El futbolista presidiario
Edgardo Chacín, condenado a nueve años por narcotráfico, está siendo sometido a prueba por el Palencia
Edgardo Alberto Chacín Bello (Caracas, 1977) colecciona pósters del Madrid y repasa por televisión cada gesto de Zidane. 'No tengo nada mejor que hacer', confiesa. Y es que Edgardo tiene mucho tiempo para analizar secuencia a secuencia a su jugador favorito. El venezolano vive recluido en la cárcel de La Moraleja, en Dueñas (Palencia). 'Me pillaron con un alijo de cocaína en Tenerife', explica con voz neutra mientras masca chicle y posa la mirada en el suelo. Ahora, seis años después y tras tanto aguantar la monotonía patio-celda, celda-patio, puede convertirse en futbolista profesional. El Palencia, de la Tercera División, le ha ofrecido un precontrato y lleva un par de días entrenándose con el equipo.
Un partidillo informal con motivo de las fiestas navideñas entre el Palencia y los reclusos le sirvió como escaparate. 'Nos quedamos muy sorprendidos por sus cualidades', recuerda Luis Lafuente, el presidente del club. Unas cualidades que, por el momento, le han valido al venezolano, que sólo había jugado de pequeño en equipos de barrio, para obtener un permiso de una semana. Ése es el periodo que el centro penitenciario le ha dado para demostrar su pericia con el balón y 'convencer a los técnicos'. Y, de paso, para 'dar un paseíllo' por la ciudad. Si finalmente es contratado, pasará al tercer grado y ya sólo tendrá que ir a la cárcel a dormir.
Una experiencia poco habitual para Edgardo, que a las ocho de la noche tiene que estar ahora en su celda. Un habitáculo que comparte 'con un amigo colombiano' al que cogieron por lo mismo. En realidad, se ha pasado 'toda la juventud' encerrado. 'Aquí me he hecho un hombre', agrega; 'he aprendido todo lo que sé: cosas buenas y malas'. Uno de los monitores del centro, Arístides Abad, asegura que nunca ha tenido ningún problema disciplinario.
A Edgardo le abordaron un día por las calles de Caracas. Le ofrecieron 'mucho dinero', un millón de pesetas. La tarea era 'muy sencilla': sólo tenía que trasladar una bolsita con cocaína. 'Está claro que ahora me arrepiento, pero es que las cosas estaban muy mal'. Su familia no tenía dinero. A sus 18 años, le cayó una pena de nueve. Primero estuvo en Cáceres y luego en Dueñas. Le da igual. Todos los centros son iguales. Después de seis años viviendo en Palencia, ayer se perdió por sus calles.
Donde no se siente perdido es en el terreno de juego. 'Soy un centrocampista ofensivo', asegura entre tímido y orgulloso. Sus compañeros le han acogido 'muy bien', aunque con curiosidad: 'Querían saber por qué me habían condenado'. Entre ellos se encuentra Onésimo, el que fuera delantero del Barcelona.
De momento, el entrenador del Palencia, Manuel Infante, dice que 'no le ve mal', pero que no quiere 'engañar al chaval': 'Si no vale, se lo diré'. Sin embargo, concede que el chico 'es sincero y sin complejos'. Aunque tampoco duda al afirmar: 'El fútbol es muy duro. A veces, puede ser peor una pitada del público que una semana en la cárcel'. Edgardo, al que todo el mundo en el club llama 'Edu', tampoco quiere hacerse demasiadas ilusiones y asegura, cauto, que 'no se pueden comer los pollitos antes de nacer'. Después sonríe, se levanta y pregunta para despedirse: '¿Okey?'.
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