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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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Arquitectura francesa menos francesa

A menudo, para clasificar una arquitectura correcta pero viciada por ciertas maneras estilísticas de modernidad no asimilada, he oído decir desdeñosamente aquello de 'está bien, pero parece francesa' y casi siempre he comprobado que no sólo lo parecía, sino que lo era. Con las evidentes excepciones de los grandes maestros, la arquitectura francesa del siglo XX se ha caracterizado por sus esquemas simples y hasta clásicos, a los que el arquitecto, con habilidad de dibujante de cómics, añade un gesto creativo, un exabrupto banal de futurismo ilusorio y supersónico. Ese juego de la pegatina vanguardista sobre formas convencionales ha sido el estilo de muchos arquitectos franceses, a los que un crítico italiano definió como 'geometri travestiti da Jules Verne'.

Este fenómeno no es sólo un acontecimiento del siglo XX. La permanente obsesión por adjudicar a la sobrecarga decorativa el valor expresivo del estilo y, a veces, justificar la resistencia a unos estilos importados ya se inicia en la arquitectura del siglo XVI -desde Francisco I a Richelieu- : la referencia a la revolución italiana del Renacimiento y el Manierismo se reblandece con las correspondientes pegatinas ornamentales hasta alcanzar las postales edulcoradas de los castillos del Loire. Este especial carácter extemporáneo sólo se interrumpe con los primeros tanteos ilustrados del neoclasicismo -el momento más brillante de la arquitectura francesa-, pero reaparece en el Segundo Imperio, en el que la arquitectura lo representa con una ornamentación tan vacía y exuberante como el mismo poder imperial, superpuesta a unas estructuras anodinas. Pero hay un episodio del siglo XX que culmina esas artificialidades ornamentales: el art déco, el movimiento más reaccionario del siglo, que desde 1925 tuvo en Francia una alta representación oficial. De sus orígenes secessionistas los franceses adaptaron la frivolidad de una ornamentación, frívolamente geometrizada, como resistencia populista a la revolución metodológica del racionalismo. Como siempre, la apariencia epidérmica vino a disimular la ausencia de las esencias estilísticas. Francisco I, Napoleón III y la izquierda aristocrática de los años veinte fueron los mejores clientes de los 'geometri travestiti da Jules Verne'.

Hay que reconocer que, a pesar de estos precedentes, estos últimos años el panorama de la arquitectura francesa está cambiando. Empieza a haber una arquitectura que no parece francesa. ¿Es demasiado arriesgado decir que este cambio se inició en el Centro Pompidou de París, hace ahora 25 años, obra de dos extranjeros, Renzo Piano y Richard Rogers, en el cual es la propia arquitectura esencial la que se incorpora a la modernidad? Sea como sea, hoy encontramos en Francia nuevos maestros que han volteado aquel gesto del exabrupto y trabajan con una arquitectura que integra el concepto y la forma. Esto se explica en una magnífica exposición organizada por diversas entidades francesas que ha llegado a Barcelona, al Met-Room de la calle Nova de Sant Francesc, siguiendo un itinerario que se inició en la América Latina y continúa ahora por Europa. Es cierto que aún están presentes algunos gestos de la modernidad aparente ingenua y desviada al estilo Verne: Vignier, Berger y Clement en el parque Citroën-Cévenne de París, Vasconi en el Palacio de Congresos de Reims, Ciriani en el Museo de Arlés, Jakob y MacFarlane en la banal mutilación del restaurante del Pompidou y, sobre todo, la inmensa tontería de un gesto efímero que quiere prolongar los campanarios de Notre-Dame con la ridiculez de unas torres metálicas que en el catálogo se justifican con esta banalidad literaria: 'Búsqueda de la universalidad, apertura del espíritu y elevación del alma. El objetivo es ir hacia el cielo'. Una proclama clarividente del afrancesamiento de la estética francesa.

Dejo sin comentario, porque se apartan de este discurso, las obras realizadas por arquitectos no franceses, entre las cuales sobresale la magnificencia del Centro Cultural de Noumèa de Renzo Piano. Porque, como he dicho, lo importante es que en la misma exposición figuran unas cuantas obras que marcan ya una nueva época esplendorosa de la arquitectura francesa, alejada de los vicios históricos. Entre ellas sobresalen como piezas maestras el edificio Cartier en París, de Jean Nouvel; la ampliación del Palacio de Bellas Artes en Lille, de Jean Marc Ibos y Myrto Vitart; el grupo de apartamentos junto a la Biblioteca Nacional, de Francis Soler, y la Usine Aplix, en Nantes, de Dominique Perrault, aunque de esta última se presenta sólo un proyecto todavía difícil de comprender y valorar. Es una lista que se podría completar con otras obras, que no están presentes en la exposición, casi todas proyectadas por los mismos arquitectos. De Nouvel, el centro cultural Onyx en Nantes, Les Thermes en Dax, la sede de CLM/BBDO en París, y en el extranjero, las Galerías Lafayette en Berlín, el centro congresual en Lucerna y las obras en curso en Barcelona. De Perrault, el hotel industrial Berlier de París, la Mediateca en Venissieux, y en el extranjero, el velódromo y la piscina olímpicos en Berlín, y los proyectos barceloneses en la Diagonal y en Montigalà. Y se podrían añadir otros arquitectos menos conocidos, como Jourdan y Perraudin, Yves Lion, Philippe Madec, Lacaton y Vassal, etcétera.

Si tuviera que escoger la obra más significativa de la exposición, me decidiría por el museo de Lille, una simple lámina de cristal que produce tres reflejos superpuestos -el cielo, el antiguo edificio y los macizos interiores- que recuerdan la técnica del collage sin moverse de los instrumentos y los métodos específicamente arquitectónicos. Una creación genial que quizá explica por sí sola los nuevos caminos que ha emprendido la cultura francesa. Por esto, no estoy de acuerdo con L. Fernández-Galiano y François Chaslin cuando, hace pocos años, anunciaban en la revista AV una 'Francia fría' y unos 'días de crisis en Francia'. Una buena parte de la exposición de Met-Room anuncia, por el contrario, una recuperación interesantísima.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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