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Columna
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1962

En este año de 2002, mientras el Euro se abre paso en nuestras vidas, van a cumplirse dos aniversarios importantes para los valencianos. Por una parte, Joan Fuster hace ya cuarenta años publicaba su libro Nosaltres els valencians, poco después de que Vicent Ventura asistiera a una convocatoria del Movimiento Europeo en Múnich (1962). Allí, auspiciado por José Vidal Beneyto acudió Ventura, junto a un hombre clave en la historia valenciana reciente, Joaquín Maldonado Almenar. El objetivo no fue otro que el de impulsar la aproximación de la realidad española a la Comunidad Económica Europea.

En aquellas épocas de cerrazón e intransigencia, el espíritu europeísta era promovido por determinados sectores económicos y empresariales de ascendencia librecambista y por aquellos reductos políticos que tenían muy claro el precio de la incorporación de España a la Europa que se conformaba, de acuerdo con los principios del Tratado de Roma. Si todas estas personas, que en su día arriesgaron su tranquilidad personal, así como su trayectoria profesional, pudieran hoy contemplar cómo la circulación de una sola moneda consagra la verdadera dimensión del sistema monetario europeo, probablemente pasarían de la incredulidad a la emoción de un fenómeno irrefutable.

El año 1962 para los valencianos fue, en cierta medida, premonitorio del 68 europeo, que abrió el viejo continente, desde la revolución de mayo en París, a su propia transformación. Si la consolidación de la Unión Europea, en sus principios y realidades, ha de verse como un triunfo territorial, es la Comunidad Valenciana la zona de España que ha de observar los acontecimientos como la consecución de una meta largamente pretendida y costosamente conseguida. En esta lucha sin cuartel ha habido muertos y heridos, como ha ocurrido en otras. Algunas personas defendieron posiciones que hoy nos parecen evidentes y cotidianas. La democracia, el derecho a la autonomía de los pueblos, la defensa de la libertad, la utilización de la propia lengua o el reconocimiento de que las personas han de tener la capacidad de asociarse para proteger sus ideas o sus intereses.

La conmoción, por ejemplo, que supuso la publicación del libro Nosaltres els valencians, de Joan Fuster, todavía no acaba de ser asimilada por núcleos influyentes de la sociedad, después de cuarenta años. En cualquier otra parte del mundo el reconocimiento mayoritario a su autor sería un hecho incuestionable, desmitificada su carga subversiva y comprobado que los valencianos quedaron impactados por aquel libro que, finalmente, ha marcado el debate civil de esta sociedad, en las cuatro décadas que han transcurrido.

Ahora se perciben algunos signos de superación de las luchas tribales. También se suceden las inevitables reacciones violentas y miserables de quienes no saben hablar ni razonar y acaban manchando la dignidad de este pueblo. Al mismo tiempo subsisten los principales enemigos de que el conocimiento y la conciencia civil pervivan y se fortalezcan. No están entre los más violentos, pero sí podemos encontrarlos entre quienes los instigan. Políticamente no hay nada más confortante, para unos, y más peligroso, para otros, que un pueblo tome conciencia de si mismo.

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