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Tribuna:DEBATE | La derecha en el siglo XXI
Tribuna
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¿Un centro reformista?

Cuando se echa una ojeada sobre el centro-derecha europeo se tiene la sensación de que, por más que su situación haya mejorado algo respecto del momento en que Aznar llegó al poder, está lejos de ofrecer el perfil de una opción nítida y una alternativa clara que provoque entusiasmo. El ejemplo alemán lo confirma: por vez primera en la friolera de 22 años, el candidato a la cancillería va a proceder de la derechista CSU bávara en vez de la más centrista CDU, aunque con ello la ventaja del actual mandatario socialista sólo disminuya de 22 a 14 puntos porcentuales.

Convertido el socialismo a una 'tercera vía' en varias formulaciones muy lejanas de lo que Aron denominó como 'el socialismo inencontrable' (ni comunista ni liberal) de los años setenta, da la sensación de que el centro-derecha ha vivido y vive, sobre todo, de las fragilidades del adversario. La existencia de una porción de la izquierda incapaz de olvidar el paleocomunismo, y la insustancialidad de sus líderes explica la vuelta al poder de un Berlusconi en quien resulta imposible encontrar nada digno de imitación. Por otro lado, en el centro-derecha se hacen incluso más patentes que en el centro-izquierda los peligros de la política posmoderna como una desmesurada profesionalización agravada por lo temprano de la misma y la escasa altura de sus protagonistas o la sustitución del partido por la clientela personal.

Quizá el caso del PP de Aznar se explique por esa razón mientras que su proyección internacional nazca de que España vino a constituir una excepción en el panorama europeo (y mundial) en un determinado momento. Esta afirmación puede parecer denigratoria, por lo que convendrá compensarla con la admisión de que sin duda Aznar ha dejado ya varias herencias importantes, en buena medida irreversibles. Habrá que citar principalmente tres: la consagración de un cierto cambio en la ortodoxia corrientemente admitida de la política económica (impuestos, papel del Estado...), la unidad de una derecha que tenía tendencia a presentarse como una hidra de múltiples cabezas, y un grado de aproximación en ciertas políticas concretas a sus adversarios como no se había dado hasta el momento. Aún así, aparte de que éste sea el Gobierno con más ex comunistas de la historia de España, su propensión a nombrar ex nacionalistas vascos radicales testimonia que, por lo menos, una parte de su combustible se lo proporciona el adversario arrepentido y cubierto de cenizas.

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Pero llama la atención hasta qué punto el bagaje programático e intelectual del centro-derecha español sigue siendo en el 2002 el mismo que tenía cuando, en 1996, llegó al poder. Se han limado las aristas, claro está, porque de algo sirve la experiencia del poder, pero en lo esencial poco han cambiado las cosas. En el terreno doctrinal, el centro reformista no acaba de saberse en qué consiste. Algún intento de perfilarlo ha habido: el reciente libro El espacio de Centro, de Jaime Rodríguez Arana (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales), es el mejor ejemplo. En lo esencial, no obstante, el PP sigue manteniendo como programa dos ideas-fuerza: una versión peculiar del liberalismo y otra del españolismo.

El liberalismo del PP no viene de Dahrendorf, Aron o Popper, sino de Hayek y de Friedman. Parece considerar que la rectificación liberal que en los ochenta se identificó con Thatcher sólo tuvo el inconveniente de no constituir una verdadera revolución que todavía debería intentar llevarse a cabo. Por supuesto, los ideólogos más insensatos que defendían este tipo de posturas han quedado orillados con el transcurso del tiempo. Pero el problema que al PP se le presenta es que ese bagaje doctrinal es herencia de otro tiempo y no tiene respuestas para muchos problemas de actualidad. Poco tiene que ver, por ejemplo, con las tesis que, desde una perspectiva nada cercana a la izquierda, hacen referencia al capital social o a los vínculos de índole no material que ligan las sociedades contemporáneas. No parece que sea fácil resolver con recetas simples como 'más mercado' cuestiones de política económica mundial, cultural o social. Por lo demás, la práctica real de las privatizaciones constituye la herencia más preocupante de cuanto hasta el presente ha llevado a cabo la derecha en el poder.

Si el liberalismo fue reactivo, estaba en parte justificado y puede producir resultados muy graves a medio plazo, algo parecido cabe decir del españolismo. Empezó por ser reacción contra los nacionalismos periféricos, de puro hartazgo por su espiral reivindicativa. Lo que hoy se denomina 'patriotismo constitucional' es ya españolismo autosatisfecho, perfectamente legítimo y aun defendible si no fuera por inconvenientes graves. No son que resulte antidemocrático (tampoco merecería este calificativo la ya citada versión del liberalismo), sino que se basa en una concepción de España que podría ser suscrita por quien hiciera abstracción de las novedades radicales que ha supuesto la Constitución de 1978. Parte de la simplicidad radical -¿hay algo más simple que decir 'ETA es lo mismo que Osama bin Laden'?-, pero, como en el caso anterior, si de momento proporciona buenas rentas políticas, oculta peligrosos nubarrones futuros porque encrespa sin solucionar.

Está Aznar en el ápice de su vida política, pero hoy parecen ya evidentes sus limitaciones a la hora de configurar el centro-derecha español.

Javier Tusell es historiador.

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