'No estoy seguro de que haya progreso en la evolución'
La evolución de las especies nunca ha sido asunto exclusivo de los biólogos. El propio Darwin se inspiró, para formular su teoría de la evolución por selección natural, en las tesis del economista Thomas Malthus, que en su Ensayo sobre el principio de la población (1798) había pintado unas proyecciones catastróficas con el fin de demostrar la inconveniencia de las políticas redistributivas de protección social. No es casual que, en nuestros días, sean los economistas más correosos quienes vindican a Darwin en apoyo de sus libérrimas ecuaciones. Por lo demás, las más diversas jerarquías religiosas han visto siempre en el darwinismo un ataque directo a sus doctrinas y cosmogonías, y siguen sintiéndose capacitadas para discutir los postulados de la evolución desde sus púlpitos, o para intentar acallarlos en las escuelas norteamericanas. Hasta los informáticos han programado a Darwin en sus circuitos, a veces con espectaculares resultados.
'El evolucionismo nació como una ideología secular, como una alternativa al cristianismo'
'Un desafío moral: ser animales tratando de sobrevivir, ¿implica sentir más obligaciones con nuestros familiares que con los extraños?'
No es extraño, pues, que algunas de las reflexiones más estimulantes sobre el darwinismo estén proviniendo estos años del campo de la filosofía. Un buen ejemplo es Daniel Dennett, director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Estados Unidos) y autor del influyente ensayo filosófico La peligrosa idea de Darwin (Galaxia Gutenberg, 1999). Y el otro buen ejemplo es Michael Ruse, catedrático de filosofía en la Universidad de Guelph (Canadá). Ruse, un prolífico autor especializado en la teoría y la historia del pensamiento evolucionista, acaba de publicar en español El misterio de los misterios (Tusquets), donde intenta aclarar hasta qué punto el darwinismo es una teoría científica convencional, y en qué sentido se le puede considerar una construcción social, como pretenden sus aún numerosos enemigos.
PREGUNTA. ¿Por qué dedica usted tanto tiempo y esfuerzo a examinar la tormentosa relación entre el darwinismo y la religión?
RESPUESTA. Me gustan los creacionistas, aunque me pase la vida refutándoles. Presiento que el universo no sólo es más extraño de lo que imaginamos, sino incluso más extraño de lo que podemos imaginar, y nuestra única esperanza de poder entenderlo es mirarlo desde todos los ángulos posibles. Por eso no excluyo que los datos que podamos recabar sobre la consciencia mística puedan suplementar a los que nos ofrece la mente en su estado normal.
P. Pero los creacionistas aducen que el darwinismo es también una religión.
R. En los primeros años ochenta, cuando el Estado de Arkansas aprobó una ley para que la evolución se enseñara en las escuelas en pie de igualdad con el mensaje literal de la Biblia, la Unión Americana por las Libertades Civiles, que había recurrido la ley por inconstitucional, nos citó al paleontólogo de Harvard Stephen Jay Gould y a mí como testigos a favor del evolucionismo. Fue una experiencia muy interesante para mí: la vista oral enfrentó al secularismo urbano y liberal del norte contra el protestantismo conservador, pueblerino y cita-biblias del sur. En los pasillos de los juzgados tuve ocasión de discutir largo y tendido con Duane T. Gish, uno de los más celebres creacionistas y autor del éxito de ventas Evolución: los fósiles dicen no. 'Doctor Ruse', me dijo Gish, 'el problema con ustedes los evolucionistas es que no juegan limpio. El cristianismo nos dice de dónde venimos, adónde vamos y qué debemos hacer mientras tanto. El evolucionismo les dice a ustedes de dónde vienen, adónde van y qué deben hacer mientras tanto. Ustedes tienen su propio Dios, y Su nombre es Charles Darwin'. Nunca he dejado de pensar en ese episodio, y he llegado a convencerme de que Gish tenía toda la razón en esa crítica.
P. ¿Por qué?
R. El evolucionismo nació como una especie de ideología secular, como una alternativa explícita al cristianismo. Uno de los primeros evolucionistas fue el médico del siglo XVIII Erasmus Darwin, el abuelo de Charles. Erasmus no era ateo, pero a diferencia de los cristianos, que creen en un Dios que interviene continua y milagrosamente en el mundo que ha creado, él veía a Dios como un ser que decide al principio el curso futuro de la naturaleza, dicta unas leyes físicas inviolables y no vuelve a actuar. Deísmo, se llama esto, por oposición al teísmo cristiano. Lo que intentó su nieto Charles en El origen de las especies fue proponer una teoría de la evolución menos ideológica, más estrictamente científica. Pero su intención se vio frustrada casi de inmediato por sus seguidores, en particular por su célebre bulldog, el gran científico y reformador social británico Thomas Henry Huxley, que utilizó la teoría de Darwin para minar los cimientos del cristianismo. Huxley veía el cristianismo como un aliado del poder y de las fuerzas reaccionarias a las que quería derribar.
P. Bien, pero de todo ello hace bastante más de un siglo.
R. La evolución sigue siendo promulgada como una ideología, como una religión secular. Los evolucionistas contemporáneos con más presencia pública, como Richard Dawkins, usan el darwinismo como un esqueleto del que cuelgan toda clase de principios éticos y otras directrices, y ven en él una especie de cimiento metafísico, al igual que el arzobispo de Canterbury utiliza el cristianismo como un cimiento metafísico para sus doctrinas. Yo no creo que el darwinismo deba ser tratado como una religión -la verdad, no abandoné el cristianismo para sustituirlo por otra fe-, pero creo que eso es exactamente lo que está pasando, y nos hacemos un flaco favor si nos empeñamos en negar o ignorar ese hecho.
P. ¿Es ese ángulo religioso una peculiaridad del darwinismo, o se puede extender a otras teorías científicas?
R. Probablemente es común a todas las ciencias que tratan sobre la humanidad, como el psicoanálisis freudiano o la antropología. ¿Puede ocurrir en la física? No sé hoy, pero posiblemente sí pasó en tiempos de Copérnico. Tal vez, el darwinismo sea un poco especial a este respecto, en tanto afecta al problema de los orígenes, justo como el cristianismo. Es probable que un budista no encuentre nada peculiar en el darwinismo.
P. Pero, seguramente, no todo se reduce al enfrentamiento entre dos puntos de vista doctrinarios e irreconciliables.
R. Desde luego que no. Estoy convencido de que la teoría darwiniana es uno de los grandes descubrimientos científicos de la historia. Los humanos somos seres con el poder de asomarnos a los misterios de la naturaleza, y de arrancar de nuestro entorno conocimientos de un carácter casi trascendental. Creo que no sólo debemos transmitir a las siguientes generaciones los conocimientos, sino también los métodos, y estoy decidido a usar toda mi energía para refutar a quienes se oponen a ello por alguna ridícula creencia religiosa. Soy un verdadero calvinista a la hora de defender el valor intrínseco del conocimiento científico.
P. ¿Cree que el darwinismo ha generado una especie de vacío moral?
R. No necesariamente un vacío, pero sí nos desafía a repensar la moralidad. Si Dios no ha creado la moral directamente, necesitamos preguntarnos lo que nuestra naturaleza animal implica para la moralidad. No es que esto sea muy nuevo -es justo lo que hizo Aristóteles-, pero es cierto que necesitamos reflexionar de nuevo. Por ejemplo: que seamos animales tratando de sobrevivir y reproducirnos, ¿implica que sentimos -y realmente tenemos- más obligaciones con nuestros familiares que con los extraños?
P. Si somos el producto del azar, de los accidentes históricos y de las adaptaciones locales, ¿podemos estar seguros de que nuestro cerebro es una herramienta válida para comprender el mundo?
R. En un nivel, el cerebro es muy bueno para distinguir lo verdadero de lo falso, tanto en el mundo físico como en nuestras relaciones sociales. De otro modo, nos extinguiríamos de forma fulminante: quien confunda a un tigre con una oveja, o a un asesino con su novia, o a su jefe con un repartidor, o a su mujer con la mujer de otro, se verá en graves dificultades a no mucho tardar. A otros niveles más abstractos, el cerebro puede engañarse continuamente. El propio Darwin escribió en sus últimos años: 'Siempre me asalta la duda horrible de si las convicciones de la mente humana, que se ha desarrollado a partir de las mentes de los animales inferiores, tienen algún valor. ¿Alguien se fiaría de las convicciones de la mente de un mono, si es que hay alguna convicción en una mente tal?'.
P. ¿Entonces?
R. Los profesores de psicología elemental suelen deleitarse en demostrar lo fácil que es engañar al cerebro en ciertas condiciones. Pero esos casos no son en realidad tan misteriosos. El darwinismo nos ofrece una buena explicación. Por ejemplo, ¿por qué creemos en la necesidad objetiva de las conexiones causales, si Hume ya demostró que no la hay? Pues simplemente porque los seres prehumanos que relacionaron el fuego con las quemaduras sobrevivieron y se reprodujeron, mientras que los que pensaron que todo era una cuestión de filosofía murieron abrasados. Los engaños producidos por la selección natural suelen tener una buena razón de ser. Con franqueza, no creo que esta clase de engaños metafísicos sean realmente preocupantes: pueden hacer que, ocasionalmente, uno se sienta un poco inseguro acerca de algunas cosas, pero sólo cuando esas cosas no importan demasiado.
P. ¿Tendremos alguna vez la teoría del todo con la que sueñan los físicos?
R. Tal vez los físicos la consigan, pero nunca podremos deducir la biología a partir de la física, ni falta que nos hace.
P. ¿Qué prodigios del cerebro humano pueden explicarse como adaptaciones darwinianas? ¿Puede la selección natural explicar el sentido ético? ¿Las tendencias estéticas? ¿La curiosidad intelectual, la creatividad, el sentido común?
R. Tengo la convicción de que casi todo en biología es debido a la acción de la selección natural, y esto incluye al cerebro.
P. Stephen Jay Gould y otros evolucionistas contemporáneos han atacado el concepto de progreso en biología, sobre todo porque la selección natural no garantiza ninguna tendencia sostenida, ni hacia el incremento de complejidad ni hacia ninguna otra parte. Pero, ¿no era precisamente el progreso biológico lo que Darwin pretendía explicar con su teoría?
R. Darwin tenía una relación muy ambigua con el progreso. En un sentido lo buscaba, en otro no. No creo, por ejemplo, que Darwin fuera un progresionista , cosa que sí fueron muchos de sus seguidores. Personalmente, no estoy seguro de que haya progreso en la evolución biológica. Pero Gould, con su énfasis en el carácter azaroso e impredecible de la evolución, en la imposibilidad de que la selección natural genere progreso, parece guiado por el empeño de refutar las doctrinas judeocristianas, cuya creencia central es que los humanos somos la principal razón de que Dios creara los cielos y la tierra.
P. ¿Es el neoliberalismo económico una forma de darwinismo social?
R. Sí, pero también el socialismo se puede justificar en términos evolutivos: basta argumentar que, en la especie humana, la principal unidad de selección es el grupo, no el individuo, y que por tanto nuestros sistemas políticos deberían cuidar el grupo, y lo que hace fuerte al grupo, en lugar de cuidar al individuo. Ésta fue exactamente la postura que adoptó Alfred Russel Wallace.
P. El descubridor británico del ADN, Francis Crick, encontró difícil que la vida pudiera originarse en la Tierra a partir de la materia inerte, y propuso lo que llamó 'panespermia dirigida', es decir, que ciertos ingenieros extraterrestres sembraron aquí las primeras bacterias hace 4.000 millones de años o por ahí. ¿Es esto una especie de creacionismo científico?
R. ¡Es una memez! La panespermia no resuelve ningún problema, simplemente se lleva el problema un paso atrás. ¿De dónde salieron esos ingenieros extraterrestres? De todos modos, creo que la gente que investiga sobre el origen de la vida se siente hoy mucho más optimista que hace unos años sobre la posibilidad de que la materia inerte diera lugar a las primeras bacterias aquí en la Tierra.
P. La bióloga Lynn Margulis ha mostrado que al menos uno de los pasos cruciales en la evolución, el origen del tipo de célula del que estamos hechos todos los animales (la célula eucariota), ocurrió por un mecanismo esencialmente no darwiniano: la fusión constructiva de tres bacterias completas.
R. No veo que Margulis suponga ninguna amenaza a la selección natural darwiniana. Como darwinista, encuentro su teoría muy plausible y nada amenazante. No olvidemos que los botánicos y los mejoradores vegetales, cuyos métodos fueron uno de los factores que inspiraron a Darwin a formular su teoría, se han pasado la vida creando híbridos de distintas especies.
P. ¿Qué hubiera pasado si Darwin se hubiera conformado con demostrar que la evolución era un hecho indiscutible, y no hubiera leído a Malthus en los 18 meses subsiguientes?
R. Darwin era la clase de científico que no se conforma con describir la realidad, sino que además busca las causas, y nunca se hubiera conformado con reunir las pruebas de que la evolución existe. Desde luego, en algún momento a alguien se le hubiera ocurrido el mecanismo de la selección natural -de hecho, Alfred Russel Wallace dio con él independientemente en 1858-, pero aun cuando la mayoría de la gente no aceptó el mecanismo de la selección natural en su momento, no creo que El origen de las especies hubiera sido tan efectivo sin él.
P. Cuando Darwin la formuló, la selección natural era la única alternativa concebible a un Dios diseñador. Pero, ¿lo es todavía?
R. Sigo creyendo que el darwinismo es el único mecanismo viable para explicar la complejidad de los seres vivos. Por supuesto, puede haber otros mecanismos menores, como la deriva genética, pero nada muy significativo. No me atrae el equilibrio puntuado, ni ese tipo de cosas.
La mejor idea de la historia
LA GRAN IDEA del biólogo británico Charles Darwin (1809-1882) no fue la evolución. Ese concepto ya había sido postulado por otros pensadores, incluido su abuelo Erasmus Darwin (1731-1802) y el naturalista francés Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829). Darwin, es cierto, demostró por encima de toda duda razonable que la evolución soñada por su abuelo era un hecho indiscutible: es decir, que los seres vivos no han sido siempre tal y como los vemos, sino que provienen de un solo organismo primitivo y se han diversificado sucesivamente en cientos, miles y millones de ramas a lo largo de la historia de la Tierra. Pero su gran contribución teórica no fue ésa. Darwin, un típico producto intelectual de Cambridge, no podía permitirse apuntar más bajo que Isaac Newton, el gran mito científico de esa venerable universidad británica. Newton no se había conformado con aceptar la tesis copernicana de que la Tierra y los demás planetas giraban alrededor del Sol, sino que se sintió forzado a buscar una causa, y no paró hasta encontrarla en la gravedad. Darwin también necesitaba un mecanismo causal que explicara la evolución. ¿Por qué las especies cambiaban hasta transformarse en otra cosa, hasta escindirse en dos especies distintas, hasta generar la mareante diversidad del mundo vivo que conocemos? Darwin conocía bien las espectaculares transformaciones que los agricultores habían logrado con las plantas y animales domésticos. Y también sabía cuál era el truco: ninguna fuerza o tendencia intrínseca llevaba a las espigas a hacerse mayores y más compactas a lo largo de las generaciones. Era el agricultor el que elegía las espigas mejores en cada generación y las usaba para sembrar la siguiente cosecha. En eso consistía la selección. ¿No habría alguna forma de que eso mismo ocurriera en la naturaleza, sin ninguna mano que guiara el proceso? La lectura casual del Ensayo sobre el principio de la población del reverendo Robert Malthus vino a darle la pista crucial. Malthus señalaba en ese libro que la población siempre tiende a crecer más deprisa que los recursos y los alimentos. Ahí estaba la clave: la fuerza causal que necesitaba Darwin no era otra que la escasez. Si los seres vivos tienen una gran capacidad de reproducirse, pero los recursos son limitados, sólo las variantes más aptas de cada generación sobrevivirán lo suficiente como para reproducirse y transmitir sus cualidades a la siguiente generación. La repetición de este proceso ciego una generación tras otra durante miles o millones de años provoca inevitablemente que las especies vayan cambiando y haciéndose más aptas para vivir en su particular entorno. La mera escasez de recursos hace las veces del agricultor que selecciona las espigas en cada generación. En esto consiste la 'selección natural', la idea fundamental de Darwin. Ciente cuarenta y dos años después de la publicación de la obra capital de Darwin, El origen de las especies, ningún científico solvente alberga la menor duda sobre la realidad de la evolución. Los humanos compartimos con las ratas, los gusanos, los abetos y las bacterias tal cantidad de fundamentos genéticos y bioquímicos que sólo desde la ignorancia y el fanatismo se puede dudar de que todos los seres vivos hemos evolucionado a partir de un origen común. Los científicos sí siguen discutiendo sobre la selección natural, el mecanismo causal de la evolución propuesto por Darwin. La selección natural existe: probablemente se trata de una propiedad inevitable no sólo de los seres vivos, sino también de cualquier entidad, matemática o informática, que tenga una mínima complejidad y sea capaz de sacar copias no del todo exactas de sí misma. La discusión es si la selección natural lo puede explicar todo en la evolución de la vida sobre la Tierra. Las dudas vienen de dos frentes. El primero es que el mecanismo propuesto por Darwin es por esencia gradual: ínfimos cambios acumulados generación tras generación durante millones de años. El registro fósil, sin embargo, presenta numerosos saltos relativamente bruscos (según las escalas de los geólogos). El más inexplicable de ellos es la llamada 'explosión cámbrica': la repentina aparición, hace 540 millones de años, de casi todos los tipos generales de diseño animal que existen en este planeta (anélidos, artrópodos, cordados y así hasta una veintena). Durante los 3.000 millones de años que precedieron a la explosión cámbrica sólo hubo en la Tierra bacterias y otros organismos unicelulares. La explosión cámbrica, que ya torturó a Darwin en vida, sigue siendo un profundísimo misterio, endiabladamente difícil de explicar con los parsimoniosos mecanismos de la selección natural. El segundo frente tiene que ver con el origen de la célula eucariota, el tipo de célula que constituye a todos los animales y plantas del planeta. (Las bacterias son también células, pero de un tipo mucho más simple). La bióloga estadounidense Lynn Margulis y otros científicos han demostrado que la primera célula eucariota no evolucionó a partir de una bacteria de una forma gradual y darwiniana, sino que se formó mediante la fusión de tres bacterias completas. La mayoría de los biólogos aceptan actualmente este hecho, pero lo consideran un caso insólito en la historia de la vida. Margulis, sin embargo, cree que ese tipo de fusiones entre distintas especies -y no la selección natural- es el principal motor de la evolución en su conjunto. Dentro y fuera de los laboratorios, el mundo seguirá discutiendo sobre Darwin durante siglos.
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