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Tribuna:USOS PORTUARIOS DE MÁLAGA
Tribuna
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El puerto sobre el río Kwai

La transformación de un frente portuario mediante la incorporación de sus dársenas interiores a la plenitud de la vida urbana es una de esas oportunidades que se le ofrecen a las ciudades pocas veces en su historia. Generalmente ha sido un trance en el que han dado lo mejor de sí mismas, dotándose de potentes elementos de identificación que le han conferido carácter, le han reforzado su imagen y han impulsado un salto cualitativo, como ciudad, que en muchos casos ha servido nada menos que para situarlas en el mapa, como ha sucedido con Bilbao para el público norteamericano gracias al Guggenheim. Más allá del valor de posición de unos terrenos privilegiados en su centralidad, más allá de la estricta rentabilidad de los nuevos usos urbanos que hubieran de sustituir a los portuarios, lo importante de estas operaciones es su capacidad de aportar a la ciudad un enorme valor añadido, cuyo efecto trasciende del entorno inmediato para repercutir favorablemente más allá incluso del ámbito municipal. Así ha sido ya en muchos lugares que han devenido tópicos, dentro y fuera de España: Baltimore, Londres, Buenos Aires, Barcelona, etcétera. Pero no será así en Málaga, donde la impagable oportunidad de integrar el puerto con una ciudad tanto tiempo humillada por un urbanismo que solo ha visto en el territorio un valor de cambio, queda reducida aquí a la tosca privatización del mejor escaparate marítimo del Centro Histórico -el muelle de Guadiaro- vecino con el esplendoroso Parque que nos dejó la burguesía industrial del siglo XIX, mediante la construcción de un mastodóntico Centro de Ocio al uso, con sus obligados ingredientes de cines, bolera, gimnasio, patio de comidas etc., de los muchos que se están tramitando hoy en otras posiciones periféricas, en lugares de crecimiento y siempre sobre la base de un adecuado sistema de comunicación que permita soportar los grandes incrementos de tráfico que su masiva afluencia genera.

Este despropósito urbanístico es el resultado de otros primigenios, como es la forzada ambigüedad de un Plan Especial del Puerto, aprobado por un gobierno del Partido Popular en minoría que, so capa de consensuado, consagró un urbanismo de la componenda, tan formalmente participativo como escaso de ideas; y el mayor despropósito de todos: el cometido por la Autoridad Portuaria que, supeditando el principio de la razón urbanística al de la razón económica, convocó un concurso, no entre los más prestigiosos urbanistas del mundo como se está haciendo sistemáticamente en todas las ciudades que afrontan retos semejantes, sino entre empresas promotoras de centros comerciales y de ocio, con la agravante de que la adjudicataria resultó ser una firma inglesa cuya actividad principal es... la compraventa de activos inmobiliarios, preferentemente a terceros. Y así, donde otros municipios, sabiendo muy bien lo que quieren, han puesto en manos de Santiago Calatrava, Arata Isozaki, Frank O. Gehry o Rafael Moneo la definición iconográfica de la nueva y jubilosa modernidad que este tipo de intervenciones urbanas inauguran, aquí en Málaga una extraña -extrañísima- coyunda entre el PP y el PSOE encomienda esos mismos menesteres a una empresa intermediaria y de servicios para escándalo de una ciudadanía que se ha manifestado contra este Plan mediante un significativo número de alegaciones, afanosamente minimizado desde Ayuntamiento y Puerto, por más que algunas procedan de las más prestigiosas instituciones de la sociedad civil. No importa que la mayoría de esas alegaciones adviertan de los gravísimos problemas de tráfico que la implantación de este edificio va a provocar en un punto clave de los tránsitos Este- Oeste de la ciudad; no importa la insistencia en que este tipo de usos podrían ubicarse en otros lugares del puerto más idóneos desde el punto de vista de la integración urbana; no importa el grito unánime de que esta operación, en la que, sin duda, la ciudad se juega su futuro, se lleve a cabo sin que los malagueños nos dejemos en ella jirones de dignidad; no importa que esta ciudad necesite grandes dosis de respeto propio antes de reclamar el respeto ajeno.

Nada de eso importa, y el presidente del PP local ha dicho en estas páginas que el Plan no es maravilloso pero hay que aprobarlo porque llevamos ya mucho tiempo con él. Esta claudicación política y moral, que no alude tanto a una posición conservadora como a un casposo provincianismo, contrasta con la olímpica actitud del presidente de la Autoridad Portuaria, quien en un medio local desafiaba a que alguien le mostrara un plan mejor que éste... ¡en el mundo! Sin duda este socialista, de probada honestidad y eficacia en su larga trayectoria política, ha acabado como el coronel del puente sobre el río Kwai: aquejado de una especie de síndrome de Estocolmo llega a encariñarse tanto con su obra que no acierta a ver que responde a las exigencias del enemigo, que es la antítesis de lo que supuestamente habría de ser su ideario, que hace saltar por los aires, como una explosión de cohetes rateros, a todo el arsenal de propuestas biempensantes de la iniciativa Andalucía Espacio 2003 y que, en definitiva, deja a los pies de los caballos a los futuros candidatos socialistas a las municipales malagueñas, pues éstos, desde la comprometedora proximidad de su electorado, tienen una idea mucho más precisa de lo que se juegan que la que puedan tener los distantes, displicentes, y a veces siniestros gurús del aparato.

Salvador Moreno Peralta, es arquitecto y urbanista.

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