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Columna
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Cela

Jamás volveremos a oler o a ver como ejercimos estos sentidos en las primeras consciencias y jamás volveremos a leer, los escritores, naturalmente, como leíamos antes de ser escritores. Tal vez debería escribir una novela sobre el impacto que me causó Cela en mi adolescencia, a medias consecuencia de la lectura directa de su obra, a medias debido a su pose de escritor convencido de que era el mejor escritor español y así lo pregonaba, como su extraña capacidad de absorber litro y medio de agua por el ano, lavativa esencial.

Jaime Gil de Biedma nos revelaría que el escritor es un personaje estratega de su propia obra, y tras muchos años de lectura podemos llegar a la conclusión de que algunos novelistas tienen más importancia como personaje que los protagonistas de sus libros. Aconsejado que el novelista como personaje sólo sea un punto de vista y un estratega como dispone el orden interno de sus materiales, pero Cela no aceptaba este programa y parapetado en la coartada del estilo impregnaba de sí mismo cualquier personaje y situación, virtud o vicio que fue muy mal considerado por los árbitros del gusto literario posterior a El Jarama. Su poética había sido de ruptura en el contexto de todos los códigos expresivos controlados, incluso dictados, por el franquismo, aunque su realismo nunca fue crítico, sino fenomenológico y desesperado. Una lectura ideológica de la obra de Cela ha llevado a algunos a suponerle un fascista y en realidad era un nihilista convencido no de que hemos venido a este mundo a sufrir como sostenían Tomás Kempis y Maruja Torres, sino de que hemos venido a este mundo a que nos jodan.

Agresivo y prepotente, fue un mal caudillo literario y sin embargo es un imprescindible escritor al que habrá que leer con su yo más explícitamente incluido que el de la mayoría de escritores exhibicionistas acomplejados, incapaces de abrirnos la gabardina en los parques públicos ni de sorber un litro y medio de agua por el ano en presencia de académicos suecos. Cela lo hizo y la hazaña le costó retrasar 10 años el Nobel. Por fortuna, una nueva hornada de académicos entendió que un escritor puede ser a la vez palabra y gesto y que ya Quevedo había glosado la trémula otredad del ojo de cada culo.

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