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LA CRÓNICA
Columna
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La banderola explicada a mis hijos

El lunes pasado, de las farolas de la ciudad todavía colgaban banderolas del mitin de proclamación de Artur Mas como candidato a la presidencia de la Generalitat. Su colocación ha sido polémica, pero como los que las critican hacen lo mismo que Mas, todo ha quedado en otro de esos amagos de trifulca que tanto alimentan la causa abstencionista. Ha sido el aperitivo de un combate en el que da la impresión de que un candidato llega demasiado pronto y el otro demasiado tarde. Pero volvamos a las banderolas. Debido a su colorido, ilustraciones y grafismos, mis hijos y yo solemos comentarlas cuando pasamos cerca de alguna. Invitan a cierta pedagogía cívico-cultural, ideal para amenizar los viajes en coche o los paseos a pie. La metodología es simple: ellos te preguntan a qué corresponden las letras, caras y nombres y tú vas improvisando una respuesta acorde con su temprana edad. Si la banderola anuncia una exposición de mascotas o sarcófagos egipcios, les prometes llevarles a ver a los bichos o a las momias, y si es de teatro, intentas contárselo con cierta desgana, no vaya a ser que se les despierte la vocación de actor. En estos días, por ejemplo, abundan banderolas de Chicas malas y Las criadas, espectáculos protagonizados por mujeres a los que, por razones obvias, no pienso llevarles. Si me preguntan de qué van, me los quito de encima diciéndoles que se trata de dos obras para mayores y eso mata su curiosidad.

¿Quién es ese personaje que aparece en las banderolas? Es difícil explicarles a los niños la figura de Artur Mas. ¿Un superhéroe con espada?

Con la banderola del mitin de Mas, en cambio, la cosa se fue liando. Al ver la foto del candidato, enmarcado en un primer plano tras el que se intuía la determinación y el coraje de Mas, mis hijos preguntaron quién era. Elegí el difícil camino de la verdad y les dije que era un político, o sea, ni una mascota, ni una criada, ni una chica mala, ni una momia egipcia, sólo un hombre que aspira a ser el capitán del barco. Cuando me preguntaron si el barco era pirata y el timonel el Capitán Garfio, me di cuenta de que el ejemplo era inapropiado, pero ya era demasiado tarde. Al final, me dejaron por inútil y se quedaron mirando fijamente las letras y les gustó que el nombre del protagonista de lo que demonios fuera aquello que colgaba de la farola. 'Como el rey Arturo', dijeron sonrientes, aunque enseguida me pidieron explicaciones de por qué el Artur de la banderola no se parecía al Arturo de uno de sus vídeos de dibujos animados. '¿Y también tiene que desclavar la espada de la piedra?', insistieron. 'Bueno, sí, de algún modo se trata de eso: de ser el elegido capaz de desclavar la espada', respondí. Eso les gustó, así que, ilusionados con su recién descubierto rey Arturo, les prometí que, al llegar a casa, visitaríamos la web anunciada por la banderola.

Familiarizarles con las nuevas tecnologías es, según tengo entendido, otro de mis muchos deberes como ciudadano. Tras dos infructuosos intentos provocados por la deteriorada línea telefónica, conseguimos acceder al mundo de arturmas.org. ¡Oh! A mis hijos les brillaban los ojos y parecían encantados con que, en la fotografía, Mas apareciera cortado por la mitad, partido por una banda en la que podía leerse Juguem fort per Catalunya, un lema que, teniendo en cuenta el papel del juego en la política local, no parece muy apropiado que digamos. El candidato aparece, repito, con el torso partido, y eso, anormal en un humanoide convencional, entusiasmó a mis hijos, que confirmaron la hipótesis de que podría tratarse de un superhéroe. No hice nada por estropearles la ilusión, aunque, eso sí, cuando vi que empezaban a practicar su reciente descubrimiento de la lectura leyendo el texto de presentación del candidato ('Benvolgut internauta, benvolguda internauta' ) y entonando a grito pelado eso de Juguem fort, se lo prohibí tajantemente, igual como les habría prohibido acercarse a una antología de discursos de Julio Anguita. Deseo ahorrarles impactos culturales como el que podría suponer leer una prosa que, sin ser tan plúmbea como la de los estatutos del Partido Comunista Búlgaro, tampoco es la alegría de la huerta. Y eso que el episodio biográfico del candidato empieza bien. 'Vaig néixer l'últim dia del mes de gener, a Barcelona'. Frase corta, dinámica, de narrador que va al grano, tipo Hemingway. Luego, la cosa decae: 'Vaig estudiar al Liceu Francès de Barcelona i a l'Escola Aula. D'aquí ve la meva gran afició per la literatura francesa, especialment per la poesia. Encara us en podria recitar algun poema!'. Ya tenía la miel en los labios pero, al seguir leyendo, descubrí que el candidato no recitaba poema alguno. Para saciar mi sed de poesía francesa, pues, me abalancé sobre el libro de poesía francesa más próximo, que resultó ser Alcoholes, de Apollinaire. Leí el primer verso: 'A la fin tu es las de ce monde ancien' ('definitivamente estás cansado de este mundo antiguo'). No sabes hasta qué punto, pensé. Miré a mis hijos, contribuyentes del mañana, que me pedían ya visitar otra página en la que salieran otros superhéroes, con o sin espada, con o sin poderes, protagonistas de una ficción que promete un nuevo mundo que, sin embargo, me parece tan antiguo como el discurso electoralista de uno y otro bando. Pero eso me lo callé. Ellos ya tendrán tiempo de descubrirlo por su cuenta.

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