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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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En su mejor momento

HE AQUÍ UN HOMBRE plenamente satisfecho. Lo está por lo bien que le ha ido en la vida, por haber podido orientar todo con rapidez: su futuro profesional, su vida de familia, sus crecientes responsabilidades políticas. Lo está por el entorno familiar: su hija, que al parecer se le casa también muy joven; su esposa, que reúne todas las cualidades para entrar en política, aunque no le consta que tal sea, por ahora, su intención. Lo está por el partido que ha sabido construir, el más fuerte posible, con los mejores equipos posibles, capaz de transmitir confianza y convicción. Lo está por el Gobierno que preside, muy vigoroso, muy reformador, muy fuerte. Lo está por el país que gobierna, España, primer inversor en Argentina y quinto en el mundo. Lo está por el proyecto de futuro que anuncia: España, por fin, entre los grandes.

Son sus palabras, palabras de un hombre satisfecho, de un hombre que atraviesa 'el mejor momento de (su) vida política'. ¿Dónde quedan ahora los malos augurios, los diagnósticos catastróficos que enunciaron ayer sus entrevistadores de hoy? Altanería ensoberbecida y antipática, producto de una depresión endógena causada por cierto colapso de sus neutransmisores: así definía poco antes de las vacaciones de verano la situación política y la actitud del Gobierno y de su presidente un distinguido periodista que hoy anota sin rechistar las palabras de este hombre feliz. Ni vacas locas, ni conflictos con jueces, ni submarinos nucleares, ni problemas de inmigración, ni Gescartera, ni planes hidrológicos, ni leyes orgánicas, ni nada, en fin, de todo aquello que según titulaba otro gran periódico hacía perder el paso al Gobierno, ha trastabillado el andar de su presidente: estabilidad y buena marcha; lo que vale para España, vale también para José María Aznar.

Sin duda, sin duda, no todo el mérito le pertenece. La oposición ha contribuido también lo suyo para que la faz antipática y más bien sombría que el Gobierno arrastraba hace no más de seis meses se haya convertido en esta manifestación de felicidad sin mancha de la que hace hoy gala el presidente. Nada le contraría, nada va descarriado y hasta el jardín de la sucesión por el que se había metido aparece hoy cultivado con gran esmero y copioso fruto: ninguna flor crece más aprisa que la vecina, ninguna quiere destacar, no vaya a ser que caiga bajo la guadaña. De esta manera puede saborear ese grado supremo de poder que consiste en anunciar su propia marcha a sabiendas de que quien venga detrás sólo dará el paso al frente cuando él decida.

Lo cual quiere decir que cuenta con un partido en verdad disciplinado, uno que recuerda los primeros tiempos socialistas, dominados por votaciones a la búlgara. Aquello, sin embargo, constituyó una anomalía en la secular historia del PSOE, antes de su primera llegada en solitario al poder e inmediatamente después de su total disfrute. Esto, por el contrario, caracteriza la fase final de un reinado, después de que la derecha, previamente centrada, volviera otra vez donde solía. No hay un Guerra en este partido. No hay luchas intestinas, no hay facciones, no hay tendencias; por no haber, no hay siquiera sensibilidades diferentes, aquella cursilería con la que pretendieron ocultar los socialistas sus navajazos postreros. Aquí hay un líder; después, nadie, y ya luego, una plana mayor de dirigentes que rivalizan en mostrar un bajo perfil ante la mirada de la base, que no discute nada, aplaude a todos y pide al líder que no se vaya.

Es, por tanto, el congreso de la culminación: esta vez se puede escribir tranquilamente de un acontecimiento antes de que las puertas del gran festejo se abran: todo está escrito de antemano, atado y bien atado. El congreso será, ha sido, una fiesta, la que proporciona la certeza, más que la convicción, de que el partido de España va bien, del centro reformista, del patriotismo constitucional, está ahí para durar; de que el Gobierno les pertenece porque la fusión de poderes, las estructuras de mando, las redes de intereses, trenzadas durante estos años son sólidas e inexpugnables, a prueba de escándalos.

Nada perturba el horizonte, o al menos nada que pueda afectar a la previsión de futuros triunfos: por tener, tienen hasta la oposición más bendita del mundo. Nada de extraño, pues, que este hombre, satisfecho por cómo le ha ido en la vida, lo esté también porque nunca volverá a conocer el amargo sabor de la derrota.

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