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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sexo, muerte y religión

Nacido en la localidad de Namur y miembro del importante grupo vanguardista de Los Veinte, que convirtió a Bruselas en una de las indiscutibles capitales culturales europeas del último tercio del siglo XIX, la posibilidad de ver en nuestro país una muestra antológica de la obra de Félicien Rops (1833-1898) es un acontecimiento de primera magnitud. Aunque Rops fue también pintor, su fama se debió a sus excepcionales cualidades como dibujante y grabador, uno de los mejores de su época, que, aún en medio del escándalo, lo admiró sin reservas, sobre todo, a través de algunos de sus más notables intelectuales, como, entre otros, Joris-Karl Huysmans, él mismo una figura clave del simbolismo decadentista occidental.

FÉLICIEN ROPS. UN SIMBOLISTA TRANSGRESOR (1833-1898)

Fundación Carlos de Amberes Claudio Coello, 99. Madrid Hasta el 24 de febrero

De una generación anterior a James Ensor (1860-1945), al que influyó, Rops llevó al corazón de la católica Bélgica, en primer término, y, luego, hacia la mitad de la década de 1879, al mismo París, la poesía cruel del sexo y la blasfemia a través de una serie fascinante de imágenes escalofriantes, cuya turbadora belleza ha aumentado con el paso del tiempo. Muy al estilo finisecular, los temas centrales de Rops fueron la mujer, la muerte y una versión satánica de la religión, que, más de un siglo después, nos sigue intimidando. Pero, al margen del sentido profanador de su obra Rops no fue, ni mucho menos, uno de esos casos artísticos que alcanzan un inmediato éxito gracias al escándalo para luego perderlo con la misma rapidez en cuanto cambian las circunstancias. Antes, por el contrario, el paso del tiempo ha limpiado de escoriaciones fáciles una obra, en cuyo fondo habita la soledad y la angustia, como sólo puede sentirlas un artista que ama apasionadamente la vida. Félicien Rops supo aprovechar sus excepcionales dotes como observador naturalista para incursionarse por lo fantástico y lo grotesco. Pero, como afirmara Baudelaire sobre Goya, Rops fue capaz de hacer verosímil lo monstruoso, quizá porque, como el pintor español, él también veía los fantasmas sin apartar sus ojos de los lugares más negros de la realidad cotidiana. Es el amor y su perspicaz conocimiento del cuerpo de la mujer los que hacen tan fascinantemente salaces sus estampas pornográficas. En este sentido, no transfigura el sexo con angustiosos trasgos, como el kafkiano Alfred Kubin, ni convierte sus pesadillas en inquietantes insectos, como Odilon Redon, ni lo estiliza como el refinado Beardsley, sino que nos lo ofrece con la descarada suntuosidad y el empaque monumental de un muy sabio clásico naturalista. Si le quitáramos su formidable sentido satírico de iconoclasta mordaz, al final Rops con quien encajaría mejor sería con Munch y Strindberg, ya que los tres no dejan de alucinar sin hurgar en el deseo y las miserias más cotidianas. Por todo ello, sean cuales sean sus imágenes pornográficas, profanadoras, vituperantes, queda en el paladar del contemplador, junto al frenesí riente de lo desmesurado, un regusto amargo, inquietante y hasta no poco melancólico. Y es que, como en casi todo genio del humor negro, en Rops termina emergiendo el filósofo y el moralista, dicho sea en los términos más positivos que semejantes calificaciones también pueden suscitar.

'La tentación de san Antonio' (1878), Félicien Rops.
'La tentación de san Antonio' (1878), Félicien Rops.

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