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La tercera vía es la única vía

Poco antes de Navidad, una laborista de treinta y tantos años y yo estuvimos hablando de política. Hace siete años, me dijo, sus amigos y ella eran ardientes partidarios de Blair. Me recordó que yo había contribuido a agruparlos en sus reuniones alternativas y sus fiestas de distrito. Era el momento dorado del nuevo laborismo, la era de las decisiones audaces y difíciles, cuando el partido rechazó la política de un empujón más y optó, en su lugar, por abandonar la cláusula 4. Dejábamos atrás las soluciones de la vieja izquierda y la nueva derecha. Había una clara distinción entre medios y fines. Los intereses de grupo ya no eran los predominantes.

Ahora, en cambio, explicó, el nuevo laborismo se ha vuelto más difuso, más reacio a asumir riesgos. Desde las pensiones hasta los servicios públicos, parece haber un rechazo a asumir daños políticos a corto plazo a cambio de obtener reformas a largo plazo. En cuanto a The Sun, me dijo que entendía la necesidad de no enfrentarse con el diario de más circulación de Gran Bretaña, pero ¿era necesario consentirle todo? Se apresuró a asegurarme que no estaba desilusionada del Gobierno. Es más, en comparación con administraciones laboristas anteriores, opinaba que el Gobierno estaba haciéndolo asombrosamente bien, y prácticamente todos los demás partidos de centroizquierda estaban adoptando nuestra postura. Pero al 'proyecto' le faltaba impulso, dijo, y su generación se sentía, más que decepcionada, abandonada.

El antídoto contra este malestar es que el nuevo laborismo se renueve. No abandonarlo, como defienden algunos, sino desarrollar y revitalizar las ideas de la tercera vía, presentarlas de forma clara, revestidas de una ideología moderna de centroizquierda y sin disculparse ante los intereses creados de derecha e izquierda que intentan frenarnos. Por eso resulta ahora tan oportuno el nuevo libro de Anthony Giddens, Where Now for New Labour? .

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Las áreas en las que el Gobierno, durante su primer mandato, basó sus políticas en ideas contundentes del nuevo laborismo -educación, delito, pobreza infantil-, son las áreas en las que tuvo más éxito. En otras, hemos sufrido los inconvenientes de no disponer de ese marco claro. Necesitamos unos firmes principios neolaboristas en cada ámbito político, que sirvan de base para la misión de conjunto del Gobierno.

Los logros de Gordon Brown en la gestión de la economía han sido notables. Pero el principal objetivo de bajar la inflación y los tipos de interés es promover las inversiones en el futuro de Gran Bretaña, que tanto el sector público como el privado rehúyen constantemente desde la II Guerra Mundial. Para ello, debemos adoptar unas políticas fiscales y de tipos de cambio que pongan las necesidades de la inversión por delante de la expansión del consumo.

Necesitamos inversiones en infraestructuras; y ¿qué más da que sean de financiación pública o privada, mientras se lleven a cabo y estén bien gestionadas? Asimismo necesitamos un mejor clima para la inversión empresarial. En mi opinión, la valentía de ganar un referéndum sobre la incorporación al euro, en las debidas condiciones económicas y al tipo apropiado, serviría para conseguirlo. El nuevo laborismo no echará raíces duraderas si no se basa en una visión progresista de Europa, construida a partir de dos convicciones. En primer lugar, que el crecimiento debe ser responsable en materia ambiental. Europa debe tomar la delantera y fomentar un cambio espectacular de la carretera al tren para los servicios internacionales de carga y pasajeros; acordar objetivos vinculantes en el ámbito de la UE para la producción de electricidad a partir de materias renovables; y estudiar la posibilidad de un impuesto de energía industrial armonizado en toda la Unión.

Además, Europa tiene que pasar de ser un mercado único de bienes y servicios a ser una economía única de sostenibilidad y conocimiento. Por eso, el nuevo laborismo debería resaltar más sus logros medioambientales, por qué tuvimos razón al colocar, a mediados de los noventa, la educación y la capacitación entre nuestras máximas prioridades. Hoy deberíamos seguir respetando esa prioridad y no engañarnos diciendo que la redistribución inmediata de la renta a los más pobres -por muy deseable que sea- es suficiente para incrementar las oportunidades de realización personal.

El nuevo laborismo acertó al afirmar que el futuro de Gran Bretaña depende de que se promueva la nueva empresa en una economía del conocimiento. Sería desastroso permitir que la desilusión respecto a las empresas punto com nos aparte de ese camino. Nuestra competitividad depende de grandes inversiones en infraestructuras de Internet a alta velocidad, y todavía no disponemos de un mercado de banda ancha suficientemente desarrollado. En el Reino Unido está surgiendo una línea divisoria de carácter digital. Si toda Gran Bretaña pudiera alcanzar el dinamismo económico y los índices de empleo de las tres regiones más prósperas (el suroeste, East Anglia y el sureste, excepto Londres), tendrían trabajo 1.750.000 personas más.

Si no hacemos ahora las inversiones necesarias, más tarde nos encontraremos con situaciones imposibles en las que habrá que elegir entre las mejoras en los servicios públicos y el aumento de la calidad de vida personal que espera obtener la gente. Durante los próximos años, nuestros servicios públicos van a necesitar extraordinarias inyecciones de dinero para compensar el atraso de décadas de escasas inversiones. Se trata de un problema delicado para el nuevo laborismo. Ahora bien, si es necesario subir los impuestos, no debemos eludir el reto político. Tendremos que especificar de forma clara y concreta cuál va a ser esa subida, qué limite va a tener y qué mejoras va a hacer posibles ese dinero. Y deberemos mostrar el mismo valor a la hora de enfrentarnos a quienes se resistan a cambiar la forma de gestionar nuestros servicios públicos.

Para construir una visión socialdemócrata capaz de perdurar -que contemple un mayor reparto de las oportunidades y un sentido comunitario más fuerte-, es preciso partir de la base del nuevo laborismo.

La justicia social exige que las oportunidades vitales de una persona no dependan de las de sus padres. En una sociedad justa, la hija de un tendero de Hartlepool debe tener las mismas posibilidades de llegar a juez de la Audiencia Nacional que la hija de un médico de Harley Street. Tal vez nunca sea posible alcanzar ese ideal de movilidad social, pero tenemos que emplear hasta nuestro último gramo de energía política para acercarnos a él y convertirlo en el elemento que dé vida al nuevo laborismo. Las reformas del Gobierno destinadas a elevar la calidad de enseñanza para todos van a cambiar las cosas en sentido positivo. Pero asimismo debemos reconocer, como no hicimos suficientemente en 1995, que la globalización y otras tendencias de mercado en nuestra sociedad tienden a llevar constantemente las cosas hacia unas condiciones de más desigualdad y polarización entre ricos y pobres.

En una ocasión dije que no me resultaba incómodo que algunas personas se hagan muy ricas como consecuencia de su trabajo honrado. Sigo pensándolo. Para alcanzar más propsperidad económica es preciso dar mayores incentivos a los mercados, las empresas y la competencia. Sin embargo, si esta defensa de la meritocracia provoca la consolidación de la riqueza y los privilegios heredados de una generación a otra, será contraproducente. Los ingresos del 10 % que más gana en Gran Bretaña han aumentado en un 82 %, en términos reales, durante los 20 últimos años, frente al 6 % del 15 % inferior. Todavía es más señalado en el caso de los que ocupan los primerísimos puestos. El nuevo laborismo tiene que fomentar un debate abierto sobre la posición de los nuevos ricos sin caer presa de la envidia y la vieja política de clase. Es preciso que haya un equilibrio entre el derecho de quienes tienen las rentas más altas a prosperar aún más, sin que utilicen su posición para obtener recompensas personales excesivas, y la responsabilidad respecto a la sociedad en su conjunto; y sería deseable oír decir estas cosas más a menudo en las filas del nuevo laborismo.

En una sociedad cada vez más diversa, en la que resulta difícil definir a la típica familia trabajadora, el objetivo socialdemócrata moderno de una comunidad más fuerte e integrada debe basarse en la aceptación individual de los derechos y las responsabilidades. En la política del bienestar, los parados tienen derecho a que se les mantenga, pero sólo si aceptan la responsabilidad de formarse y trabajar. En materia de justicia penal, el joven con problemas tiene derecho a recibir ayuda, y no sólo castigo, pero sólo si acepta la responsabilidad de sus propias acciones en el futuro.

El nuevo laborismo mantiene el compromiso del pasado a construir una sociedad nueva, pero no nos refugiamos en ese pasado para justificar nuestro deseo de cambiar muy pocas cosas en la práctica. Por el contrario, el nuevo laborismo defiende una nueva visión de la justicia social en la que los ideales de meritocracia y comunidad se adapten a los tiempos actuales y se hagan compatibles. La renovación constante del mapa empleado para avanzar y el paso a una nueva fase más segura y progresista serán los únicos medios para que el nuevo laborismo logre afianzar su posición en la política.

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