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La Superbowl | FÚTBOL AMERICANO

La leyenda del granjero

Kurt Warner, un 'quarterback' salido de la nada, hace favoritos a los Rams frente a los Patriots

Santiago Segurola

Todo es superlativo en la Superbowl, la gran fiesta del deporte norteamericano, que esta noche (Canal +, 24.00) reunirá en Nueva Orleans a los Rams de San Luis y los Patriots de New England, dos equipos opuestos en su idea del juego. Los Patriots representan el voluntarioso esfuerzo de unos jugadores que no son estrellas y los Rams son 'el mayor espectáculo del mundo', según sus aficionados, por lo que salen como favoritos en la única final del deporte profesional norteamericano a un solo partido.

La cita tendrá un acusado sentido patriótico. No faltará el recuerdo al 11-S ni el tributo a los héroes de Nueva York: a ellos les dedicará Paul McCartney una canción, con el añadido de la banda U2 y la interpretación de Mariah Carey del himno nacional. Pero eso será el complemento de un partido que tiene predeterminados a sus protagonistas. Uno, quizá el principal, será Kurt Warner, quarterback de los Rams, destinado a convertirse en una leyenda a la altura o quizá por encima de luminarias como Joe Montana, Troy Aikman, Roger Staubach, Johnny Unitas o Frank Tarkenton, los mejores en la posición capital del juego.

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Warner tiene 30 años y ha batido casi todos los récords en las últimas tres temporadas. Cualquiera pensaría en un predestinado: el hombre que dirige a su equipo con sus pases, el jugador sobre el que descansa la fortaleza del ataque, la pieza más cotizada. Pero nadie podía pensar en él como quarterback profesional hace seis años, cuando descargaba mercancías en un supermercado de Cedar Rapids (Iowa). Lo que sucedió supera la ficción de Hollywood: un granjero de las praderas del Medio Oeste, inoperante en una ínfima universidad (Northern Iowa), despreciado por todos, trabajador en un supermercado, comienza contra pronóstico una carrera hacia la fama por la orilla del deporte. Y no sólo triunfa, sino que ya es un icono.

En sus días en el almacén, Warner tenía que cuidar a su esposa, Brenda, madre de dos hijos de un matrimonio anterior, en una precariedad acentuada por los problemas de uno de los chicos, ciego y con graves daños cerebrales desde los cuatro meses tras caerse de los brazos de su padre biológico. Aquellos tiempos de escasez comenzaron a paliarse en la Liga Arena, una brutal versión del fútbol americano que se juega en pequeños pabellones. Frente a unas pueblerinas hinchadas bien regadas por la cerveza, los jugadores se baten como gladiadores en campos reducidos en los que todo es rápido y agresivo.

Allí arrancó la historia de Warner, quarterback de los Barnstormers de Iowa. Ganó algunos dólares, pero no mereció la atención de nadie. Sólo los Rams vieron algo de lo que después ha demostrado: la entereza, la sabiduría para leer el partido, la afición por tomar riesgos y conquistarlos, un brazo excepcional y una serena ascendencia sobre sus compañeros. Eso se sabe ahora. Ni los Rams lo adivinaron entonces. Le enviaron a Europa, donde dirigió a los Admirals de Ámsterdam, ciudad que describe como la capital del pecado. Dice que su renovada fe en el cristianismo le salvó de las tentaciones de la droga y la prostitución.

Cuando regresó a San Luis sólo obtuvo trabajo como protector de los quarterbacks del equipo, a los que se reservaba en ciertos entrenamientos para cuidar sus brazos. Entonces salía Warner y operaba como saco de golpes. Su carrera no iba hacia ningún lado hasta que Trent Green, el titular, se lesionó días antes del curso 1999-2000. Hubo jugadores que se temieron lo peor y lo mismo pensó el entrenador, Dick Vermeil. Sin crédito, un quarterback de 28 años, desconocido, sin experiencia, se hizo cargo de la principal función. Cinco partidos después rompía los primeros récords, seis meses después dirigía a los Rams -hasta entonces un patético club- a la victoria en la Superbowl con el juego más brillante que se ha visto nunca.

Con el fenomenal Marshall Faulk, el corredor que completa su labor con su eficacia, y una baraja de veloces y perfectos receptores, los Rams son el ataque por naturaleza. Y ahora cuentan con una defensa respetable, capaz de no tirar a la basura el impecable trabajo de Warner, multimillonario, famoso y casi legendario quarterback salido de ninguna parte y ahora una estrella.

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