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VISTO / OÍDO
Columna
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El Papa y el trabajo

No sé qué pensar del Papa. Es un anciano enfermo, más enfermo que anciano -a su edad, algunos corren maratones-, que no deja de hacer su trabajo, aunque de una manera muy imperfecta. Mi duda está en si es loable este empeño en llevar adelante una empresa que cree que puede hacer, lo cual es muy loable; o si teme que nadie pueda hacerla mejor, y eso sería un error de vanidad. Aplicable a lo humano, da ánimos a los trabajadores que no quieren jubilarse. Unos, porque creen que sería el preludio de la muerte: de tal modo está destruido el ser por las doctrinas sociales y morales que puede creer que si no trabaja no es nadie. Han tenido que ser sus superiores, los empresarios, los que les hayan descubierto que la sacralización del trabajo era una ilusión, y que se puede eliminar, mal pagar, como una simple mercancía: ya lo decían los comunistas. Otros, porque no tendrían medios de alimentarse, dada la escasa generosidad de las prestaciones: o sea, de las devoluciones contratadas por el dinero que pagaron toda su vida ellos y sus empresarios. No se sabe si pedir que todas las personas en las condiciones de ese ilustre personaje deben seguir trabajando o si eso sería una crueldad: que pare él, que reúna su cónclave y que talle otro.

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El trabajo en el seno de la Iglesia católica tiene unas condiciones especiales, pero ya se dictaron medidas para que obispos y cardenales se retiraran a una edad provecta: y lo hacen. Como en los otros empleos, se hace más por dar paso a los que esperan que por otra cosa. Recuerdo el viejo chiste del monaguillo de aldea que bailaba de alegría cuando murió un papa: 'Es porque así subimos en el escalafón'. En esa empresa rara no pasa de ser una broma, una tontería, pero en las normales es algo que tiene un triste sentido. Evidentemente, inhumano: pero nada divino. Los jóvenes, que ya han entrado a trabajar no tan jóvenes porque tienen sus barreras, esperan la jubilación -y, ay, la muerte- de los viejos para ir ascendiendo. Antes se decía que es 'ley de vida', pero no es verdad: el esfuerzo de los poderes por retrasar la entrada en la vida y por adelantar su salida obedece a la creación de una clase de edad que les es afín: que se casa con otro trabajador, que se empeña en hipotecas y letras de coches, y para la que la palabra despido es una ruina inmediata. Ah, pero hablaba del Papa, y no es ese su caso. Es algo puramente personal.

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