Colas para un Réquiem
La expectación tremenda que, desde el principio, despertó este Réquiem, se vio transformada en frustración ante la imposibilidad de acceder a la catedral. El Palau de la Música se había reservado 1.000 entradas para sus abonados, a pesar de que el concierto estaba organizado por el Institut Valencià de la Música. Ello, unido a las destinadas a políticos y periodistas, dejó ya poco espacio para el ciudadano de a pie. La pantalla colocada en la plaza de Manises no fue paliativo suficiente: como es lógico, la gente quería ver -y escuchar- en directo a Rostropóvich.
El músico de Bakú consiguió del Cor de la Generalitat Valenciana un empaste rara vez percibido en esta formación. También la Orquesta de Valencia fue dúctil ante una de las obsesiones de Rostropóvich, y bajó los decibelios cuando el director lo requería. La gradación dinámica y la calidad sonora apareció, de esta manera, con una riqueza bastante superior a la que otras veces presentan ambas formaciones.
Misa de Réquiem
De Verdi. Director: Mstislav Rostropóvich. Orquesta de Valencia. Cor de la Generalitat Valenciana. Solistas: Georgina von Benza, Eugenie Grunewald, José Bros y Simón Orfila. Catedral de Valencia. 3 de febrero.
Los solistas, como conjunto, mostraron la cara menos compacta de la sesión. El mismo Rostropóvich señalaba, en una entrevista concedida a este periódico, que nunca había tenido en esta obra a un cuarteto de solistas equilibrado, incluyendo las veces en que lo había hecho con su mujer (Galina Visnevskaya). La ausencia de Ana María Sánchez, afectada por una dolencia respiratoria, cobró su factura en una obra donde la soprano tiene momentos absolutamente estelares (El Libera me sería uno de ellos). Sustituyéndola, Georgina von Benza mostró una buena intencionalidad en el fraseo, pero sus limitaciones en la messa di voce y en el registro grave no contribuyeron a la consolidación del edificio sonoro. La mezzo llegó ya cansada al Lacrymosa, lo que originó ciertos problemas de fiato. Potencia no le faltó, sin embargo, sobre todo en la franja superior. El tenor, bien timbrado en el centro, se escuchaba más apurado a partir del paso. La voz más homogénea en todos los registros fue la del bajo menorquín Simón Orfila.
Rostropóvich lució una mano izquierda seductora y muy eficaz en la traducción de sus intenciones. Los músicos valencianos parecían comprenderle bien y obedecerle gustosos. Hizo un Réquiem hondo en muchos momentos (intimidad del principio, silencios tensos en el Mors stupebit, fraseo expresivo del Judex ergo, delicadeza en la sección central del Libera me...) Menos convincentes resultaron el Dies irae, con leves desajustes de los metales, el Tuba mirum (con una sobrevaloración del papel de los trombones) y, sobre todo, la fuga final del Libera me que, posiblemente, hubiera requerido más ensayos.
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