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Columna
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Explotación

En su artículo Inmigrar para vivir en democracia, publicado el pasado martes en la edición nacional de este periódico, Mikel Azurmendi, presidente del Foro de la Inmigración, dice que algunos agricultores almerienses se quejan de que los inmigrantes no están dispuestos a trabajar y a sacrificarse como ellos lo hicieron en su momento para obtener lo que hoy les pertenece. Para Azurmendi hay dos causas que explican esta situación: por una parte el inmigrante 'no viene de una cultura de trabajo', y por otra 'jamás logrará hacerse con un lote de tierra'. Sin tradición y sin incentivos, es normal que el inmigrante no trabaje tanto como lo hizo su patrón.

Yo desconozco si todos los inmigrantes del Poniente almeriense tienen un bajo rendimiento laboral. Las generalizaciones en estos asuntos son peligrosas y suelen inducir a error. Sobre todo cuando la procedencia de los trabajadores extranjeros es tan variada. Yo he visto por aquí magrebíes, por supuesto, también lituanos, gente de Ecuador, y naturales de Costa de Marfil; y aunque no soy antropólogo, me parece que agruparlos a todos bajo la etiqueta 'inmigrante que no viene de una cultura de trabajo' no es una observación muy sutil. Dicho esto, reconozco que tiene razón Azurmendi cuando señala que la falta de incentivos es una de las causas que envenenan las relaciones laborales. Esto sucede con inmigrantes y también con trabajadores nacionales. No haría falta, como señala Azurmendi, que el trabajador extranjero pudiera hacerse con un lote de tierra para que percibiera el invernadero como una fuente de riqueza tanto para el patrón como para los trabajadores. Bastaría con que todos los empleados extranjeros recibieran un salario digno que les permitiera vivir aquí y enviar dinero a sus familias, como hacían los españoles que marcharon a Alemania no siempre, por cierto, con los papeles en regla. Bastaría con que todo trabajador extranjero, por el mero hecho de ser contratado, fuera reconocido como tal por la seguridad social. Pero sabemos que no siempre es así; que aún son muchos los trabajadores extranjeros que entran sin permiso en España y que son contratados de manera ilegal por empresarios, no necesariamente agricultores almerienses, que ven en su situación irregular una manera de someter voluntades y ahorrar costes de mano de obra. A esta situación, que se produce en todos los países ricos a los que acuden trabajadores pobres, es a la que algunos nos hemos referido alguna vez cuando hemos hablado de esclavismo, término que según Azurmendi no se ajusta a la realidad. Para él, 'los móviles y desarrollo de la explotación de mano de obra del agricultor son de la misma naturaleza que los de cualquier empresario de España'. Es verdad. Y esto es precisamente lo que a los izquierdosos, que es como llama Azurmendi a quienes pensamos así, nos pone los pelos de punta. Si entre los ciudadanos de pleno derecho hay montones de personas sometidas de manera vergonzosa al indigno régimen laboral de los contratos basura sin que los empresarios españoles padezcan ningún problema de conciencia, no quiero ni pensar cuál será la situación de un trabajador contratado sin una mínima protección legal.

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