirme en uno, sino que era un artesano cualificado independiente y tenía mi negocio en casa, así que no tenía importancia que mi carrera como policía no prosperara'.

El teniente Buchmann había alegado una cuestión de ética como razón de su negativa: como oficial de reserva y hombre de negocios hamburgués, no podía disparar a mujeres y niños indefensos. Pero también hizo hincapié en la importancia de la independencia económica al explicar por qué su situación no era análoga a la de sus compañeros oficiales. 'Yo era algo mayor entonces y además era un oficial de reserva, así que no era especialmente importante para mí que me ascendieran ni mejorar de alguna otra forma, porque ya tenía un próspero negocio en casa. Los jefes de la compañía, por otra parte, eran soldados jóvenes y policías profesionales que querían llegar a ser alguien'. Pero Buchmann también reconoció una actitud que los nazis sin duda hubieran condenado como 'cosmopolita' y projudía. 'Gracias a la experiencia con mi empresa, sobre todo porque se extendió al extranjero, había adquirido una mejor perspectiva general de las cosas. Además, ya había conocido a muchos judíos durante mis actividades económicas anteriores'.

Amargura y resentimiento

El resentimiento y la amargura del batallón por lo que les habían pedido que hicieran en Józefów eran compartidos por casi todo el mundo, incluso por aquellos que habían estado disparando el día entero. La exclamación de un policía al sargento primero Kammer, de la primera compañía, diciendo que 'me voy a volver loco si tengo que hacerlo otra vez', expresaba los sentimientos de muchos. Pero sólo unos pocos fueron más allá de las quejas para evitar tal posibilidad. Varios de los soldados de más edad y que tenían familias muy numerosas se aprovecharon de una regulación que requería su firma para acceder a estar de servicio en zona de combate. Uno de ellos que todavía no había firmado se negó a hacerlo; otro anuló su firma. Ambos fueron trasladados provisionalmente de vuelta a Alemania. La respuesta más dramática fue de nuevo la del teniente Buchmann, que le pidió a Trapp que lo trasladara de vuelta a Hamburgo y declaró que, a menos que recibiera una orden directa y personal de Trapp, no iba a tomar parte en las acciones contra los judíos. Al final escribió a Hamburgo solicitando explícitamente su retirada porque no 'servía' para ciertas tareas 'ajenas a la policía' que su unidad estaba llevando a cabo en Polonia. Buchmann tuvo que esperar hasta noviembre, pero al final sus esfuerzos para ser trasladado tuvieron éxito.

Por tanto, el problema que Trapp y sus superiores tuvieron que afrontar en Lublin no era la oposición con fundamento ético y político de unos pocos, sino la amplia desmoralización compartida tanto por los que estuvieron disparando hasta el final como por aquellos que no habían sido capaces de seguir adelante. Por encima de todo, se trataba de una reacción contra el puro horror del mismo proceso de las ejecuciones. Si el Batallón de Reserva Policial 101 tenía que seguir suministrando el personal fundamental para la puesta en práctica de la solución final en el distrito de Lublin, la carga psicológica de los hombres debía ser tomada en consideración y aliviada.

En acciones posteriores se introdujeron dos cambios primordiales que se cumplieron a partir de entonces, aunque con algunas excepciones notables. En primer lugar, la mayor parte de las operaciones futuras del Batallón de Reserva Policial 101 implicaron el desalojo y la deportación, pero no el completo ajusticiamiento en el acto. De esta manera, los policías se libraban del horror inmediato del proceso de ejecución que (en el caso de los deportados del distrito norte de Lublin) se llevaba a cabo en el campo de exterminio de Treblinka. En segundo lugar, como la deportación era un proceso horroroso que se caracterizaba tanto por la espantosa violencia coercitiva que se necesitaba para hacer que la gente subiera a los trenes de la muerte como por el asesinato sistemático de aquellos que no podían ser conducidos a ellos, por regla general esas acciones fueron asumidas conjuntamente por unidades del Batallón de Reserva Policial 101 y los Trawnikis, auxiliares provenientes de territorios soviéticos y entrenados por la SS, que eran reclutados en los campos de prisioneros de guerra y a quienes se les asignaba normalmente la peor parte del desalojo de los guetos y la deportación.

La preocupación por la desmoralización psicológica que resultó de Józefów es en realidad la explicación más probable del misterioso incidente que ocurrió en Alekzandrów varios días después. Probablemente a Trapp le habían asegurado que en esa ocasión las ejecuciones las llevarían a cabo los soldados Trawniki y, como no aparecieron, soltó a los judíos que sus hombres habían reunido. En resumen, el alivio psicológico necesario para integrar al Batallón de Reserva Policial 101 en el proceso de las ejecuciones tenía que lograrse mediante una división del trabajo en dos aspectos. Todo el grueso de las matanzas se trasladaría al campo de exterminio, y lo peor del trabajo sucio que se hacía sobre el terreno se iba a asignar a los Trawnikis. Este cambio demostró ser suficiente para permitir que los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 se volvieran a acostumbrar a participar en la solución final. Cuando llegó la hora de matar de nuevo, los policías no se 'volvieron locos'. En lugar de eso, se convirtieron en unos ejecutores cada vez más eficientes y crueles.El 13 de julio de 1942, los soldados del Batallón de Reserva Policial de Alemania, cuyo comandante era Wilhelm Trapp, un policía profesional de 53 años, recibieron la orden de fusilar a 1.500 judíos en Polonia. Los asesinatos se iniciaron en el pueblo de Józefów. Esa unidad policial estaba formada por 500 hombres de clase media profesional, procedentes de Hamburgo. En la década de los sesenta, 210 de ellos fueron interrogados judicialmente sobre aquel acontecimiento. El autor se pregunta: ¿cómo fue posible que una unidad formada por profesionales se convirtiera en un grupo de asesinos despiadados capaces de semejante atrocidad? A continuación se incluye el capítulo número 8.

En Józefów, sólo una docena de hombres de entre casi 500 habían respondido de manera instintiva a la oferta del comandante Trapp de dar un paso al frente y evitar su participación en la inminente matanza. ¿Por qué fueron tan pocos los agentes que desde el principio declararon que no querían disparar? En parte, fue por lo inesperado del asunto. No hubo ningún aviso previo ni tiempo para pensar, ya que los soldados se 'sorprendieron' muchísimo con la acción de Józefów. A menos que fueran capaces de reaccionar a la oferta de Trapp sin pensarlo, esa primera oportunidad la habían perdido.

Igual de importante que la falta de tiempo para reflexionar fue la presión para conformarse: la identificación básica de los hombres de uniforme con sus compañeros y el fuerte impulso de no separarse del grupo al dar el paso adelante. Hacía muy poco que el batallón contaba con todos los efectivos, y muchos de los soldados todavía no se conocían bien; aún no se habían creado del todo los vínculos de la camaradería militar. Aun así, el acto de dar un paso al frente esa mañana en Józefów significaba dejar a los compañeros y admitir que uno era 'demasiado débil' o 'cobarde'. '¿Quién se hubiera 'atrevido a humillarse' ante el grupo allí reunido?', declaró enérgicamente un policía. 'Si se me plantea la cuestión de por qué disparé con los demás al principio', dijo otro que después pidió que lo relevaran tras varias rondas de asesinatos, 'debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde'. Añadió que una cosa era negarse desde el principio y otra muy diferente intentar disparar, pero no poder continuar. Otro policía, más consciente de qué era lo que en realidad requería coraje, dijo simplemente: 'Fui cobarde'.

Muchos de los policías que fueron interrogados negaron que hubieran tenido otra opción. Cuando se vieron ante la declaración de otros, muchos no refutaron que Trapp hiciera la oferta, sino que afirmaron no haber oído esa parte de su charla o que no se acordaban. Unos cuantos policías hicieron la tentativa de enfrentarse a la cuestión de la elección, pero no encontraron las palabras. Todo pasó en un lugar y en una época distintos, como si hubieran estado en otro planeta político y los valores y el vocabulario político de los años sesenta fueran inútiles para explicar la situación en la que se habían encontrado en 1942. Bastante atípico a la hora de describir su estado mental esa mañana del 13 de julio fue un policía que admitió haber matado, nada más y nada menos, a veinte judíos antes de dejarlo. 'Pensé que podía dominar la situación y que, de todas formas, aunque yo no estuviera allí, los judíos no iban a escapar a su destino. Para ser sincero, debo decir que en ese momento no reflexionamos sobre ello en absoluto. Sólo años después algunos de nosotros fuimos verdaderamente conscientes de lo que allí había ocurrido entonces. Sólo después se me ocurrió pensar que no había estado bien'.

Además de la fácil racionalización de que el hecho de no tomar parte en las ejecuciones en ningún caso iba a alterar el destino de los judíos, los policías desarrollaron otras justificaciones para su conducta. Quizá la deformación más asombrosa de todas fue la de un obrero metalúrgico de treinta y cinco años de Bremerhaven:

'Hice el esfuerzo y me fue posible disparar sólo a niños. Ocurría que las madres llevaban a los niños de la mano. Entonces, el que estaba a mi lado disparaba a la madre, y yo, al niño que era suyo, porque para mí pensé que, al fin y al cabo, el niño no iba a sobrevivir sin su madre. Se suponía que, por así decirlo, liberar a niños incapaces de vivir sin sus madres iba a tranquilizar mi conciencia'.

Salvador o redentor

Todo el peso de esta afirmación y la importancia de las palabras escogidas por el policía anterior no se pueden apreciar en su totalidad a menos que uno sepa que la palabra alemana para 'liberar' ('erlösen') también significa 'redimir' o 'salvar' cuando se usa en sentido religioso. ¡El que 'libera' es el Erlöser: el Salvador o Redentor!

En cuanto a la motivación y la conciencia, la omisión que más salta a la vista en los interrogatorios es cualquier discusión del antisemitismo. En su mayoría los interrogadores no persiguieron ese tema. Y los antiguos agentes, por motivos comprensibles como acusados en potencia que eran, tampoco estaban impacientes por ofrecer algún comentario esclarecedor por su propia voluntad. Con pocas excepciones, toda la cuestión del antisemitismo se caracteriza por el silencio. Lo que está claro es que la preocupación de los hombres por su prestigio a ojos de sus compañeros no fue igualada por ningún tipo de lazos de humanidad con sus víctimas. Los judíos se encontraban fuera del círculo de la obligación y la responsabilidad humanas de los policías. Por supuesto, una polarización así entre 'nosotros' y 'ellos', entre los compañeros de uno y el enemigo, es habitual en la guerra.

Los judíos como enemigo

Parecía que incluso, aunque los soldados del Batallón de Reserva Policial 101 no hubieran adoptado las doctrinas antisemitas del régimen de manera consciente, como mínimo habían aceptado la asimilación de los judíos dentro de la imagen del enemigo. El comandante Trapp apeló a esa noción generalizada de los judíos como parte del enemigo en la charla que dio a primera hora de la mañana. Cuando estuvieran disparando a las mujeres y niños judíos, los soldados debían recordar que el enemigo mataba a mujeres y niños alemanes al bombardear Alemania.

Si sólo fueron unos 12 policías los que dieron un paso al frente para librarse de la inminente matanza, fueron muchos más los que intentaron eludir los fusilamientos mediante métodos menos evidentes o que pidieron que los relevaran de los pelotones de fusilamiento una vez hubieron empezado. No se puede determinar con seguridad cuántos policías actuaron de tal forma, pero no parece excesivo calcular del 10% al 20% de los que fueron destinados a los pelotones de fusilamiento. El sargento Hergert, por ejemplo, admitió haber dispensado de su tarea a cinco agentes de su pelotón, de 40 o 50 hombres. En el grupo de Drucker-Steinmetz, que fue del que más tiradores se interrogaron, podemos identificar a seis policías que lo dejaron después de cuatro rondas, y todo un pelotón de cinco a ocho guardias que fueron relevados bastante después. Aunque el número de policías que eludieron la tarea o la abandonaron no era por tanto insignificante, este hecho no debe minimizar el corolario de que al menos el 80% de los que fueron exhortados a disparar lo continuaron haciendo hasta matar a 1.500 judíos de Józefów.

Incluso veinte o veinticinco años después, aquellos que sí dejaron las ejecuciones cuando ya habían empezado, en su inmensa mayoría alegaron pura repugnancia física ante lo que estaban haciendo como el motivo principal de su abandono, pero no manifestaron que detrás de esa repugnancia hubiera ningún tipo de principio ético o político. Dado el nivel educativo de esos policías de reserva, uno no podía esperar una expresión sofisticada de valores abstractos. La ausencia de tales principios no significa que su asco no tuviera su origen en los instintos humanos a los que el nazismo se oponía radicalmente y que intentaba dominar. Pero los mismos agentes no parecían ser conscientes de la contradicción entre sus sentimientos y la esencia del régimen al que servían. Por supuesto, el hecho de ser demasiado débil para seguir disparando planteaba un problema para la 'productividad' y la moral del batallón, pero no entraba en conflicto con la disciplina policial básica ni con la autoridad del régimen en general. De hecho, el mismo Heinrich Himmler aprobó la tolerancia de esa clase de debilidad en su conocido discurso del 4 de octubre de 1943 en Posen ante los jefes de la SS. Aparte de exaltar la obediencia como una de las virtudes clave de todos los miembros de la SS, observó de manera explícita una excepción, a saber: 'Alguien que tenga los nervios destrozados es alguien débil. Entonces uno puede decir: 'Bien, ve y cobra tu pensión'.

Un comunista

La oposición motivada política y éticamente, identificada de manera explícita como tal por parte de los policías, era relativamente poco común. Un soldado dijo que rechazaba con contundencia las medidas de los nazis contra los judíos porque era un miembro en activo del Partido Comunista, y por tanto rechazaba el nacionalsocialismo en su totalidad. Otro dijo que se oponía a la ejecución de los judíos porque había sido un socialdemócrata durante muchos años. Un tercero explicó que los nazis lo consideraban 'políticamente inestable' y un 'gruñón', pero no se adjudicó ninguna otra identidad política. Varios más basaron su actitud en la oposición al antisemitismo del régimen en concreto. 'Yo ya tenía la misma actitud antes en Hamburgo, porque, debido a las medidas contra los judíos que ya se habían llevado a cabo allí, había perdido la mayor parte de los clientes de mi negocio', decía un jardinero paisajista. Otro policía simplemente se definió a sí mismo como 'un gran amigo de los judíos' sin aclarar nada más.

Los dos soldados que explicaron con mayor detalle su negativa a tomar parte en las ejecuciones insistieron ambos en el hecho de que fueron más libres de actuar como lo hicieron porque no tenían ambiciones de mejorar su posición. Un agente aceptó los posibles inconvenientes de su proceder 'porque yo no era un policía profesional y tampoco quería convertirme en uno, sino que era un artesano cualificado independiente y tenía mi negocio en casa, así que no tenía importancia que mi carrera como policía no prosperara'.

El teniente Buchmann había alegado una cuestión de ética como razón de su negativa: como oficial de reserva y hombre de negocios hamburgués, no podía disparar a mujeres y niños indefensos. Pero también hizo hincapié en la importancia de la independencia económica al explicar por qué su situación no era análoga a la de sus compañeros oficiales. 'Yo era algo mayor entonces y además era un oficial de reserva, así que no era especialmente importante para mí que me ascendieran ni mejorar de alguna otra forma, porque ya tenía un próspero negocio en casa. Los jefes de la compañía, por otra parte, eran soldados jóvenes y policías profesionales que querían llegar a ser alguien'. Pero Buchmann también reconoció una actitud que los nazis sin duda hubieran condenado como 'cosmopolita' y projudía. 'Gracias a la experiencia con mi empresa, sobre todo porque se extendió al extranjero, había adquirido una mejor perspectiva general de las cosas. Además, ya había conocido a muchos judíos durante mis actividades económicas anteriores'.

Amargura y resentimiento

El resentimiento y la amargura del batallón por lo que les habían pedido que hicieran en Józefów eran compartidos por casi todo el mundo, incluso por aquellos que habían estado disparando el día entero. La exclamación de un policía al sargento primero Kammer, de la primera compañía, diciendo que 'me voy a volver loco si tengo que hacerlo otra vez', expresaba los sentimientos de muchos. Pero sólo unos pocos fueron más allá de las quejas para evitar tal posibilidad. Varios de los soldados de más edad y que tenían familias muy numerosas se aprovecharon de una regulación que requería su firma para acceder a estar de servicio en zona de combate. Uno de ellos que todavía no había firmado se negó a hacerlo; otro anuló su firma. Ambos fueron trasladados provisionalmente de vuelta a Alemania. La respuesta más dramática fue de nuevo la del teniente Buchmann, que le pidió a Trapp que lo trasladara de vuelta a Hamburgo y declaró que, a menos que recibiera una orden directa y personal de Trapp, no iba a tomar parte en las acciones contra los judíos. Al final escribió a Hamburgo solicitando explícitamente su retirada porque no 'servía' para ciertas tareas 'ajenas a la policía' que su unidad estaba llevando a cabo en Polonia. Buchmann tuvo que esperar hasta noviembre, pero al final sus esfuerzos para ser trasladado tuvieron éxito.

Por tanto, el problema que Trapp y sus superiores tuvieron que afrontar en Lublin no era la oposición con fundamento ético y político de unos pocos, sino la amplia desmoralización compartida tanto por los que estuvieron disparando hasta el final como por aquellos que no habían sido capaces de seguir adelante. Por encima de todo, se trataba de una reacción contra el puro horror del mismo proceso de las ejecuciones. Si el Batallón de Reserva Policial 101 tenía que seguir suministrando el personal fundamental para la puesta en práctica de la solución final en el distrito de Lublin, la carga psicológica de los hombres debía ser tomada en consideración y aliviada.

En acciones posteriores se introdujeron dos cambios primordiales que se cumplieron a partir de entonces, aunque con algunas excepciones notables. En primer lugar, la mayor parte de las operaciones futuras del Batallón de Reserva Policial 101 implicaron el desalojo y la deportación, pero no el completo ajusticiamiento en el acto. De esta manera, los policías se libraban del horror inmediato del proceso de ejecución que (en el caso de los deportados del distrito norte de Lublin) se llevaba a cabo en el campo de exterminio de Treblinka. En segundo lugar, como la deportación era un proceso horroroso que se caracterizaba tanto por la espantosa violencia coercitiva que se necesitaba para hacer que la gente subiera a los trenes de la muerte como por el asesinato sistemático de aquellos que no podían ser conducidos a ellos, por regla general esas acciones fueron asumidas conjuntamente por unidades del Batallón de Reserva Policial 101 y los Trawnikis, auxiliares provenientes de territorios soviéticos y entrenados por la SS, que eran reclutados en los campos de prisioneros de guerra y a quienes se les asignaba normalmente la peor parte del desalojo de los guetos y la deportación.

La preocupación por la desmoralización psicológica que resultó de Józefów es en realidad la explicación más probable del misterioso incidente que ocurrió en Alekzandrów varios días después. Probablemente a Trapp le habían asegurado que en esa ocasión las ejecuciones las llevarían a cabo los soldados Trawniki y, como no aparecieron, soltó a los judíos que sus hombres habían reunido. En resumen, el alivio psicológico necesario para integrar al Batallón de Reserva Policial 101 en el proceso de las ejecuciones tenía que lograrse mediante una división del trabajo en dos aspectos. Todo el grueso de las matanzas se trasladaría al campo de exterminio, y lo peor del trabajo sucio que se hacía sobre el terreno se iba a asignar a los Trawnikis. Este cambio demostró ser suficiente para permitir que los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 se volvieran a acostumbrar a participar en la solución final. Cuando llegó la hora de matar de nuevo, los policías no se 'volvieron locos'. En lugar de eso, se convirtieron en unos ejecutores cada vez más eficientes y crueles.

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