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Columna
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Arte de marear

Así tituló un libro de poemas, en los años ochenta, Jon Juaristi. Pero los versos caústicos del poeta bilbaíno poco tienen que ver con Gregrorio Fuentes, que es el protagonista de este artículo, el capitán difunto de la columna de hoy. Gregorio inspiró a Hemingway la que, según algunos (entre quienes se incluye quien esto escribe) es su mejor novela. Él era el terco pescador de El viejo y el mar. Había nacido en Lanzarote en 1897. Se embarcó con sus padres, con apenas seis años, rumbo a La Habana. Su padre moriría antes de tocar puerto. Luego aprendió a pescar.

Conoció a Hemingway en Dry Tortugas, hacia 1928. Años después, el autor de París era una fiesta le contrató por 250 dólares al mes para que capitanease y atendiera El Pilar, el yate que empleaba para sus cacerías acuáticas. Gregorio, que tenía solamente un año más que el novelista norteamericano, fue durante tres décadas su 'viejo para todo': capitán, cocinero, mayordomo, confidente y amigo. Por si ello fuera poco, Fuentes salvó a Hemingway de morir ahogado (y no precisamente en dry martinis). El escritor, por tanto, le debía el Premio Nobel y la vida a Gregorio. Los lectores le debemos algunos buenos libros (y otros no tanto), y Spencer Tracy uno de sus papeles memorables en la pantalla grande. Todo el mundo le debía algo a Fuentes. Quienes le conocieron dicen que el marinero muerto era 'un hombre humilde, símbolo de la náutica, de la pesca cubana y la fraternidad'. Era, además, un fervoroso fumador de habanos, lo cual habla a favor de su sabiduría y de las cualidades terapéuticas de Vuelta Abajo.

Ha muerto (o mejor ha dejado de vivir, o sea, de navegar) a los 104 años. No sabemos si el hecho de saberse, además de persona, personaje, cambió en algo su vida. Seguramente sí. Lo indudable es que nunca se cansó de marear, ni cuando Hemingway se suicidó en 1961 de un tiro en la boca. Navegar contra viento y marea; pescar (nunca en río revuelto, sino en el mar de Cuba) con paciencia y tesón y humildad. Ese fue su secreto, su arte de marear y de vivir.

El arte de Hemingway consistió en intuir en aquel pescador que le salvó la vida, la contextura épica de un hombre en un mundo sin héroes. El escritor, especialista en toda clase de imposturas heroicas, sabía que la auténtica aventura, la única posible en nuestro tiempo, era la que cada mañana emprendía Gregorio con su barco y sus artes de pesca.

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