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Crítica:CRÍTICA | MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

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Dentro del periplo que les está llevando por numerosas ciudades (Oviedo, Bilbao, Barcelona, Madrid y Zaragoza), actuaron en el Palau de Valencia Zoltàn Kocsis y la Budapest Mozart Orchestra. Es ésta una formación cuyos componentes proceden de tres importantes agrupaciones húngaras: la Filarmónica Nacional, la Budapest Festival Orchestra y la Orquesta de Cámara Franz Liszt. Las tres han visitado el Palau (en 2000, 1995 y 2001, respectivamente). Y, con la primera de ellas, llevó también la batuta Zoltán Kocsis.

Esta vez se le escuchaba en la doble vertiente de pianista y director, y, además, en una de las cumbres del repertorio: el Concierto número 27 de Mozart. Fue el último que escribió, y presenta unas dificultades -más de índole expresiva que técnica- que pueden atemorizar a cualquier intérprete. Entre otras, la necesaria conjunción de una tristeza tan profunda como contenida. Y es esa contención la que pudo fallar en algunos momentos, sobre todo en la cadenza del primer movimiento, donde los rubati y contrastes dinámicos resultaron un punto extremados para una obra fechada en 1791.

Ciclo Mozart

Budapest Mozart Orchestra. Zoltán Kocsis, piano y director. Obras de Mozart. Palau de la Música. Valencia, 28 de enero.

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Contrastes que, por lo demás, se produjeron en toda la sesión. Los músicos húngaros, buenos conocedores del delicado material que traían entre manos, no abusaron jamás del forte. Sin embargo, la gama hacia el pianissimo fue tan rica que a veces se creaban atmósferas más bien evocadoras del universo romántico. Cierto es que muchas obras de Mozart lo permiten, y ésta es una de ellas. Pero se añadió a eso el punto de artificio con que fue subrayado el papel de los vientos o con que se expuso el tema inicial del larghetto. Recursos todos ellos innecesarios, porque no añadían nada a la intensa melancolía que Mozart supo fraguar en un molde clásico.

En la Sinfonía núm. 40, Kocsis optó por unos tempi muy rápidos que borraron cualquier asomo de amaneramiento. El último movimiento, sobre todo, quedó algo embarullado por la velocidad. Por lo demás, la transparencia del tejido orquestal estuvo cuidada al máximo. Ciñéndonos a la sinfonía, debe remarcarse la comprensión demostrada en el intercambio de papeles que Mozart trazara para los movimientos centrales: el Andante se convirtió en una estilización máxima de la danza (cosa que no impidió una lectura bien honda), mientras que el Menuetto perdía cualquier reminiscencia de la música de salón por la complejidad contrapuntística y la seriedad del enfoque.

Como pianista, Kocsis lució un legato perfecto, una pulsación igualadísima y un pedal inteligente, puesto todo ello al servicio de un Mozart vivo y delicado que se asomaba ya al balcón del siglo XIX.

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