Pulcro alegato

Al hilo de las desventuras de un interno afroamericano en un psiquiátrico londinense se contraponen en el texto de Joe Penhall dos concepciones de la psiquiatría institucional. Una, que tendría que ver con la escuela de Ronald Laing y sus esfuerzos por la reinserción del paciente en su entorno cotidiano, y otra, quizás de estirpe más freudiana, que trataría de indagar en las causas del malestar del paciente, y en sus consecuencias previsibles, antes de reintegrarlo al hábito de su vida normal. Todo eso mezclado con las siempre tensas relaciones entre un médico residente que aspira a plaza y su maestro supervisor a punto de obtener una cátedra, en el contexto de un universo psiquiatrizado para ambos.

La verosimilitud del asunto se sostiene por unos hábiles diálogos, quizás incluso demasiado hábiles si se considera que entorpecen cualquier tipo de acción escénica, y por una situación histórica, en lo que tiene que ver con las claves rectoras de la asistencia sanitaria, tal vez deudora del desmantelamiento de la sanidad pública británica llevado a término por la señora Thatcher, un acontecimiento del que ese país todavía no se ha recuperado. Esa yuxtaposición de asuntos -dos miradas enfrentadas sobre la práctica de la psiquiatría, en relación con un interno acaso esquizofrénico que tiene la mala suerte de no ser blanco en Inglaterra- permite un cierto entrecruzamiento de observaciones sobre diversos asuntos sociales, si bien los personajes funcionan más como estereotipos de ideas preexistentes que como seres reales. Todo sobre un escenario aséptico y servido por un buen tono actoral en el que sobresale el psiquiatra oportunista que hace con desenvoltura Josep Costa.