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Columna
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El eje y la harina

En este rincón mediterráneo no podemos ser ajenos a cuanto sucede en Euskadi. La crisis de los socialistas vascos nos merece respeto. Está en juego allí la línea o trayectoria política que ha de seguir el PSE: acercarse como en el pasado al nacionalismo democrático vasquista, no exento de irredentos, o continuar con la película de ahora en que en muchas secuencias, relativas a las libertades públicas, aparecen junto a la derecha hispana, omnipresente esta última en casi todos los pueblos, naciones, regiones y diputaciones del resto de España. Y en la derecha hispana no faltan los partidarios del Cid o de la españolísima Virgen del Pilar, no la de Zaragoza, sino la que no quería ser francesa. Duro y serio tienen el tema los socialistas vascos. Su crisis ha de tener una valoración positiva; es como la fiebre, el síntoma con que el cuerpo reacciona contra una afección pulmonar. Visto a prudente distancia, el PSE, con ser minoritario, quizá tiene la posibilidad de funcionar como eje de la concordia civil en el País Vasco.

En el PSPV de los valencianos, la situación es muy otra. Aquí es el partido mayoritario en la oposición y eje de la alternancia política, como afirma con acierto Ximo Puig en unas recientes declaraciones, porque así lo quiso el electorado. Y si en el socialismo vasco hay crisis, en el recinto doméstico de la socialdemocracia valenciana no puede utilizarse en realidad dicho término. Vistas a corta distancia, las llamadas crisis del socialismo valenciano no son otra cosa que mohína, reyertas, enojos personales y algazaras entre grupúsculos. Algo relativamente normal cuando la harina del poder no cohesiona, aunque sea de forma ficticia, la incoherencia política. Es cuanto se deduce, por ejemplo, de la larga entrevista, publicada en estas mismas páginas, con Josep Sanus, munícipe principal durante muchos lustros en la laboriosa Alcoy. La política de dimes y diretes carece de importancia. No va más allá del umbral del chismorreo.

Importante, como en el País Vasco, es que el primer partido de la oposición diseñe un proyecto, una línea que el cuerpo electoral distinga con claridad. Y en este sentido cabe saludar esas jornadas sobre ordenación del territorio -valenciano, claro- que organizó el PSPV estos días pasados. Aquí, en cuestión de territorio, casi todo está desorganizado, y la exigencia del secretario general de los socialistas valencianos de una moratoria al cemento, de que se deje de construir en las escasas zonas de nuestro litoral todavía no urbanizadas, es casi de cajón. Progreso sin desarrollismo destartalado que condicione a peor nuestro futuro, debe formar parte del proyecto de un partido condenado a ser el eje del cambio. Esa ordenación y ese proyecto es un tema serio que afecta no sólo a la costa, sino también a la anárquica política de creación de polígonos industriales, a la necesaria protección de humedales asediados por intereses urbanísticos, al respeto del entorno paisajístico de un monasterio medieval junto al que se quiere abrir un vertedero, a...

Esa es la harina, y no crisis, que facilita el funcionamiento del eje del cambio. Si, como ahora, se promocionan campos de golf y parques temáticos donde faltan recursos hídricos; si los clanes locales siguen especulando en la poca costa que nos queda, el País Valenciano acabará por convertirse en el Baikal del Mediterráneo. Y el Baikal viene a ser el mayor desastre medioambiental de todo el planeta. Por eso se necesita el proyecto progresista, y sobran aquí crisis y chismorreos.

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