La muerte retroactiva
Cuando Vicente Holgado tenía 10 años, se le apareció el diablo y le dijo que si no cojeaba una vez al mes su hermana pequeña moriría. Vicente odiaba a su hermana, pero no estaba dispuesto a soportar la cantidad de culpa que una tragedia como ésa le proporcionaría durante el resto de su vida. De modo que, para hacer las cosas con método, los primeros viernes de cada mes iba y venía del colegio cojeando. Ello le creó problemas con sus padres, con los profesores y con sus propios compañeros, pero siempre se las arreglaba para encontrar alguna excusa: cuando no le hacía daño el zapato, se había torcido un tobillo o se había cortado una uña más de lo debido. Gracias a él, su hermana crecía fuerte y podía odiarla sin remordimientos de conciencia.
Cuando se hizo mayor continuó cojeando una vez al mes, pues, a pesar de que no creía en Dios ni en el diablo, creía en la mala suerte, a la que conjuraba con estos pequeños rituales. El diablo no se le volvió a aparecer en persona como cuando tenía diez años, pero se metía en su cabeza en forma de presentimientos que le hacían sufrir. Así, cuando iba por la acera de la derecha, le atacaba la idea de que si no cruzaba la calle le caería encima una cornisa; o, cuando su avión estaba a punto de salir, decidía tomar el siguiente para engañar al destino. Se pasaba la vida cambiando de acera, de tren, de trabajo... Un día, su hermana se rió de estas manías suyas, y él le dijo:
-Cállate, que tú estás viva gracias a mí.
Y le contó la historia del diablo. Su hermana le confesó entonces que también a ella se le había aparecido Satán durante la infancia asegurándole que, si no guiñaba diez veces seguidas el ojo izquierdo y quince el derecho una vez a la semana, su hermano moriría.
-Pero no le hice caso y no te has muerto -añadió.
-Pero me puedo morir en cualquier momento con efectos retroactivos, idiota -le respondió Vicente, pálido de angustia.
Ella no sabía en qué consistían los efectos retroactivos y Vicente tuvo que explicárselo, tras lo que su hermana añadió:
-Es imposible morirse con efectos retroactivos.
Vicente sabía que en lo concerniente al horror todo era posible, pero su hermana era una mujer muy superficial y comprendió que sería inútil hacerle entender lo que él sentía.
-Pues a partir del mes que viene voy a dejar de cojear -dijo con tono amenazante.
-Por mí, como si te operas -respondió ella.
En realidad, no fue capaz de abandonar la cojera mensual, aunque a su hermana le juró que la había dejado.
-Pues aquí sigo, viva y coleando -decía ella muerta de risa en las reuniones familiares, cuando salía el tema a relucir.
El odio de Vicente hacia su hermana fue creciendo, pues, a lo largo de los años. Algunos primeros viernes de mes cojeaba mal, para ver si se moría de una vez, pero se ve que al diablo le bastaba con que cojeara, bien o mal daba lo mismo, para mantenerla con vida. Por esos días se le metió en la cabeza la idea de que quizá si él parpadeaba con cada ojo las veces que el diablo le había mandado parpadear a su hermana aún estaría a tiempo de salvar su propia vida. Así que hizo cálculos de los parpadeos atrasados, ya que su hermana no había efectuado el rito una sola vez, y le salieron millones. No le importó: cada día parpadeaba un par de horas con efectos retroactivos hasta que logró ponerse al día.
Siendo ya muy mayores los dos, su hermana murió por causas naturales, pese a que Vicente no había dejado de cojear un solo primer viernes de mes. Aquello le hizo sospechar que quizá todo hubiera sido una locura. Entonces dejó de parpadear también (ya no le importaba fallecer) y comprobó que no se moría. La idea de la muerte retroactiva comenzó a parecerle una estupidez y poco a poco se fue desprendiendo de todos sus ritos supersticiosos, excepto del de la cojera, que se le había quedado como un tic y le costaba más trabajo dejarlo que continuar con él.
Durante aquellos años, los últimos de su difícil existencia, liberado de todas las manías que tanto le habían hecho sufrir, llevó una vida tan feliz y despreocupada como la que había llevado su hermana. Entonces comprendió que ella no había muerto, sino que ahora vivía en él gracias a la cojera suya. Y volvió a odiarla, aunque odiarla supusiera odiarse a sí mismo. Cuando cumplió 90 años, dejó de cojear y al poco se murió. Mientras agonizaba comprendió que la que estaba a punto de expirar era su hermana. Él había fallecido mucho antes, quizá con efectos retroactivos.
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