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Columna
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Moneda

Miquel Alberola

Aparte de pragmatismo geopolítico, la implantación del euro también es el cachetero con el que nos remacha ese año en que la avaricia humana volvió locas a las vacas y el fanatismo demostró que no había ningún lugar seguro en la tierra. Después de que el 11 de septiembre, junto a las dos columnas del World Trade Center, quedara asolada gran parte de nuestra arquitectura mental en un socavón muy oscuro, el euro ha venido a socavar las pocas convicciones que manteníamos en pie. El orden, como sistema de garantías sociales y de libertades, y la moneda, como síntoma y vehículo de la irritación económica -la peseta y la Guardia Civil que espiritualizó Josep Pla, o la simplificación práctica de estos extremos en el dólar americano formulada por Fabià Estapé-, son otros, se rigen por nuevos parámetros y su desarrollo está por demostrar, lo que proyecta la confusión en todas las dimensiones que el cerebro es capaz de formatear. A la desorientación que produce el nuevo esqueleto de relaciones mundiales -la globalización empezó en serio sobre la Zona Cero de Nueva York- hay que añadirle el terror de no saber interpretar el propio bolsillo, con lo que es muy fácil quedar laminado en frío por el analfabetismo. Sin caer en ninguna variedad de nostalgia, la peseta había sido una metáfora convencional del valor, como a partir de ahora lo será el euro, que había sufrido reducciones, devaluaciones y contusiones, pero lo mismo que la Venus de Milo mantenía un tronco mutilado sobre el que colgar nuestra base de cálculo y la expresión numérica de nuestra vida. Ahora todo lo que habíamos aprendido en ese sentido ha quedado reducido a escombros psíquicos, y sólo hay que comparecer ante la panadera y su sonrisa burlona para constatarlo de forma empírica. Y cuando uno deja de entender el funcionamiento de las cosas es que simplemente está muerto. Debajo de la apoteosis de bombillas y espumillones que han sobrevivido a la Navidad, el brillo perplejo de las nuevas monedas es nuestra forma metalizada de manifestar la artritis de la oveja Dolly.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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