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Columna
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Polémico patriotismo

Discretamente cubiertos con sábanas hospitalarias, los restos del muchacho sobrevivían conectados a una sofisticada maquinaria clínica. Sin extremidades y casi sin cuerpo, su cerebro funcionaba, y estableció una peculiar relación comunicativa con la enfermera que lo atendía. El cerebro consciente de Johnny terminó solicitándole a la muchacha que acabase con su existencia, y la compasiva joven desconectó tubos y alambres, que volvió a conectar un vigilante militar. La pantalla se oscurece y aparecen letras blancas y latinas con el verso de la oda de Horacio: Dulce et decorum est pro patria mori, esto es, es dulce y honroso morir por la patria. Aquella película, Johnny cogió su fusil, que uno viera hace ya algunas décadas, cómodamente sentado en el cine de su pueblo, era un alegato contra todas las guerras habidas y por haber. El mejor razonamiento a favor de la paz y contra la violencia. Johnny había acudido a la llamada de las armas para defender su país, y lo habían convertido en la nada negra y profunda del dolor humano. Pero el verso horaciano con que finalizaba la película, tan irónico y cruel, movía al espectador espabilado a considerar el valor real de las grandes palabras como patria y honor, que resultan tantas veces peligrosas o huecas. Ellas y sus derivados. Con patria, patriotas y patriotismo se han llenado la boca todos los militarismos y totalitarismos que en el mundo han sido. A la patria apelaba Hitler y apelaba Stalin, que fueron príncipes de la paz. La sublevación del 36, aquí en tierras hispanas, fue una 'reacción patriótica frente a la crisis política, social y económica española', según algún escritor cercano al régimen dictatorial que duró cuarenta años; y, si no se nos nubla la memoria, en la tenebrosa noche valenciana del 23-F fue Milans del Bosch quien, en sus comunicados marciales, hacía un llamamiento a la cooperación de los 'buenos patriotas'. Patria, patriotismo y patriotas son vocablos que tienen para muchos ciudadanos una digestión dificultosa en cualquier rincón ibérico o del planeta. Términos como país, tierra, pueblo, suelo donde se vive, se nace o se crece, se digieren con mayor facilidad. Con las excepciones de rigor, todos estamos relacionados afectivamente con nuestro entorno cultural y geográfico. Y en el ámbito de lo afectivo, las palabras tienen su importancia. Por eso chirría esa ponencia en el congreso del PP referente al 'patriotismo constitucional'. Porque cualquier ciudadano puede ser constitucionalista, puede tener asumido con agrado nuestro sistema de libertades y convivencia sin necesidad de ser patriota. Le basta con ser demócrata, reconocerse en la diversidad hispana junto a los otros grupos humanos diversos, y pensar que cuanto nos une a extremeños, riojanos o mallorquines es mucho más de lo que nos separa. Sin más. Por lo tanto no han estado demasiado acertados ni centrados nuestros conservadores en eso del patriotismo, aunque le pongan apellido. Y si todo ha cambiado, como el ejército -cuyas tareas humanitarias, que no el honor ni la patria, ha reconciliado a una buena parte de la ciudadanía con unos uniformados que acuden en ayuda de las víctimas de un huracán centroamericano o a paliar el desastre de Bosnia-, ese cambio se necesita también en el PP. Y si hablan de patriotismo que nos expliquen el concepto. Porque, a lo mejor, la patria es para ellos, como para muchos clásicos, 'el lugar donde se está bien'. Y en tal caso empezaríamos a hablar de la inseguridad ciudadana y de la mosca del Mediterráneo.

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